Выбрать главу

– ¿Y cómo la conoció?

– La conozco y basta, ¿de acuerdo?

– Perdone que lo pregunte. ¿Sus amigos rompen a llorar cuando los saluda?

Rebus la miró y siguieron en silencio durante un rato.

– ¿Quiere que pasemos por Banehall? -preguntó finalmente Wylie.

– ¿Para qué?

– No lo sé. A echar un vistazo -replicó ella.

En el viaje de ida habían hablado del asesinato.

– ¿Para ver qué?

A los agentes de la F, porque Livingston era la División F de la policía de Lothian y Borders, muy poco apreciada por parte de muchos del cuerpo en Edimburgo. Rebus concedió una sonrisa forzada.

– ¿Por qué no? -dijo.

– Pues vamos allá.

Sonó el móvil de Rebus. Pensó que a lo mejor era Caro Quinn y que quizás habría debido quedarse un poco más acompañándola. Pero era Siobhan.

– Acabo de hablar con Gayfield -dijo ella.

– ¿Ah, sí?

– El inspector jefe Macrae nos considera ausentes sin permiso.

– ¿Tú cómo lo justificas?

– Estoy en Banehall.

– Qué gracia, dentro de dos minutos estaremos allí.

– ¿Estaréis?

– Ellen y yo. Venimos de Whitemire. ¿Sigues buscando a esa muchacha?

– Bueno, ahora se han producido nuevos acontecimientos… ¿Te has enterado de que hay un muerto?

– Creía que era un tío.

– El que violó a su hermana.

– Lo que cambia las cosas. ¿Y estás ayudando a los de la División F?

– En cierto modo.

Rebus lanzó un bufido.

– Jim Macrae va a pensar que hay algo en Gayfield que no nos gusta.

– No está muy entusiasmado con nosotros. Y me ha dicho que te dé otro recado.

– ¿Ah, sí?

– De alguien más que se ha enamorado de ti…

Rebus pensó un instante.

– ¿Sigue buscándome ese cabrón de la linterna?

– Y quiere presentar una reclamación oficial.

– Por Dios bendito… Le compraré una nueva.

– Por lo visto es un artículo especial y vale más de cien libras.

– ¡Por ese precio puede comprarse una araña de cristal!

– No la tomes conmigo, John.

El coche pasaba por delante del indicador del pueblo, que de BANEHALL se había convertido en BANEHELL.

– Qué gracioso -musitó Wylie, y añadió para Rebus-: Pregúntele dónde está.

– Ellen pregunta que dónde estás -dijo Rebus.

– En la biblioteca hay una habitación que utilizamos como base de información del homicidio.

– Buena idea, así los de la F podrán recurrir a algún libro para orientarse. Enciclopedia del crimen, por ejemplo.

Wylie sonrió al oírlo, pero a Siobhan no pareció hacerle gracia.

– John, aquí no vengas en ese plan.

– Era una broma, Shiv. Hasta luego.

Le dijo a Wylie qué camino seguir. El reducido aparcamiento de la biblioteca estaba lleno y había agentes uniformados que trasladaban ordenadores al edificio prefabricado de una sola planta. Rebus sostuvo la puerta abierta para que entrara uno y él lo hizo a continuación. Wylie permaneció afuera comprobando los mensajes del móvil. El cuarto que habían reservado para la investigación tenía cuatro por cinco metros y habían instalado en él dos mesas plegables con un par de sillas.

– Todo eso no cabrá -dijo Siobhan a uno de los agentes, que acababa de agacharse para depositar a sus pies una voluminosa pantalla.

– Son órdenes -dijo el uniformado casi sin aliento.

– ¿Qué desea?

Era una pregunta dirigida a Rebus por un joven con traje.

– Soy el inspector Rebus -contestó él.

Siobhan se acercó.

– John, te presento al inspector Young, encargado del caso.

Se dieron la mano.

– Llámame Les -dijo el joven, sin prestar ya demasiado interés al recién llegado y atendiendo a la organización del cuarto de homicidios.

