– No nos quieres dar pistas, ¿eh, Malky? Piensas que Banehall se ha librado de Donny Cruikshank y enhorabuena a quien lo hiciera. ¿No es eso?
– Yo no he dicho nada.
– No hace falta; aún tienes los dedos manchados.
Malky se miró las marcas negruzcas.
– El caso es que la primera vez que entré aquí, Cruikshank y tú tuvisteis un enfrentamiento -añadió Siobhan.
– Fue por defenderla a usted -replicó el camarero.
Siobhan asintió con la cabeza.
– Sí, pero después de marcharme yo, le echaste. ¿Había mala leche entre los dos? -añadió apoyando los codos en la barra y aupándose, inclinándose hacia él-. Quizá convendría que nos acompañases para un interrogatorio formal… ¿Qué cree, inspector Young?
– Me parece bien -contestó él dejando el vaso en la barra-. Serías el primer sospechoso oficial, Malky.
– Que les den.
– Aunque… -Siobhan hizo una pausa-. Puedes decirnos de quién son las inscripciones. Sé que algunas son de Ishbel y de Susie. ¿Y el resto?
– Lo siento. No voy mucho al lavabo de mujeres.
– Tal vez no, pero sabías lo de las pintadas -dijo Siobhan sonriendo de nuevo-. Así que alguna vez irás. ¿Quizá después de cerrar el bar?
– ¿Tú también eres un pervertido, Malky? -insistió Young-. ¿Por eso no te llevabas bien con Cruikshank? ¿Por cuestión de afinidades?
– ¡No diga gilipolleces! -replicó el camarero señalando con un dedo al rostro de Young.
– Me da la impresión -añadió Young sin hacer caso de la proximidad del dedo del camarero a su ojo izquierdo- de que todo cuadra. En un caso como éste basta establecer una relación… -Se irguió mirándole-. ¿Quieres acompañarnos ahora mismo o necesitas un minuto para cerrar el bar?
– Están de broma.
– Exacto, Malky -dijo Siobhan-. Mira cómo nos reímos.
Malky miró el rostro serio de uno y otro.
– Me imagino que eres un simple empleado -insistió Young-, así que será mejor que llames al dueño para decirle que te ausentas para ser interrogado por la policía.
Malky, que había retirado el dedo con el puño cerrado, lo dejó caer a su costado.
– Venga, hombre… -balbució como instándoles a no exagerar.
– Quiero recodarte -añadió Siobhan- que obstaculizar la investigación de un caso de homicidio es algo muy grave que a los jueces no les gustará nada.
– Dios, yo lo único que… -comenzó a decir, pero calló de repente.
Young lanzó un suspiro, sacó el móvil y marcó un número.
– ¿Pueden enviar una pareja de agentes uniformados a The Bane? Hay que detener a un sospechoso.
– De acuerdo, de acuerdo -dijo Malky alzando las manos en gesto conciliador-. Nos sentamos aquí y hablamos.
Young cerró el móvil.
– Ya veremos después de hablar -apostilló Siobhan.
El camarero miró a su alrededor para asegurarse de que los clientes habituales estaban servidos y después él mismo se sirvió un whisky. Levantó la escotilla del mostrador, salió y señaló con la cabeza la mesa donde había quedado la funda de la cámara.
En ese momento salió el fotógrafo de los servicios.
– He hecho lo que he podido -comentó.
– Gracias, Billy -dijo Les Young-. Entrégame copias hoy a última hora.
– Veré si es posible.
– Billy, es una cámara digital… No se tarda ni cinco minutos en hacer copias.
– Depende -contestó Billy.
Se colgó la bolsa al hombro, se despidió de todos con un movimiento de cabeza y se dirigió a la puerta. Young seguía cruzado de brazos atento al camarero, que había apurado el whisky de un trago.
– Tracy nos caía bien a todos -afirmó.
– Tracy Jardine -dijo Siobhan a Young-, a quien violó Cruikshank.
Malky asintió con la cabeza.
– Ya no volvió a ser la misma… y no me sorprendió que se suicidara.
– Y después Cruikshank volvió al pueblo -añadió Siobhan.
