Poco después de emitir el veredicto leyeron al jurado anteriores condenas del acusado: dos por agresión y una por intento de violación. Donald Cruikshank acaba de cumplir diecinueve años.
– Ese cabrón tiene toda la vida por delante -espetó John Jardine a Siobhan al salir del cementerio.
Ishbel lloraba sobre el hombro de su madre, abrazada a ella, que miraba al frente, dejando atrás una parte de su vida…
La llegada de los cafés forzó a Siobhan a volver al presente, pero aguardó a que el camarero se alejase a recoger la cuenta del hombre de negocios.
– Bien, cuéntenme qué ocurrió -dijo.
John Jardine vació un sobrecito de azúcar en su taza y empezó a remover el café.
– El año pasado Ishbel terminó sus estudios y nosotros queríamos que fuese a la universidad para que tuviera un título, pero a ella le hacía ilusión ser peluquera.
– Naturalmente, para eso hace falta también un título -interrumpió su esposa-. Está haciendo unos cursos en Livingstone aparte del trabajo.
Siobhan asintió con la cabeza.
– Hasta que desapareció -añadió John Jardine sin alterarse.
– ¿Cuándo?
– Hoy hace una semana.
– ¿Se levantó y desapareció?
– Pensamos que había acudido al trabajo como de costumbre, a la peluquería de High Street, pero nos llamaron de allí preguntando si estaba enferma y entonces comprobamos que faltaba algo de ropa, lo justo para llenar una mochila, dinero, las tarjetas y el móvil…
– Hemos marcado el número no sé cuántas veces -añadió su esposa-, pero lo tiene siempre desconectado.
– ¿Han hablado de ello con alguien más? -preguntó Siobhan llevándose la taza a los labios.
– A todas las personas que se nos ha ocurrido: sus amigas, antiguas compañeras de colegio y las chicas con quienes trabaja.
– ¿Han preguntado en la escuela?
Alice Jardine asintió con la cabeza.
– Tampoco ha ido por allí.
– Fuimos a la comisaría de Livingstone -dijo John Jardine, que seguía removiendo el azúcar sin ninguna intención de tomarse el café-, pero nos dijeron que como tiene dieciocho años no vulnera la ley, y que dado que hizo el equipaje, no puede colegirse que la raptaron.
– Así es, desde luego -Siobhan omitió decir que eran muchas las chicas que se iban de casa y que si ella hubiera vivido en Banehall también se habría marchado…-¿Han tenido alguna discusión con ella?
La señora Jardine negó con la cabeza.
– Estaba ahorrando para comprarse un piso… y había hecho una lista de las cosas que quería comprarse.
– ¿Tenía novio?
– Tuvo uno hasta hace dos meses. Pero lo dejaron… -añadió él sin encontrar la palabra-. Continuaban siendo amigos.
– ¿Lo dejaron amigablemente? -añadió Siobhan.
El señor Jardine sonrió y asintió con la cabeza como diciendo: «Eso es».
– Quisiéramos saber qué ha podido suceder -dijo Alice Jardine.
– Sí, claro; hay sitios donde recurrir…, agencias que buscan a personas que, como Ishbel, se han marchado de casa por algún motivo.
Siobhan se percató de que le salían las palabras con excesiva facilidad porque las había dicho más de una vez a padres angustiados. Alice miró a su esposo.
– Dile lo que te contó Susie -dijo.
Él asintió con la cabeza y dejó finalmente la cucharilla en el plato.
– Susie, que trabaja en la peluquería con Ishbel, me contó que la había visto subir a un coche vistoso…, un BMW o algo así.
– ¿Cuándo?
– Un par de veces… El coche aparcaba a cierta distancia de la peluquería y el conductor era mayor. -Hizo una pausa-. De mi edad como poco.
– ¿Le preguntó Susie a Ishbel quién era?
El señor Jardine asintió con la cabeza.
– Pero ella no quiso decírselo.
– A lo mejor se ha ido a vivir con él -dijo Siobhan, que había terminado el café y no quería tomar otro.
– Pero ¿por qué se marchó sin más? -inquirió Alice con voz lastimera.
– Pues no sé qué decirle.
– Susie mencionó otra cosa -añadió el señor Jardine bajando más la voz-. Dijo que ese hombre… Nos contó que le pareció un poco dudoso.
– ¿Dudoso?
– Bueno, dijo que parecía un chulo -respondió mirando a Siobhan-. Como los que se ven en la tele, con gafas oscuras y chaqueta de cuero… y con un coche llamativo.
– No creo que eso nos lleve muy lejos -replicó Siobhan, y acto seguido se arrepintió de haber dicho «nos».
– Ishbel es muy guapa -explicó Alice-. Usted la conoce. ¿Por qué iba a marcharse sin decirnos nada? ¿Por qué nos ocultaba lo de ese hombre? No -añadió meneando la cabeza-, tiene que ser otra cosa.
Se hizo un silencio. Sonó otra vez el teléfono del hombre de negocios cuando cruzaba la puerta sostenida por el camarero, quien incluso le dirigió una inclinación de cabeza; debía de ser cliente habitual o había mediado una buena propina. Ahora sólo le quedaban tres clientes: una perspectiva poco prometedora.
– No sé en qué puedo ayudarles -dijo Siobhan-. Saben que si de mí dependiera…
John Jardine cogió la mano a su esposa.
– Siobhan, usted se portó muy bien con nosotros. Fue muy amable y se lo agradecimos mucho; Ishbel también… Por eso pensamos en usted -dijo mirándola con sus ojos acuosos-. Perdimos a Tracy y sólo nos queda Ishbel.
– Escuchen… -propuso Siobhan respirando hondo-. Podría poner su nombre en circulación a ver si aparece por alguna parte.
– Magnífico -comentó él más animado.
– Magnífico es mucho decir, pero haré lo que pueda.
Vio que Alice Jardine iba a cogerle otra vez la mano y se levantó mirando el reloj como si tuviese una cita urgente en la comisaría. Llegó el camarero y John Jardine insistió en pagar. Cuando ya salían, el camarero había desaparecido y fue Siobhan quien sujetó la puerta.
– La gente a veces necesita pasar un tiempo a solas. ¿Están seguros de que no ha tenido ningún problema?
Marido y mujer se miraron y fue Alice quien contestó.
– Está libre, ¿sabe? Y ha vuelto a Banehall más fresco que una lechuga. Tal vez tenga algo que ver con él.
– ¿Con quién?
– Con Cruikshank. No ha estado en la cárcel más que tres años. Le vi un día cuando iba a la compra, y tuve que meterme en un callejón a vomitar.
– ¿Habló con él?
– No se merece ni que le escupan.
Siobhan miró a John Jardine, que movía insistentemente la cabeza.
– Voy a matarlo -exclamó-. Si me tropiezo con él, lo mato.
– Tenga cuidado a quién dice esas cosas, señor Jardine -repuso Siobhan pensativa-. ¿Lo sabía Ishbel? ¿Sabía que estaba libre?
– Todo el pueblo. Y ya sabe usted que las peluqueras son las primeras en enterarse de todo.
Siobhan asintió despacio con la cabeza.
– Bien… Como les he dicho, haré unas llamadas telefónicas, pero una foto de Ishbel no estaría de más.
La señora Jardine buscó en su bolso y sacó una hoja doblada. Era una foto de tamaño A4 impresa en el ordenador. Ishbel estaba en un sofá con una copa en la mano y las mejillas arreboladas por el alcohol.
– La que está a su lado es Susie, su compañera de la peluquería -dijo Alice Jardine-. La hizo John en una fiesta que tuvimos hace tres semanas por mi cumpleaños.