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– Los explotaba al máximo.

– ¿Y por qué no se marchaban?

– Usted mismo ha dicho que le tenía miedo, ¿cree que ellos no se lo iban a tener?

– Ésa es una explicación.

– Tenemos pruebas de intimidación.

– Puede que lo lleve en los genes -añadió Baird tirando ceniza al suelo.

– ¿De tal palo, tal astilla? -apostilló Felix Storey.

Rebus se levantó y dio la vuelta a la silla de Baird, deteniéndose y agachando la cabeza hasta el hombro de éste.

– ¿Dice que no sabe que traficaba con personas?

– No.

– Bien, ahora que se lo hemos explicado, ¿qué piensa?

– ¿Qué quiere decir?

– ¿Le sorprende?

Baird reflexionó un instante.

– Pues sí.

– ¿Y por qué?

– No lo sé… Tal vez porque nunca me figuré que Stu pudiera jugar tan fuerte.

– ¿Es un delincuente de poca monta? -dijo Rebus.

Baird pensó un instante y asintió con la cabeza.

– Eso del tráfico de personas es cosa de altos vuelos, ¿no cree?

– Exacto -respondió Felix Storey-. Y quizá Bullen lo hacía por eso, para demostrar que estaba a la altura de su padre.

El comentario dio tregua a Baird, y Rebus advirtió que el hombre pensaba en su propio hijo, Gareth. Competencia entre padres e hijos.

– Vamos a aclarar esto -dijo Rebus volviendo a donde estaba previamente para tener a Baird frente a frente-. No sabía nada de los pasaportes falsificados y le sorprende que Bullen jugara tan fuerte en un asunto como éste.

Baird asintió con la cabeza mirándole a la cara.

Felix Storey se puso en pie.

– Pues, en resumen, es lo que hacía.

Tendió la mano a Baird para que se la estrechara y por instarle a levantarse de la silla.

– ¿Puedo marcharme? -preguntó.

– Si promete no huir. Le llamaremos, tal vez dentro de unos días para proceder a otro interrogatorio grabado.

Baird asintió con la cabeza sin darle la mano. Miró a Rebus, que tenía las suyas en los bolsillos, poco predispuesto a tenderle una.

– ¿Conoce la salida? -preguntó Storey.

Baird asintió con la cabeza y abrió la puerta sin acabar de creerse su suerte. Rebus aguardó a que se cerrara la puerta.

– ¿Por qué cree que no va a huir? -preguntó en voz baja para que Baird no lo oyera.

– Una intuición.

– ¿Y si se equivoca?

– No nos ha dicho nada que no supiésemos.

– Él es una pieza del rompecabezas.

– Tal vez, John, pero si así es, no es más que un simple trocito de cielo o de nube que no afecta a la estampa completa.

– ¿La estampa completa?

El rostro de Storey se endureció.

– ¿No cree que ya he utilizado más que de sobra las celdas de la policía de Edimburgo? -espetó cogiendo el móvil para ver si tenía mensajes.

– Escuche -replicó Rebus-. Trabaja en este caso hace tiempo, ¿de acuerdo?

– Eso es -contestó Storey sin levantar la vista de la pantalla.

– ¿Y hasta dónde llegan sus averiguaciones? ¿Quién más está implicado aparte de Stuart Bullen?

Storey levantó la vista.

– Tenemos algunos nombres; un transportista de Essex y una banda turca de Rotterdam…

– ¿Inequívocamente relacionados con Bullen?

– Relacionados.

– ¿Y todo eso lo sabe gracias a su confidente anónimo? ¿Y no se le ocurre preguntarse…?

Storey alzó un dedo pidiendo silencio para poder escuchar un mensaje. Rebus giró sobre sus talones, se arrimó a la pared opuesta y sacó el móvil, que empezó a sonar inmediatamente. No había mensajes, pero tenía una llamada.

– Hola, Caro -dijo al reconocer el número.

– Acabo de oír las noticias.

– ¿Sobre qué?

– Toda esa gente detenida en Knoxland, esos pobrecillos…

– Por si le sirve de consuelo, hemos detenido también a los malos y estarán entre rejas mucho después de que los otros hayan salido.

