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Rebus sostuvo el vaso mientras ella servía.

– ¿Tú quieres uno?

Él meneó la cabeza.

– Voy por el tercer whisky, y ya sabes lo que dicen del vino y el whisky.

Siobhan cogió el vaso que él le tendía y se sentó en el sofá.

– ¿Tú has tenido una tarde tranquila? -preguntó Rebus.

– Qué va, he estado dale que dale hasta hace tres cuartos de hora.

– ¿Ah, sí?

– Logré convencer a Ray Duff para que se quedara hasta tarde.

Rebus asintió con la cabeza. Ray Duff trabajaba en el laboratorio forense de la policía en Howdenhall, y ya le debían unos cuantos favores.

– A Ray le cuesta negarse -comentó él-. ¿Se trata de algo que me interese?

Ella se encogió de hombros.

– No lo sé muy bien. ¿Qué tal ha sido tu jornada?

– ¿Te has enterado de lo de Alan Traynor?

– No.

Rebus se tomó su tiempo para hablar; se llevó el vaso a los labios, dio un par de sorbos y los saboreó con fruición.

– Es agradable tomarse una copa juntos, ¿no?

– Vale, acepto… Tú me cuentas lo tuyo y yo te cuento lo mío.

Rebus sonrió y se acercó a la mesa en que estaba la botella de Bowmore, se llenó el vaso y volvió a sentarse.

Y comenzó a hablar.

A continuación Siobhan le explicó lo que había estado haciendo ella. Van Morrison fue seguido por Hobotalk, y Hobotalk por James Yorkston. Ya era más de medianoche. Después de hacer tostadas con mantequilla y despacharlas, en la botella de vino quedaba la cuarta parte y la de whisky estaba en las últimas. Cuando Rebus comentó que no intentara conducir, Siobhan le confesó que había venido en taxi.

– ¿O sea que era todo premeditado? -dijo él en broma.

– Puede ser.

– ¿Y si hubiera estado aquí Caro Quinn?

Siobhan se encogió de hombros.

– No era probable -añadió Rebus mirándola-. Me parece que he roto con Nuestra Señora de las Vigilias.

– ¿La… qué?

– Así la llama Mo Dirwan.

Siobhan miró fijamente su vaso. Rebus pensó que tendría varias preguntas y media docena de reproches, pero al final sólo comentó:

– Creo que de aquí no paso.

– ¿Lo dices por mi compañía?

Ella negó con la cabeza.

– Por el vino. ¿Podría tomar un café?

– Ya sabes donde está la cocina.

– Eres el anfitrión perfecto -dijo ella levantándose.

– Yo también tomaré uno, si me invitas.

– No te invito.

Pero volvió con dos tazas.

– La leche de la nevera aún puede utilizarse.

– ¿Y bien?

– Pues que es la primera vez, ¿no?

– Ah, cría cuervos… -replicó Rebus dejando la taza en el suelo.

Ella se sentó en el sofá con la taza entre las manos. Aprovechando su ausencia en la cocina, él había entreabierto la ventana para que no se quejara del humo. Advirtió que ella se había percatado y esperó a ver si hacía algún comentario.

– ¿Sabes lo que me pregunto, Shiv? Por qué esos esqueletos irían a parar a manos de Stuart Bullen. ¿No sería la pareja de Pippa Greenlaw aquella noche?

– Lo dudo. Ella dijo que se llamaba Barry o Gary y que jugaba al fútbol. Creo que por eso le conoció…

Interrumpió lo que decía al ver la sonrisa en el rostro de Rebus.

– ¿Recuerdas el golpe que me di en la pierna en The Nook? -preguntó-. El barman australiano comentó que él bien sabía lo que era.

– Porque era como una lesión frecuente en el fútbol -añadió ella asintiendo con la cabeza.

– Y se llama Barney, ¿verdad? No es Barry, pero muy parecido.

Siobhan seguía asintiendo con la cabeza. Sacó del bolso el móvil y el bloc y buscó el número.

– Es la una de la madrugada -dijo Rebus.

Ella, sin hacerle caso, marcó el número y se llevó el aparato al oído.

En cuanto contestaron al otro lado de la línea comenzó a hablar.