– Descarado como ninguno, como si fuese el amo de Banehall. Se pensaba que íbamos a tenerle miedo porque había estado un tiempo en la cárcel. Gilipollas… -Malky miró su vaso vacío-. ¿Quieren otra?
Young y Siobhan negaron con la cabeza y el camarero fue a la barra a servirse otro whisky.
– Éste es hoy el último -dijo.
– ¿Has tenido problemas con la bebida? -dijo Young en tono afable.
– Antes bebía bastante -admitió Malky-. Pero ahora lo controlo.
– Me alegra oírlo.
– Malky -intervino Siobhan-, sé que Ishbel y Susie escribieron cosas en el váter, pero ¿quién más?
Malky suspiró hondo.
– Creo que fue una amiga suya llamada Janine Harrison. La verdad es que era más amiga de Tracy, pero al morir ésta empezó a salir con Ishbel y Susie. -Se reclinó en el asiento y miró el vaso como deseando apurarlo al máximo-. Trabaja en Whitemire.
– ¿En qué?
– Es guardiana. -Mantuvo un segundo de silencio-. ¿Se han enterado de lo que ha pasado? Uno de los detenidos se ha ahorcado. Dios, si cierran ese centro…
– ¿Qué?
– El subsuelo de Banehall era puro carbón, pero ya no queda nada y ahora es Whitemire la única posibilidad de trabajo para la gente. La mitad del pueblo, los de coche nuevo y antena parabólica, tienen un empleo en Whitemire.
– De acuerdo. Tenemos a Janine Harrison. ¿Alguien más?
– Hay otra amiga de Susie bastante callada hasta que se le sube el alcohol…
– ¿Cómo se llama?
– Janet Eylot.
– ¿Y trabaja también en Whitemire?
El camarero asintió con la cabeza.
– Creo que es secretaria -explicó.
– ¿Janine y Janet viven en el pueblo?
Malky volvió a asentir con la cabeza.
– Bien -dijo Siobhan después de anotar los nombres-, no sé, inspector Young… -añadió mirando a Les Young-. ¿Qué le parece, cree necesario que nos llevemos a Malky para interrogarle?
– De momento no, sargento Clarke. Pero anote su apellido y dirección.
Malky se lo facilitó más contento que unas pascuas.
Capítulo 18
Fueron a Whitemire en el coche de Siobhan. Young dijo, admirado del interior:
– Tiene un toque deportivo.
– ¿Eso es bueno o malo?
– Creo que bueno.
Había una tienda de campaña plantada junto a la carretera de acceso y un equipo de televisión entrevistaba a la dueña en presencia de otros periodistas a la caza de declaraciones. El guardián de la puerta les dijo que dentro había «todavía más circo».
– No se preocupe, hemos traído los leotardos.
Otro vigilante uniformado, que los esperaba en el aparcamiento, los saludó con frialdad.
– Ya sé que no es el día más apropiado -empezó Young-, pero estamos investigando un caso de homicidio y comprenderá que no podemos esperar.
– ¿A quién quieren ver?
– A dos empleadas: Janine Harrison y Janet Eylot.
– Janet se ha ido a casa -informó el vigilante-. Se sintió mal al enterarse de la noticia… del suicidio -añadió al ver que Siobhan enarcaba una ceja.
– ¿Y Janine Harrison? -preguntó ella.
– Janine trabaja en la unidad de familias y creo que está de servicio hasta las siete.
– Hablaremos con ella -dijo Siobhan-. Y podría darnos la dirección de Janet.
No había nadie en los pasillos ni en las zonas comunes. Siobhan imaginó que mantenían a los detenidos en sus celdas hasta que las cosas se calmaran. Por algunas puertas entreabiertas vio a gente reunida: hombres trajeados con cara seria y mujeres con blusa blanca, gafas de media luna y collar de perlas.
El mundo oficial.
El guardián les condujo a una oficina diáfana y llamó por el sistema de comunicación interior a la funcionaría Harrison. Mientras esperaban, pasó un hombre por su lado que volvió atrás a preguntar al vigilante quiénes eran.
– Son policías, señor Traynor. Investigan un asesinato en Banehall.