– ¿Hayan salido, hacia dónde?

Rebus miró a Felix Storey, sin saber qué contestar.

– John…

Una fracción de segundo antes de que la plantease, Rebus ya sabía qué pregunta iba a hacerle.

– ¿Estaba allí cuando derribaron las puertas y los detuvieron? ¿Fue testigo de eso?

Pensó en mentir, pero ella no lo merecía.

– Sí, allí estaba -dijo-. Es mi trabajo, Caro -añadió en voz más baja al ver que Storey ponía fin a la conversación-. ¿Ha oído que hemos atrapado a los culpables?

– Hay otros trabajos, John.

– Es lo que soy, Caro… Lo toma o lo deja.

– ¿Se ha enfadado?

Miró hacia Storey, que guardaba el teléfono, y comprendió que su deber era Storey, no Caro.

– Tengo que irme… ¿Podemos hablar después?

– ¿Hablar de qué?

– De lo que quiera.

– ¿De las miradas de esa gente? ¿De los niños llorando? ¿Hablamos de eso?

Rebus apretó el botón rojo y cerró el móvil.

– ¿Todo bien? -preguntó Storey solícito.

– Guai, Felix.

– Nuestro trabajo puede causar estragos. La noche en que fui a su piso noté la ausencia de una señora Rebus.

– Acabará siendo buen policía.

Storey sonrió.

– Mi esposa y yo… La verdad es que seguimos juntos por los niños.

– Pues no veo que lleve anillo de casado.

– Es cierto, no lo llevo -dijo Storey alzando la mano.

– ¿Sabe Phyllida Hawes que está casado?

– Eso no es asunto suyo, John -dijo Storey serio, entornando los ojos.

– Es cierto… Hablemos de ese Garganta Profunda suyo.

– ¿Qué pasa?

– Por lo visto sabe muchas cosas.

– ¿Y?

– ¿No se ha planteado cuál será la motivación?

– Pues no.

– ¿Y no se lo ha preguntado?

– ¿Para espantarle? -dijo Storey cruzando los brazos-. ¿Para qué iba a hacerlo?

– Para dar un vuelco a la situación.

– ¿Sabe una cosa, John? Al mencionar Stuart Bullen a ese Cafferty, consulté la documentación y he visto que ustedes dos se conocen hace mucho tiempo.

– ¿Qué quiere decir? -replicó Rebus frunciendo el ceño.

Storey alzó las manos disculpándose.

– No viene a cuento. Mire -añadió consultando el reloj-, creo que es hora de almorzar. Le invito. ¿Sabe de algún restaurante recomendable?

Rebus negó despacio con la cabeza sin dejar de mirarle.

– Vamos a Leith y ya encontraremos uno en la playa.

– Lástima que conduzca -dijo Storey-. Tendré que beber yo por los dos.

– Bueno, un vaso puedo tomarme -replicó Rebus.

Storey sostuvo la puerta cediéndole el paso. Rebus salió el primero, impasible y sin dejar de pensar. Storey se había puesto nervioso y había mencionado a Cafferty para dar la vuelta a la situación. ¿Qué es lo que temía?

– ¿No ha grabado nunca una llamada de ese confidente anónimo? -preguntó como quien no quiere la cosa.

– No.

– ¿Y tiene idea de cómo supo su número?

– No.

– ¿Ni tiene un número de él?

– No.

Rebus miró por encima del hombro el rostro ceñudo del oficial de Inmigración.

– Es una ficción, ¿verdad, Felix?

– Si fuera una ficción no estaríamos aquí -refunfuñó Storey.

Rebus se encogió de hombros.

* * *

– Lo tenemos -anunció Les Young a Siobhan al entrar ella en la biblioteca de Banehall.

Roy Brinkley, que estaba en el mostrador, le había dirigido una sonrisa al pasar. Ahora se explicaba aquellas voces en el cuarto de la investigación: habían capturado a Spiderman.

– Explícame -dijo.

– Sabes que envié a Maxton a Barlinnie para que averiguase si Cruikshank había hecho algún amigo en la cárcel. Bien, se llama Mark Saunders.