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Tal vez no, pensó Siobhan, pero no era Ishbel el único miembro de la familia que se consideraría sospechoso.

Volvieron a ofrecerle un té y ella rehusó cortésmente, logrando cruzar la puerta y subir al coche. Al arrancar miró por el retrovisor y vio a Steve Holly andando por la acera mirando el número de las casas. Pensó un instante en parar el coche y regresar para prevenirles, pero esa iniciativa despertaría aún más curiosidad en el periodista. Los Jardine tendrían que arreglárselas solos. Enfiló High Street y paró delante de la peluquería. En el interior olía a permanente y fijador; había dos clientas bajo sendos secadores, con revistas en el regazo, que sostenían una conversación a voz en grito para entenderse entre el ruido de los aparatos.

– … mira, que tengan suerte investigando.

– Desde luego, no es una pérdida que haya que lamentar.

– Usted por aquí, sargento Clarke -dijo la voz de Angie aún más alto.

Las clientas captaron la intención y fijaron la vista en Siobhan.

– ¿Qué se le ofrece? -añadió Angie.

– Quiero hablar con Susie -dijo Siobhan sonriendo a la ayudanta.

– ¿Por qué? ¿Qué he hecho yo? -protestó Susie, que llevaba una taza de café de sobre a una de las clientas.

– Nada -dijo Siobhan-. A menos que hayas asesinado a Donny Cruikshank, claro.

Las cuatro mujeres la miraron horrorizadas. Siobhan alzó las manos.

– Lo siento -dijo.

– Sospechosos no faltarán -dijo Angie encendiendo un cigarrillo.

Llevaba las uñas pintadas de azul con puntitos amarillos como estrellas.

– ¿Puede decirme los primeros de su lista? -preguntó Siobhan con indiferencia.

– No tiene más que mirar a su alrededor, querida -replicó Angie expulsando humo hacia el techo.

Susie llevaba a la otra clienta un vaso de agua.

– Matar a alguien es para pensárselo -dijo.

Angie asintió con la cabeza.

– Es como si un ángel nos hubiese oído y decidiera hacer lo que era necesario.

– ¿Un ángel vengador? -añadió Siobhan.

– Lea la Biblia, querida. No todo eran plumas y halos. -Las clientas sonrieron ante el comentario-. ¿Quiere que le ayudemos a meter en la cárcel a quien lo hizo? Pues necesitará más paciencia que Job.

– Parece conocer bien la Biblia, lo que significa que también sabrá que el asesinato es un pecado contra Dios.

– De Dios dependerá, supongo -replicó Angie acercándose más a ella-. Usted es amiga de los Jardine; lo sé porque me lo han dicho. Así que, dígamelo sin tapujos…

– ¿Qué le diga, qué?

– Que no se alegra de que haya muerto ese cabrón.

– No me alegro -respondió ella mirando a los ojos a la peluquera.

– Pues, entonces, no es un ángel sino una santa -replicó Angie quitando el casco a una dienta para comprobar cómo estaba el pelo.

Siobhan aprovechó para hablar con Susie.

– Sólo quería tener tus datos.

– ¿Mis datos?

– Tus estadísticas vitales, Susie -dijo Angie rompiendo a reír con las dos clientas.

Siobhan forzó una sonrisa.

– Tu nombre y apellidos, la dirección y el número de teléfono. Por si tengo que hacer un informe.

– Ah, claro -dijo Susie.

Aturdida, se acercó a la caja, cogió un bloc y comenzó a escribir. Arrancó la hoja y se la dio a Siobhan. Había anotado los datos en letras mayúsculas, pero no importaba: era el modo en que estaban escritos casi todos los graffiti del lavabo de mujeres del Bane.

– Gracias, Susie -dijo guardándose la hoja en el bolsillo junto a la agenda de Ishbel.

* * *

Esta vez había más clientes en The Bane. Se apartaron para hacerle sitio en la barra, y el camarero, al reconocerla, inclinó la cabeza con un gesto que podía ser saludo o disculpa por el comportamiento de Cruikshank la vez anterior.

Pidió un refresco.

– Paga la casa -dijo él.

