– ¿Qué?
– Algunos procedían de Whitemire, otros tenían visado caducado y otros…
– ¿Sí?
Rebus se encogió de hombros.
– Había unos cuantos sin papeles… y quedan unos pocos que, al parecer, llegaron aquí en un camión. Sólo unos pocos, Felix, sin pasaporte ni documento de identidad falsos.
– ¿Y bien?
– Pues que ¿dónde está esa gran operación de entrada de inmigrantes ilegales? Y Bullen, el rey de la delincuencia, con una caja fuerte llena de documentación falsa… ¿Cómo es que no salió a relucir nada fuera del despacho?
– Puede ser que acabara de recibir una nueva remesa de sus amigos de Londres.
– ¿De Londres? -repitió Rebus frunciendo el ceño-. No me había dicho que tuviera amigos en Londres.
– Dije Essex, ¿no es cierto? Para el caso es lo mismo.
– Acepto su palabra.
– Bien, ¿vamos a hacer una visita a Whitemire o qué?
– Una última cosa… -añadió Rebus alzando un dedo-. Entre nosotros dos, ¿hay algo que me oculta sobre Stuart Bullen?
– ¿Como qué?
– Sólo lo sabré si me lo dice.
– John…, el caso está cerrado. Hemos obtenido resultados. ¿Qué más quiere?
– Tal vez quiero estar seguro de que estoy…
Storey alzó una mano como quien pide benevolencia, pero demasiado tarde.
– Al tanto -dijo Rebus.
Cuando llegaron a Whitemire, Caro, que estaba junto a la pista hablando por el móvil, ni los miró.
Pasaron los controles de seguridad habituales, abrieron y cerraron las puertas y el vigilante les acompañó desde el aparcamiento hasta el edificio, ante el cual estacionaban media docena de furgonetas vacías: los refugiados ya habían llegado. Felix Storey miraba todo con un gran interés.
– Me imagino que no había venido aquí nunca -dijo Rebus.
Storey negó con la cabeza.
– Pero he ido varias veces a Belmarsh, ¿sabe dónde está?
Rebus negó con la cabeza.
– En Londres. Es una auténtica cárcel de alta seguridad donde internan a los solicitantes de asilo.
– Precioso.
– Esto, comparado con aquello, es como el Club Mediterráneo.
En la puerta principal les aguardaba Alan Traynor sin ocultar su irritación.
– Oigan, no sé a qué vendrán, pero ¿no podrían aplazarlo? Estamos intentando acomodar a docenas de nuevos ingresados.
– Lo sé -dijo Felix Storey-. Yo los envié.
Traynor no pareció oírlo, preocupado como estaba con sus problemas.
– Tendremos que alojarlos en el comedor, pero nos va a ocupar horas.
– En ese caso, cuanto antes se deshaga de nosotros, mejor -dijo Storey.
Traynor hizo un gesto teatral.
– Muy bien. Síganme.
En la oficina externa al despacho pasaron por delante de Janet Eylot, que levantó la vista del ordenador, clavó los ojos en Rebus y abrió la boca para decir algo, pero él se anticipó.
– Perdone, señor Traynor, pero tengo que ir al… -dijo señalando hacia el pasillo donde había visto unos servicios-. Vuelvo enseguida.
Storey le miró convencido de que tramaba algo, Rebus le hizo un guiño, giró sobre sus talones y fue hacia el pasillo, donde aguardó hasta oír que se cerraba la puerta del despacho de Traynor. Entonces asomó la cabeza y dirigió un suave silbido a Janet Eylot, quien se levantó y fue a su encuentro.
– ¡Cómo son ustedes! -dijo entre dientes.
Rebus se llevó un dedo a los labios y ella bajó la voz temblando de rabia.
– No me dejan en paz desde la primera vez que hablé con usted. Ha venido la policía a mi casa, ha estado en mi cocina, acabo de llegar de la comisaría de Livingston ¡y aquí está usted otra vez! Y ahora con todo este montón de ingresos no damos abasto…
– Tranquila, Janet, tranquila. -La joven temblaba, tenía los ojos enrojecidos bañados en lágrimas y le latía una venilla junto al párpado izquierdo-. Pronto habrá acabado todo; ahora no tiene por qué preocuparse.
