– ¿No les ha dicho que estamos pasando lista de los nuevos? -espetó visiblemente irritado por la circunstancia.
– Se trata de indagaciones sobre antecedentes, señor -dijo Siobhan-. Estamos interrogando a todos los que conocieron a la víctima.
Satisfecho, al parecer, con la explicación, lanzó un gruñido y se alejó.
– ¿Es un jefe? -preguntó Siobhan.
– El subdirector -contestó el vigilante-. Hoy no es su día.
El hombre les dejó al llegar Janine Harrison. Era una mujer de veintitantos años de pelo negro corto, no muy alta pero musculosa, y Siobhan pensó que sería culturista o tal vez aficionada a las artes marciales o algo por el estilo.
– Siéntese, por favor -dijo Young después de presentarlos.
Pero ella permaneció de pie con las manos a la espalda.
– ¿De qué se trata? -preguntó.
– De la extraña muerte de Donny Cruikshank -respondió Siobhan.
– Alguien se lo cargó. ¿Qué tiene eso de extraño?
– ¿No le caía bien?
– ¿Un hombre que viola a una jovencita bebida? No, no creo que me cayera bien.
– En el pub del pueblo hay unas inscripciones en el lavabo -espetó Siobhan.
– ¿Y qué?
– Parte de las cuales son obra suya.
– ¿Ah, sí? -replicó ella pensativa-. Es muy posible… Por solidaridad femenina, ya sabe -añadió mirando a Siobhan-. Violó a una muchacha, le dio una paliza, ¿y ahora se esfuerza en buscar a quien se lo cargó? -espetó meneando la cabeza.
– Nadie merece ser asesinado, Janine.
– ¿No? -repuso ella.
– ¿Qué es lo que usted escribió? ¿«Eres hombre muerto» o «Juramento de sangre»?
– La verdad es que no me acuerdo.
– Podemos pedirle una muestra de su escritura -terció Les Young.
La joven se encogió de hombros.
– No tengo nada que ocultar.
– ¿Cuándo vio por última vez a Cruikshank?
– Hará cosa de una semana en The Bane, jugando solo al billar porque todos le esquivaban.
– Me sorprende que fuese allí a beber si todos le detestaban.
– Le gustaba.
– ¿El local?
Harrison negó con la cabeza.
– Llamar la atención. Le daba igual el motivo, con tal de ser el centro de atención.
Por lo poco que Siobhan había visto de Cruikshank, esta apreciación le pareció acertada.
– Usted era amiga de Tracy, ¿verdad?
– Ahora recuerdo quién es usted -dijo Harrison esgrimiendo un dedo-. Estuvo en el entierro de Tracy, con los padres.
– Yo no la conocía.
– Pero bien que vio la tragedia -añadió otra vez en un tono acusatorio.
– Sí, la vi -contestó Siobhan sin inmutarse.
– Janine, somos policías y es nuestro trabajo -terció Young.
– Muy bien… pues pónganse a hacerlo y no esperen mucha ayuda -replicó ella apartando las manos de la espalda y cruzándose de brazos con firmeza.
– Si tiene algo que decirnos -insistió Young- es preferible que nos lo diga ahora.
– Pues les digo esto: yo no lo maté, pero me alegro de que haya muerto. -Se calló un momento-. Y si lo hubiera matado yo, lo estaría gritando a los cuatro vientos.
Siguieron unos segundos de silencio hasta que Siobhan preguntó:
– ¿Conoce mucho a Janet Eylot?
– La conozco. Trabaja aquí. Él está sentado en su silla -añadió señalando con la barbilla hacia Young.
– ¿Y fuera del trabajo?
Harrison asintió con la cabeza.
– ¿Iban juntas a los pubs? -insistió Siobhan.
– Alguna vez.
– ¿Estaba con usted en The Bane la última vez que vio a Cruikshank?
– Es probable.
– ¿No lo recuerda?
– No, no lo recuerdo.
– Tengo entendido que se pone un poco tonta cuando toma una copa.
– ¿Es que no ha visto que es una menudencia con tacones altos?
– ¿Quiere decir que no sería capaz de agredir a Cruikshank?
