– ¿Y por qué?
– Porque usted, inspector, fue observado anoche saliendo de un local llamado The Nook.
– ¿Ah, sí?
– Tengo unas cuantas fotos de doce por veinticuatro centímetros que lo demuestran.
– ¿Y qué demonios tiene todo eso que ver con Inmigración?
– Se lo cuento a cambio de un trago.
A Rebus le bailaban una docena de preguntas en la cabeza, pero le estaba pesando la bolsa, asintió imperceptiblemente y comenzó a subir la escalera seguido de Storey. Sacó la llave, abrió la puerta y apartó de una patada el correo, que fue a parar encima del montón del día anterior. Fue a la cocina, logró encontrar dos vasos limpios y condujo a Storey al cuarto de estar.
– No está mal -comentó éste mirando la habitación-. Techos altos y ventanal. ¿Son tan grandes todos los pisos en este barrio?
– Los hay más grandes -contestó Rebus, que había sacado la botella de la caja y desenroscaba el tapón-. Siéntese.
– Me vendrá bien un trago de escocés.
– Aquí no lo llamamos así.
– ¿Cómo, entonces?
– Whisky o malta.
– ¿Y por qué no escocés?
– Creo que se debe a la época en que «escocés» era insultante.
– ¿Un término peyorativo?
– Si es el vocablo elegante…
Storey sonrió dejando ver unos dientes relucientes.
– En mi trabajo hay que conocer la jerga legal -dijo levantándose ligeramente del sofá y cogiendo el vaso que le tendía Rebus-. Salud.
– Slainte.
– Es una palabra gaélica, ¿verdad? -Rebus asintió con la cabeza-. ¿Habla gaélico?
– No.
Storey reflexionó un instante saboreando el trago de Lagavulin y asintió con la cabeza complacido-. Sí que es fuerte…
– ¿Quiere agua?
El inglés negó con la cabeza.
– Su acento es de Londres, ¿verdad? -dijo Rebus.
– Exacto; de Tottenham.
– Yo estuve una vez en Tottenham.
– ¿Para ver un partido de fútbol?
– Para un caso de homicidio. Un cadáver que apareció en un canal.
– Creo recordarlo. Yo era niño…
– Gracias por el cumplido -dijo Rebus sirviéndose más whisky y ofreciendo la botella a Storey.
Éste la cogió y se sirvió.
– Bien, es de Londres y trabaja para Inmigración. Y por algún motivo tiene bajo vigilancia The Nook.
– Exacto.
– Eso explica que me viera, pero no que sepa quién soy.
– Contamos con ayuda del DIC de Edimburgo. No puedo mencionar nombres, pero el agente les reconoció inmediatamente a usted y a la sargento Clarke.
– Es interesante.
– Ya le digo que no puedo mencionar nombres.
– Bien, ¿y por qué le interesa The Nook?
– ¿Y a usted?
– Yo he preguntado primero… Pero, a ver si lo adivino: porque algunas de las chicas del club son extranjeras.
– Sí, claro.
Rebus entrecerró los ojos levemente por encima del borde del vaso.
– ¿Y no está allí por eso?
– Antes de que se lo explique, tengo que saber qué hacía allí.
– Acompañaba a la sargento Clarke que tenía que hacer unas preguntas al dueño.
– ¿Qué preguntas?
– Ha desaparecido una joven y a sus padres les preocupa que acabe en un local como The Nook -respondió Rebus encogiéndose de hombros-. Simplemente eso. La sargento Clarke conoce a los padres y les hace ese favor.
– ¿No le apetecía ir al local sola?
– No.
Storey, sin decir nada, reflexionó mirando morosamente el vaso al tiempo que lo agitaba.
– ¿Le importa que lo verifique con ella? -dijo.
– ¿Cree que miento?
– No necesariamente.
Rebus le miró enfurecido, sacó el móvil del bolsillo y llamó a Siobhan.
– ¿Siobhan? ¿Te interrumpo? -Escuchó la respuesta sin apartar los ojos de Storey-. Escucha, tengo una visita; uno de Inmigración que quiere saber qué hacíamos en The Nook. Te lo paso.