– ¿Lester Young? -musitó Rebus-. ¿Como el músico de jazz?

– Leslie, como el pueblo de Fife.

– Pues buena suerte, Leslie -añadió Rebus.

Salió hacia la sala de lectura de la biblioteca seguido por Siobhan. Había algunos jubilados hojeando periódicos y revistas en torno a una gran mesa redonda y, en el rincón infantil, una madre sentada en una bolsa con relleno de bolitas de poliestireno, al parecer dormida, mientras su retoño con chupete sacaba libros de los anaqueles y los amontonaba en la moqueta. Rebus se acercó a las estanterías de historia.

– Así que Les -dijo en voz queda.

– Es buen chico -respondió Siobhan en igual tono.

– Eres rápida como psicóloga -comentó Rebus.

Cogió un libro que casi venía a decir que los escoceses eran los inventores del mundo moderno, por lo que miró a su alrededor para asegurarse de que no estaban en la sección de ficción.

– Bueno, ¿qué hay de lo de Ishbel Jardine?

– No he averiguado nada. Por eso ando por aquí.

– ¿Se han enterado los padres del asesinato?

– Sí.

– Lo celebrarán esta noche…

– Fui a verlos y no daban ninguna fiesta.

– ¿Y uno de ellos estaba empapado de sangre?

– No.

Rebus volvió a dejar el libro en su sitio al tiempo que la criatura del chupete lanzaba un alarido al desmoronarse la torre de libros.

– ¿Y los esqueletos?

– Callejón sin salida, como dirías tú. Alexis Cater dice que el principal sospechoso es un tipo que fue a la fiesta con una amiga suya, pero ella apenas le conocía ni está segura de cómo se llamaba. Barry o Gary, cree recordar.

– ¿Caso concluido, entonces? ¿Los huesos pueden descansar en paz?

Siobhan se encogió de hombros.

– ¿Y tú? ¿Algo nuevo en el caso del apuñalado?

– Continúan las indagaciones.

– Eso es lo que dijo hoy una fuente policial. ¿Estáis perdiendo el hilo?

– Yo no diría tanto. Pero vendría bien algún respiro.

– ¿No es lo que haces aquí, tomarte un respiro?

– No el que yo digo -replicó mirando a su alrededor-. ¿Son los de la F quienes se encargan de esto?

– Sospechosos no les faltarán.

– Desde luego. ¿Cómo lo mataron?

– Le golpearon con algo parecido a un martillo.

– ¿Dónde?

– En la cabeza.

– Quiero decir, en qué sitio de la casa.

– En su dormitorio.

– Entonces, ¿sería alguien conocido?

– Yo diría que sí.

– ¿Crees que Ishbel podría golpear con un martillo con fuerza suficiente para matar a alguien?

– No creo que fuera ella.

– A lo mejor tienes la suerte de poder preguntárselo -dijo Rebus dándole unas palmaditas en el brazo-. Pero estando encargados del caso los de la División F, tendrás que trabajar mucho más.

Afuera, Wylie terminó una llamada.

– ¿Hay algo dentro que merezca la pena verse? -preguntó.

Rebus negó con la cabeza.

– Pues volvamos a la base.

– Con otro pequeño desvío de camino -dijo Rebus.

– ¿Adónde?

– A la universidad.

Capítulo 17

Aparcaron en un espacio de pago de George Square y cruzaron el parque hacia la biblioteca de la universidad. Casi todos los edificios eran de los años sesenta y Rebus detestaba aquellos bloques de cemento color arena que habían sustituido a las casas del siglo dieciocho que antaño rodeaban la plaza. El acceso eran unas escalinatas traicioneras a merced de un viento que, por efecto túnel, podía tumbarte si te pillaba desprevenido. Ante la fachada caminaban estudiantes con libros y carpetas contra el pecho mientras otros charlaban en corrillos.

– Malditos estudiantes -fue el lacónico comentario de Wylie.