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Min Tan asintió con la cabeza y levantó dos dedos.

– ¿Dos? -dijo Storey.

– Dos al menos -respondió Min Tan.

Temblaba y dio otro sorbo de té. Rebus se percató de que la ropa del chino era insuficiente para el frío de la mañana, y dio al contacto para poner en marcha la calefacción.

– ¿Adónde vamos? -preguntó Storey.

– Si vamos a pasarnos el día sentados en el coche acabaremos muertos -replicó Rebus.

– Dos muertos -puntualizó Min Tan al oír la última palabra de Rebus.

– ¿Uno de ellos fue el kurdo, Stef Yurgii? -preguntó Rebus.

– ¿Quién? -dijo el chino frunciendo el ceño.

– El hombre apuñalado. Era de los vuestros, ¿verdad? -añadió Rebus, volviéndose en el asiento, pero el chino negaba con la cabeza.

– No conozco a esa persona -dijo.

Rebus se apresuró a concluir:

– ¿Peter Hill y Stuart Bullen no mataron a Stef Yurgii?

– ¡Le digo que no conozco a ese hombre! -exclamó el chino.

– Vio cómo mataban a dos personas -terció Storey, pero el hombre negó con la cabeza-. Pero si acaba de decir que sí…

– Todos lo saben; nos lo dicen.

– ¿El qué? -insistió Rebus.

– Que hay dos… -respondió el hombre sin encontrar la palabra- después de muertos -añadió estirándose la piel del brazo que sostenía el vaso-. Desaparece todo, no queda nada.

– ¿No queda piel? -dijo Rebus-. Cuerpos sin piel. ¿Esqueletos?

Min Tan esgrimió un dedo corroborándolo.

– ¿Y la gente habla de eso? -añadió Rebus.

– Una vez… un hombre no quería trabajar con paga tan baja. Protestó y dijo a la gente que no trabajar, escapar…

– ¿Y lo mataron? -preguntó Storey.

– ¡No, matar no! -exclamó Min Tan incomodado-. ¡Por favor, escuche! Le llevaron a un local y le mostraron dos cuerpos sin piel y dijeron que suceder eso a él, a todos, si no obedecer y trabajar bien.

– Dos esqueletos -dijo Rebus en voz queda hablando consigo mismo.

Pero Min Tan le oyó.

– Madre e hijo -añadió con los ojos muy abiertos de terror, imaginándoselo-. Si matan madre e hijo y no los descubren, no los arrestan, pueden hacer lo que quieran, matar a cualquiera que no obedece.

Rebus asintió con la cabeza.

Dos esqueletos: madre e hijo.

– ¿Ha visto esos esqueletos?

Min Tan negó con la cabeza.

– Otros vieron. Uno, un niño envuelto en periódico. Lo enseñaron en Knoxland; la cabeza y las manos. Luego metieron a madre y niño en… bajo tierra -dijo al fin.

– ¿Un sótano? -preguntó Rebus.

Min Tan asintió con la cabeza repetidas veces.

– Enterraron allí delante de uno de nosotros. Él contó la historia.

Rebus miró por el parabrisas. Todo concordaba: habían utilizado los esqueletos para aterrorizar a los inmigrantes, quitándoles los alambres y los tornillos para que parecieran más reales. Y como epílogo los habían recubierto de cemento en presencia de un testigo para que lo contase al volver a Knoxland.

«Pueden hacer cualquier cosa, matar a cualquiera que no obedece…»

* * *

Faltaba media hora para abrir cuando llamó a la puerta de The Warlock.

Le acompañaba Siobhan, a quien había llamado desde el coche después de dejar a Storey y a Min Tan en Torphichen, donde Storey iba a plantear unas cuantas preguntas más a Bullen y al irlandés. Siobhan iba medio dormida y Rebus tuvo que explicarle varias veces los hechos. Lo que a él más le interesaba era cuántos pares de esqueletos habían aparecido en los últimos meses.

Y Siobhan había puntualizado que sólo uno, que ella supiera.

– De todos modos tengo que hablar con Mangold -dijo ella mientras él aporreaba con el pie la puerta del mesón, al ver que no contestaban a las llamadas normales.

– ¿Por algo en concreto? -preguntó Rebus.