Storey cogió el teléfono.
– ¿Sargento Clarke? Me llamo Felix Storey. Ya se lo explicará el inspector Rebus, de momento sólo quiero que me confirme a qué fueron a The Nook. -Hizo una pausa y escuchó-. Sí, eso es lo que el inspector me ha dicho. Gracias por la información y perdone la molestia.
Devolvió el teléfono a Rebus.
– Adiós, Shiv. Luego hablamos. Ahora le toca al señor Storey -espetó Rebus, y cerró el teléfono.
– No tenía por qué hacer eso -dijo el funcionario de Inmigración.
– Es preferible dejar las cosas claras.
– Me refiero a que no había necesidad de que usara el móvil habiendo un teléfono fijo -añadió Storey señalando la mesa con la barbilla-. Habría sido mucho más barato.
Rebus sonrió finalmente, y Storey dejó el vaso en la alfombra y juntó las manos.
– No puedo correr riesgos en el caso que investigo.
– ¿Por qué?
– Porque tal vez haya un par de policías implicados -dijo Storey con una pausa-. Aunque no tengo pruebas de ello. Simplemente podría ser, porque los tipos que persigo no dudarían ni un instante en sobornar a todo un cuerpo.
– Será que en Londres no hay policías corruptos.
– Sí que los habrá.
– Si las bailarinas no son ilegales, quien va contra la ley debe de ser Stuart Bullen -espetó Rebus.
El funcionario de Inmigración asintió despacio con la cabeza.
– Y que alguien venga desde Londres y autoricen el gasto de montar vigilancia…
Storey continuó asintiendo.
– Es un caso importante -dijo-. Podría ser muy importante -añadió cambiando de postura en el sofá-. Mis padres llegaron a este país en los años cincuenta. De Jamaica a Brixton; dos emigrantes entre muchos otros. Era una época de inmigración, pero incomparable a la que vivimos ahora, en que desembarcan ilegalmente miles de personas al año… pagando en muchos casos una buena cantidad por ello. Los sin papeles se han convertido en un gran negocio, inspector. Pero sucede que no se los ve hasta que algo sale mal.
Hizo una pausa y dio pie a una pregunta de Rebus.
– ¿Hasta qué punto está Bullen implicado?
– Creemos que tal vez dirija toda la operación en Escocia.
– ¿Ese mequetrefe? -dijo Rebus con desdén.
– Es hijo de su padre, inspector.
– Chicory Tip -musitó Rebus y, al ver la cara de sorpresa de Storey, añadió-: Tuvieron una canción de éxito llamada Hijo de mi padre… Usted no la habrá oído. ¿Cuánto tiempo lleva vigilando The Nook?
– Desde la semana pasada.
– ¿Están en la tienda de prensa cerrada? -aventuró Rebus, recordando el local de la acera de enfrente del club con el escaparate pintado de blanco.
Storey asintió con la cabeza.
– Bueno, yo, que he estado en The Nook, puedo decirle que no creo que haya cuartos atiborrados de ilegales -puntualizó Rebus.
– Yo no insinúo que los oculte allí.
– Ni he visto ningún montón de pasaportes falsos.
– ¿Entró al despacho?
– No me pareció que ocultase nada; tenía abierta la caja fuerte.
– ¿No sería para despistar? -aventuró Storey-. Cuando le dijeron a qué iban, ¿advirtieron algún cambio de actitud? ¿Se relajó un poco?
– No advertí nada que indicase que le preocupase otra cosa. Bien, ¿qué es exactamente lo que creen que hace?
– Él es un eslabón de la cadena, y ése es uno de los problemas: que no sabemos cuántos eslabones hay ni la función que cada uno desempeña.
– Me da la impresión de que lo que saben es la raíz cuadrada de cero.
Storey optó por no contradecirle.
– ¿Cómo conoció a Bullen? -preguntó.
– Ni sabía de su presencia en Edimburgo -contestó Rebus.
– ¿Pero sabía quién era?
– Conocía a su familia; de oídas, no vaya a pensar.
– No estoy insinuando nada, inspector.
– Pero lo parece, lo que viene a ser lo mismo. Y con poca sutileza.