– Sí, sí, Malky últimamente está muy rumboso -comentó uno de los clientes.

Siobhan no hizo caso.

– Generalmente no me invitan a tomar algo hasta después de identificarme como policía -dijo enseñándole el carnet al de la barra.

– Qué planchazo, Malky -dijo otro cliente-. Vendrá por lo del joven Donny.

Siobhan se volvió hacia el que hablaba. Era un hombre de sesenta y tantos años cumplidos con gorra sobre un cráneo calvo, con una pipa en la mano y un perro dormido a sus pies.

– Eso es -dijo.

– Ese chico era un gilipollas, como es sabido… pero no por eso merecía morir.

– ¿No?

El hombre negó con la cabeza.

– En estos tiempos, las chicas a la mínima gritan violación. -Alzó una mano para contrarrestar las protestas del camarero-. No, Malky, lo que quiero decir es que… las chicas en cuanto beben se buscan líos. Mira cómo van vestidas paseando de arriba abajo por High Street. Hace cincuenta años las mujeres iban un poco tapadas… y no se leían cada día en los periódicos agresiones deshonestas.

– Ya está liada -exclamó otro.

– Las cosas han cambiado… -prosiguió el primer cliente casi encantado de los gruñidos que suscitó a su alrededor.

Siobhan comprendió que era un tema habitual, sin guión fijo pero previsible. Miró a Malky y el camarero meneó la cabeza para darle a entender que no merecía la pena replicar porque sería hacerle un favor al cliente. Se disculpó y se dirigió a los servicios. Dentro del cubículo, se sentó y puso la agenda de Ishbel y la nota de Susie en su regazo para comparar la escritura con los mensajes de las paredes. No había ninguno nuevo desde la última vez. Estaba segura de que el «Donny pervertido» era obra de Susie y el «Muerte a Cruick», de Ishbel, pero había más amanuenses. Pensó en Angie e incluso en las mujeres de los secadores.

«Juramento de sangre…»

«Donny Cruikshank vas a morir.»

Ni Ishbel ni Susie habían escrito esos dos, pero eran obra de alguien.

La solidaridad de la peluquería.

Un pueblo lleno de sospechosos.

Hojeando la agenda advirtió que en la letra C había una dirección que le resultaba conocida: Prisión Barlinnie, ala E, la galería de los delincuentes sexuales. Escrita por Ishbel, y en la C de Cruikshank. Hojeó las demás letras, pero no encontró nada más.

De todos modos, ¿significaba eso que Ishbel había escrito a Cruickshank? ¿Había entre ellos una relación que ella ignoraba? Dudaba mucho que los padres lo supieran, porque les habría horrorizado. Volvió de nuevo a la barra, alzó el vaso y clavó la mirada en los ojos de Malky, el camarero.

– ¿Viven todavía en el pueblo los padres de Donny Cruikshank?

– Su padre viene al pub -dijo uno de los clientes-. Eck Cruikshank es un buen hombre. Estuvo a punto de morir cuando Donny fue a la cárcel.

– Pero Donny no vivía con él -replicó Siobhan.

– Después de salir de la cárcel, no -dijo el hombre.

– La madre no le habría dejado entrar en casa -terció Malky.

Y acto seguido todo el bar se puso a hablar de los Cruikshank sin preocuparse de que hubiera alguien de la policía.

– Donny era tremendo…

– Salió con mi hija un par de meses y no mataría ni una mosca…

– El padre trabaja en una tienda de maquinaria de Falkirk…

– No merecía ese final…

– Nadie lo merece…

Siobhan permaneció escuchando y dando sorbos a la bebida, añadiendo algún comentario o haciendo preguntas. Cuando apuró el vaso, un par de clientes quisieron invitarla pero ella rehusó con la cabeza.

– Pago yo la ronda -dijo buscando dinero en el bolso.

– A mí no me invita una mujer -protestó uno de ellos, pero no rechazó la cerveza que el camarero le puso delante.

Siobhan guardó el cambio.

– ¿Y desde que salió de la cárcel -preguntó como quien no quiere la cosa- se le veía con sus amigos de antes?

Los hombres guardaron silencio y comprendió que se le había notado la intención.