– Lo que digo es que no hubiera podido.
– Usted, Janine, por el contrario, está muy en forma.
– No es usted mi tipo -replicó Harrison con una sonrisa gélida.
Siobhan hizo una pausa.
– ¿Tiene idea de qué le puede haber sucedido a Ishbel Jardine?
A Harrison le sorprendió el súbito cambio de tema, pero al final dijo:
– No.
– ¿Nunca habló de marcharse?
– Nunca.
– Pero sí que hablaría de Cruikshank…
– Sí que hablaría.
– ¿Le importa ampliarlo?
Harrison negó con la cabeza.
– ¿Es eso lo que hacen cuando están atascados? ¿Echar la culpa a los ausentes para apuntarse un tanto? -Clavó la mirada en Siobhan-. Qué poca…
Young fue a decir algo, pero ella le cortó.
– Ya sé que es su trabajo. Un trabajo como otro; como trabajar aquí. Si alguien de los que están a nuestro cuidado muere, todos lo sentimos.
– Estoy seguro -añadió Young.
– Y hablando de trabajo, tengo que hacer varias rondas hasta que acabe mi turno. ¿Hemos acabado?
Young miró a Siobhan, quien planteó una última pregunta:
– ¿Sabía que Ishbel había escrito a Cruikshank a la cárcel?
– No.
– ¿Le sorprende?
– Pues sí.
– Tal vez no la conocía tan bien como creía. -Siobhan se interrumpió un instante-. Gracias por hablar con nosotros.
– Sí, muchas gracias -dijo Young, y añadió cuando ella comenzaba a alejarse-: Estaremos en contacto para esa muestra de su escritura.
Cuando se hubo ido, Young se recostó en la silla con las manos juntas detrás de la nuca.
– Si no fuera incorrecto, yo diría que es una cabrona.
– Probablemente es por deformación profesional.
El guardián que les había acompañado apareció de pronto como si hubiera permanecido a la escucha.
– Es buena chica una vez que se la conoce -informó-. Aquí tienen la dirección de Janet Eylot.
Al coger Siobhan la nota, advirtió que el hombre la observaba.
– Y por cierto, sí que es usted el tipo de Janine.
Janet Eylot vivía en las afueras de Banehall en un chalet nuevo donde, de momento, la vista desde la ventana de la cocina eran campos.
– No por mucho tiempo -dijo-. Ya les han echado el ojo los promotores.
– Disfrútelo mientras pueda -añadió Young aceptando la taza de té.
Estaban los tres sentados a una mesita cuadrada y en la casa había dos niños pequeños absortos en un videojuego.
– Sólo les dejo jugar una hora después de hacer los deberes -explicó Eylot.
A Siobhan, por el modo de decirlo, le pareció que era madre soltera. Saltó un gato a la mesa y Eylot lo hizo bajar con el brazo.
– ¡Que no, te he dicho! Disculpen -añadió llevándose una mano a la cara.
– Entendemos que esté afectada, Janet -dijo Siobhan sin levantar la voz-. ¿Conocía al que se ahorcó?
Eylot negó con la cabeza.
– Pero lo hizo a cincuenta metros de donde yo estaba. Te hace pensar en la cantidad de cosas horribles que suceden sin que una se entere.
– Comprendo lo que quiere decir -comentó Young.
Ella le miró.
– Claro, en su trabajo… ven constantemente cosas así.
– Como el cadáver de Donny Cruikshank -añadió Siobhan.
Acababa de advertir el cuello de una botella que asomaba en el cubo de la basura y un vaso secándose en el escurridor, y se preguntó cuántos se bebería Janet Eylot después del trabajo.
– Es el motivo de nuestra visita -dijo Young-. Queremos saber lo que hacía, qué personas le conocían y si le guardaban rencor.
– ¿Qué tiene eso que ver conmigo?
– ¿Usted no le conocía?
– Ni pensarlo.
– Creíamos que… después de lo que escribió en el váter de The Bane…
– ¡No fui la única! -espetó Eylot.
– Lo sabemos -dijo Siobhan con voz aún más afable-. No estamos acusando a nadie, Janet. Sólo tratamos de reunir datos.