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– ¿Tú no fuiste a la universidad, Ellen? -preguntó Rebus.

– Por eso sé lo que me digo.

Junto al teatro de George Square había un individuo vendiendo el Big Issue, y Rebus se acercó a él.

– ¿Qué tal, Jimmy?

– Bien, señor Rebus.

– ¿Sobrevivirás otro invierno?

– Se hará lo que se pueda.

Rebus le dio unas monedas, pero no quiso aceptar un ejemplar de la guía de empleos.

– ¿Alguna información para mí? -preguntó bajando la voz.

Jimmy le miró pensativo. Llevaba una gorra de béisbol vieja sobre el pelo gris largo y enmarañado y un jersey verde que le llegaba casi a las rodillas. A sus pies dormía un pastor escocés, o un cruce.

– No gran cosa -dijo finalmente con voz enronquecida por los vicios habituales.

– ¿Seguro?

– Ya sabe que soy todo ojos y oídos -contestó el hombre-. Ha bajado el precio de la hierba, por si le interesa.

– Ese mercado no -replicó Rebus sonriendo-. El precio de las drogas que a mí me gustan nunca deja de subir.

Jimmy soltó una carcajada que hizo que el perro abriera un ojo.

– Sí, señor Rebus, el tabaco y la priva son las drogas más perniciosas que existen.

– Cuídate -dijo Rebus alejándose, y añadió para Wylie, abriéndole una puerta-: Éste es el edificio.

– ¿Ya había estado aquí?

– Hay un departamento de lingüística al que tenemos que recurrir a veces para analizar voces.

En una garita de vidrio había un bedel sentado.

– Doctora Maybury -dijo Rebus.

– Aula dos doce.

– Gracias.

Fueron a los ascensores.

– ¿Conoce a todo el mundo en Edimburgo? -preguntó Wylie.

Él la miró.

– Antes se trabajaba así, Ellen -dijo cediéndole el paso en el ascensor y pulsando el botón de la segunda planta.

Llamó a la puerta 212 pero no contestaron. El cristal esmerilado de la ventana junto a la puerta impedía ver si había movimiento en el interior, por lo que Rebus probó en el siguiente despacho, donde le dijeron que encontraría a Maybury en el laboratorio de lingüística del sótano.

El laboratorio estaba al final de un pasillo en un cuarto con puerta de dos hojas. Había cuatro estudiantes en cabinas independientes con auriculares y micrófonos, repitiendo una serie de palabras: bread, mother, think, properly, lake, allegory, entertainment, interesting, impressive.

Alzaron la vista al entrar Rebus y Wylie. Sentada frente a ellos, una mujer ocupaba una mesa grande con una especie de teclado anexo y una voluminosa grabadora. Emitió un suspiro de impaciencia y apagó la grabadora.

– ¿Qué quieren? -espetó.

– Doctora Maybury, nos conocemos. Soy el inspector John Rebus.

– Sí, ya me acuerdo de aquellas llamadas telefónicas amenazadoras en las que quería identificar el acento.

Rebus asintió con la cabeza y presentó a Wylie.

– Lamento interrumpirle. ¿No podría dedicarnos unos minutos?

– Acabaré aquí a la hora en punto -dijo ella consultando el reloj-. ¿Por qué no me esperan en mi despacho? Hay un hervidor y material.

– Eso suena de maravilla.

Maybury sacó una llave del bolsillo y se la dio. Cuando salían ya estaba diciendo a los alumnos que se preparasen para la siguiente tanda de palabras.

– ¿Qué cree que era ese ejercicio? -preguntó Wylie en el ascensor de vuelta al segundo piso.

– Dios sabe.

– Bueno, me imagino que así los chicos no andan por la calle…

El despacho de la doctora Maybury era un revoltijo de libros y papeles, vídeos y cintas de casete, casi no se veía el ordenador enterrado entre montones de hojas. En una mesa para atender a los alumnos había pilas de libros de la biblioteca. Wylie vio el hervidor y lo enchufó, mientras Rebus salía para ir a los servicios, donde sacó el móvil y llamó a Caro Quinn.