– ¿Pippa? Soy la sargento Clarke, ¿me recuerda? ¿Está en un club? -preguntó con la vista clavada en Rebus para irle poniendo al corriente-. Ah, esperando un taxi para volver a casa… ¿Sale del Opal Lounge? Escuche, perdone que la moleste a esta hora.

Rebus se acercó al sofá y arrimó el oído al teléfono. Oía ruido de tráfico, voces de borrachos, de pronto, un frenazo. «¡Taxi!», seguido de unas palabrotas.

– Me lo han quitado -dijo Pippa Greenlaw con la respiración sofocada.

– Pippa -siguió Siobhan-, se trata de su pareja aquella noche de la fiesta de Lex…

– ¡Lex está conmigo! ¿Quiere hablar con él?

– Quiero hablar con usted.

– Creo que estamos a punto de iniciar algo -dijo Greenlaw bajando la voz como si tratara de evitar que alguien la oyese.

– ¿Usted y Lex? Estupendo, Pippa -comentó Siobhan poniendo los ojos en blanco-. Bien, respecto a esa noche en que desaparecieron los esqueletos…

– ¿Sabe que a uno de ellos le di un beso?

– Ya me lo dijo.

– Pues todavía siento asco… ¡Taxi!

– Pippa -prosiguió Siobhan apartando el teléfono del oído-, sólo quiero saber una cosa. Su pareja de aquella noche… ¿no sería un australiano llamado Barney?

– ¿Cómo?

– Que si era un australiano quien la acompañó a la fiesta…

– Ah, pues ahora que lo dice…

– ¿Y no pensó que merecía la pena mencionármelo?

– No se me ocurrió en aquel momento. Se me pasaría… -respondió Greenlaw dejando la frase en el aire y resumiendo de qué hablaban a Lex Cater, a quien pasó el teléfono.

– ¿Hablo con la pequeña alcahueta? Me ha dicho Pippa que organizó el encuentro con ella aquella noche en que tenía usted que haber acudido a la cita y fue ella la que compareció. ¿Fue por aquello de la solidaridad femenina?

– No me dijo que la pareja de Pippa en la fiesta era un australiano.

– ¿Era un australiano? Pues ni me di cuenta… Le paso a Pippa.

Pero Siobhan cortó la comunicación.

– «Pues ni me di cuenta…» -repitió. Rebus volvió a su sillón.

– Suele pasarle a gente como él porque se creen el ombligo del mundo. ¿De quién sería la idea? -añadió Rebus pensativo.

– ¿De qué?

– Lo de los esqueletos no fue un robo por encargo. Así que o Barney Grant tuvo la idea de utilizarlos para asustar a los inmigrantes…

– O fue idea de Stuart Bullen.

– Pero si fue idea de nuestro amigo Barney, quiere decir que estaba al corriente de lo que Bullen se traía entre manos y que no es un camarero, sino su lugarteniente.

– Lo que explicaría que estuviera con Howie Slowther, y que éste trabajase también para Bullen.

– O más bien para Peter Hill, pero tienes razón; en definitiva es lo mismo.

– En consecuencia, Barney Grant debería igualmente estar entre rejas -añadió Siobhan-. Porque si no, todo volverá a comenzar.

– Ahora nos vendría muy bien alguna prueba concreta. Sólo tenemos en el haber que Barney Grant iba en un coche con Slowther…

– Eso y los esqueletos.

– No es mucho para motivar al fiscal.

Siobhan sopló la superficie del café. El tocadiscos había dejado de sonar, quizás hacía un buen rato.

– Cosas para resolver otro día, ¿no, Shiv? -dijo Rebus finalmente.

– ¿Me invitas a que me vaya?

– Soy mayor que tú y necesito dormir.

– Yo creía que las personas mayores necesitaban dormir menos.

Rebus meneó la cabeza.

– No necesitan dormir menos. Lo quieren.

– ¿Por qué?

Rebus se encogió de hombros.

– Porque se acerca la muerte, imagino.

– ¿Y cuando mueres tienes tiempo de sobra para dormir?

– Eso es.

– Bueno, pues perdona que te tenga en vela tan tarde, viejo.