– Sabiendo que soy sospechosa de homicidio, ¿no?
– Estoy seguro de que no es sospechosa. Se trata sólo de pesquisas necesarias.
– ¿Han venido a hablar de mí con el señor Traynor? ¿No basta con que haya tenido que mentirle esta mañana sobre mi ausencia, diciéndole que era un asunto urgente de familia?
– ¿Por qué no le ha dicho la verdad?
Ella negó violentamente con la cabeza. Rebus se inclinó y miró hacia la oficina. La puerta de Traynor seguía cerrada.
– Escuche, van a sospechar algo…
– ¡Explíqueme a qué viene todo esto y por qué me afecta a mí!
Rebus la sujetó por los hombros.
– Aguante un poco, Janet. Un poco más.
– No sé hasta cuándo podré aguantar… -repuso ella con voz desmayada y mirada perdida.
– Tómeselo con calma, Janet. Es lo mejor -dijo Rebus bajando las manos y mirándola a la cara un instante-. Tómeselo con calma -repitió alejándose sin volver la cabeza.
Llamó a la puerta del despacho de Traynor y entró.
Vio que estaban los dos sentados y él ocupó la silla vacía.
– Le he explicado al señor Traynor lo de la red ilegal de Stuart Bullen -dijo Storey.
– No me lo puedo creer -aseguró Traynor alzando las manos.
Rebus, sin hacer caso, miró a Storey.
– ¿No le ha dicho lo otro? -preguntó.
– Esperaba a que estuviera usted presente.
– ¿Qué es lo que no me ha dicho? -inquirió Traynor esbozando una sonrisa.
Rebus volvió hacia él la mirada.
– Señor Traynor, muchos de los que detuvimos provenían de Whitemire y habían salido avalados por Stuart Bullen.
– Imposible -replicó sin sonreír mirando a uno y otro-. No lo habríamos aceptado.
Storey se encogió de hombros.
– Lo haría con nombres falsos y direcciones falsas.
– Entrevistamos a los avalistas.
– ¿Usted personalmente, señor Traynor?
– No siempre.
– A la entrevista acudirían individuos de aspecto respetable que le suplantaban -dijo Storey sacando un papel del bolsillo-. Tengo aquí la lista de Whitemire y puede comprobarla usted mismo.
Traynor cogió el papel y lo leyó.
– ¿Le suena algún nombre? -preguntó Rebus.
Traynor asintió despacio con la cabeza, pensativo. Sonó el teléfono y lo cogió.
– Sí, diga. No; podemos apañarnos, aunque nos llevará su tiempo; el personal tendrá que hacer horas extra… Sí, claro que haré una hoja de cálculo, pero tardaré unos días… -Escuchó a su interlocutor sin apartar la vista de sus visitas-. Bien, por supuesto. Si pudiéramos contratar más personal o recibir un refuerzo de otros centros… Hasta que los nuevos estén controlados, por así decir…
La conversación prosiguió un minuto más y Traynor anotó algo en una hoja mientras colgaba.
– Ya ven lo ocupado que estoy -comentó.
– ¿Organizando el caos? -aventuró Storey.
– Por eso debo abreviar esta reunión.
– ¿Debe? -inquirió Rebus.
– No tengo más remedio.
– ¿Y no será porque tiene miedo de lo que vamos a preguntarle?
– No acabo de entenderle, inspector.
– ¿Quiere que le facilite una hoja de cálculo? -replicó Rebus con una sonrisa glacial-. Resulta mucho más fácil organizar algo así con alguien dentro.
– ¿Qué?
– Cuestión de dinero que cambia de mano, aparte de la suma del aval.
– Escuche, verdaderamente, no sé a qué se refiere.
– Eche otro vistazo a lista, señor Traynor. Hay en ella un par de nombres kurdos, de kurdos turcos, como los Yurgii.
– ¿Y qué?
– Cuando le pregunté me dijo que no había salido de Whitemire ningún kurdo avalado.
– Pues me equivocaría.
– Y hay un nombre en la lista que creo que es de Costa de Marfil.
Traynor bajó la vista hacia la lista.
– Eso parece.
– Costa de Marfil, cuyo idioma oficial es el francés. Pero cuando yo le pregunté si había africanos en Whitemire me dijo lo mismo: que no habían avalado a ninguno.