– ¿Se encuentra bien? -preguntó.

– Muy bien -contestó ella-. He llamado a un periodista del Evening News y publicará un artículo en la edición de esta noche.

– ¿Qué ha ocurrido?

– Ha habido mucho movimiento de coches… -Hizo una pausa-. ¿Es otro interrogatorio?

– Perdone que se lo haya parecido.

Un silencio.

– ¿Quiere venir más tarde? Al piso, me refiero.

– ¿Para qué?

– Para que mi equipo de bien entrenados anarcosindicalistas inicie un cursillo de adoctrinamiento.

– Quieren provocarme, ¿eh?

Ella se echó a reír.

– No acabo de entender qué es lo que le da cuerda.

– ¿Aparte de mi reloj, quiere decir? Tenga cuidado, Caro. Al fin y al cabo, soy el enemigo.

– ¿No dicen que es mejor conocer a tu enemigo?

– Qué gracia; eso mismo me dijeron hace poco. -Se calló un instante-. Podría invitarla a cenar.

– ¿Para afianzar su hegemonía masculina?

– No sé qué quiere decir, pero quizá debo admitir mi culpabilidad.

– Quiere decir que pagamos a medias -replicó ella-. Venga al piso a las ocho.

– Hasta luego.

Rebus cortó la comunicación y casi de inmediato pensó en cómo iría ella a casa desde Whitemire. ¿Haría autostop? Estuvo casi a punto de volver a llamarla, pero se contuvo. No era una niña. Llevaba en aquel descampado meses y podía arreglárselas sola sin él. Y además le reprocharía que pretendiera afianzar su hegemonía masculina.

Volvió al despacho de Maybury, cogió la taza de café que Wylie le tendía y se sentaron cada uno en un extremo de la mesa.

– ¿Usted fue a la universidad, John? -preguntó ella.

– Nunca tuve el menor interés -respondió él-. Además, era un vago en el colegio.

– Yo la odiaba -añadió Wylie-. Nunca sabía qué decir. Me pasé el tiempo en aulas como ésta, un curso tras otro, sin abrir la boca para que nadie advirtiera que era burra.

– ¿Y eras muy burra?

Wylie sonrió.

– Lo gracioso es que mis compañeros pensaban que no abría la boca porque lo sabía todo.

Se abrió la puerta y entró la doctora Maybury. Musitó una disculpa al pasar entre la silla de Wylie y la pared y se sentó a la mesa. Era alta y parecía acomplejada de su delgadez. Tenía una melena morena ondulada recogida hacia atrás en una especia de cola de caballo y usaba gafas anticuadas como para ocultar la belleza clásica de sus rasgos.

– ¿Quiere un café, doctora? -preguntó Wylie.

– Ya he tomado demasiado -replicó Maybury con brusquedad, pero inmediatamente balbució una disculpa y le dio las gracias.

Rebus recordó que era su carácter: nerviosa y disculpándose siempre más de lo necesario.

– Lo siento -volvió a decir sin motivo aparente revolviendo unos papeles.

– ¿Qué es lo que hacía con esos niños? -preguntó Wylie.

– ¿Se refiere a la repetición de palabras? -dijo Maybury torciendo el gesto-. Es que llevo a cabo un estudio sobre la elisión.

Wylie levantó la mano como un alumno en clase.

– Usted y yo sabemos lo que es, doctora, pero ¿podría explicarlo al inspector Rebus?

– Creo que cuando entraron ustedes estábamos con la palabra properly. Mucha gente la pronuncia ahora omitiendo los sonidos centrales. Eso es la elisión.

Rebus no quiso preguntar cuál era el objeto de tal estudio y optó por tamborilear con los dedos en la mesa.

– Tenemos una grabación que nos gustaría que escuchara -dijo.

– ¿Otra llamada anónima?

– En cierto modo… Es una llamada al nueve nueve nueve y queremos determinar la nacionalidad.

Maybury se subió las gafas hasta el puente de la nariz y tendió la mano con la palma hacia arriba. Rebus se levantó y le dio la cinta, que ella introdujo en un cásete que había en el suelo, pulsando el botón de play.