– Ya lo verás cuando le interrogue.

– Gracias por decírmelo -comentó él dando una última patada sin resultado-. No hay nadie.

Siobhan consultó el reloj.

– Ya es casi la hora -dijo.

Él asintió con la cabeza. Normalmente tendría que haber alguien dentro preparando los barriles de cerveza y para abrir la caja. Los de la limpieza ya se habrían marchado, pero el que se encargara del bar debería estar calentando motores.

– ¿Qué hiciste anoche? -preguntó Siobhan por dar conversación.

– Poca cosa.

– Es extraño que no aceptaras que te llevara en el coche.

– Tenía ganas de pasear.

– Sí, eso dijiste -dijo ella cruzando los brazos-. ¿Para ir parando en los pubs del camino?

– Aunque no te lo creas, puedo estar horas seguidas sin beber -replicó él encendiendo un cigarrillo-. ¿Y tú qué hiciste? ¿Otra cita con el Mayor Calzoncillos?

Ella le miró y Rebus sonrió.

– Los apodos se divulgan enseguida.

– Tal vez, pero lo dices maclass="underline" es capitán, no mayor.

Rebus negó con la cabeza.

– Quizá fuera así al principio, pero puedo asegurarte que ahora es mayor. Son graciosos los motes…

Llegó hasta el extremo del callejón Fleshmarket; al exhalar humo hacia abajo advirtió algo y se acercó a la puerta del sótano.

La puerta estaba entreabierta.

La abrió del todo con el puño y entró seguido por Siobhan.

Ray Mangold, con las manos en los bolsillos, contemplaba absorto una de las paredes. Estaba solo en medio de las obras sin terminar. Ya no había suelo de hormigón ni escombros, pero sí polvo en el aire.

– Señor Mangold -dijo Rebus.

Mangold volvió la cabeza.

– Ah, son ustedes -contestó no muy contento.

– Bonitas contusiones -comentó Rebus.

– Se van curando -dijo Mangold tocándose la mejilla.

– ¿Cómo se las hizo?

– Ya se lo dije a su colega -añadió Mangold señalando con la cabeza a Siobhan-Tuve una discusión con un cliente.

– ¿Quién la ganó?

– El que ganó no volver a tomarse una copa en The Warlock.

– Disculpe si le interrumpimos -dijo Siobhan.

Mangold negó con la cabeza.

– Sólo estaba imaginando el aspecto que tendrá el local una vez terminado.

– A los turistas les encantará -comentó Rebus.

– Eso espero -añadió Mangold sonriente, sacando las manos de los bolsillos y juntándolas-. Bien, ¿qué se les ofrece hoy?

– Se trata de esos esqueletos… -dijo Rebus señalando el lugar en que habían aparecido.

– No puedo creer que sigan perdiendo el tiempo…

– No estamos perdiendo el tiempo -replicó Rebus al lado de una carretilla, seguramente de Joe Evans, el albañil, sobre la cual había una caja de herramientas abierta en la que destacaban un martillo y un escoplo. Rebus cogió el escoplo, sorprendido por su peso-. ¿Conoce a un tal Stuart Bullen?

Mangold reflexionó un instante.

– Sé que es el hijo de Rab Bullen.

– Exacto.

– Creo que es dueño de un club de striptease…

– The Nook.

– Eso es -añadió Mangold asintiendo con la cabeza.

Rebus dejó caer el escoplo en la carretilla.

– Y se dedica también al esclavismo, señor Mangold.

– ¿Al esclavismo?

– Inmigrantes ilegales. Los explota y se queda seguramente con una buena tajada. Y por lo visto les facilita identidades falsas.

– Dios -exclamó Mangold mirando a uno y otro sucesivamente-. Pero bueno, un momento, ¿qué tiene eso que ver conmigo?

– Hubo un inmigrante que le salió respondón y Bullen decidió meterle miedo enseñándole un par de esqueletos enterrados en un sótano.

– ¿Esos que desenterró Evans? -preguntó Mangold con los ojos muy abiertos.

Rebus se encogió de hombros sin apartar los ojos de Mangold.

– ¿Siempre está cerrada la puerta del sótano, señor Mangold?

– Escuche, ya les dije desde un principio que el cemento lo habían echado antes de hacerme cargo yo del local.