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Sólo Kate había desayunado, y se dirigieron al cercano café de Elephant House en el coche de Rebus, que encontró sitio para aparcar en Chambers Street. Chantal quería chocolate, Kate una infusión, y Rebus pidió una ración de cruasans y pastelillos y un café solo doble para él, más botellas de agua y zumo de naranja. Si no las bebían, lo haría él, probablemente con un par más de aspirinas de suplemento a las tres que había tragado antes de salir de casa.

Se sentaron a una mesa al fondo, junto a una ventana con vistas al patio de la iglesia, donde unos borrachos iniciaban su jornada pasándose una lata de cerveza extra fuerte. Pocos días antes unos jóvenes habían profanado una tumba y jugado al fútbol con un cráneo. Por los altavoces del local sonaba suavemente Mad World, y Rebus pensó que con toda razón.

Rebus hacía tiempo, dejando que Chantal devorase el desayuno. La joven dijo que los pasteles eran demasiado dulces, pero comió dos cruasans acompañándolos con una botella de zumo.

– Sería mejor fruta fresca -comentó Kate.

Rebus, que daba cuenta de un trozo de tarta de albaricoque, no supo exactamente si lo decía por él o por su amiga. Al llegar el momento de repetir café, Chantal dijo que iba a tomar otro chocolate y Kate se sirvió otra taza de infusión color frambuesa. Rebus observó a las dos mujeres mientras aguardaba en el mostrador. Hablaban tranquilamente sin alterarse. Chantal no estaba nerviosa. Por eso había elegido el Elephant House, mejor que la comisaría. Cuando volvió a la mesa con el café y el chocolate, la joven sonrió y le dio las gracias.

– Bueno -dijo Rebus llevándose la taza a los labios-, por fin he podido conocerla, Chantal.

– Es muy persistente.

– Tal vez sea mi única virtud. ¿Quiere contarme qué sucedió aquel día? Creo que conozco parte de ello. Stef era periodista y sabía muy bien lo que era un buen reportaje. Me imagino que fue usted quien le dijo lo de Stevenson House.

– Él ya sabía algo -dijo Chantal titubeante.

– ¿Cómo se conocieron?

– En Knoxland. Él… -comenzó a decir.

Se volvió hacia Kate y largó una parrafada en francés, que ésta tradujo.

– Stef se dedicaba a preguntar a los inmigrantes que se encontraba por el centro de Edimburgo, y ahí nacieron sus sospechas.

– ¿Y Chantal le dio datos y se hizo amiga suya? -aventuró Rebus.

Chantal asintió con la mirada.

– Y luego Stuart Bullen le sorprendió husmeando…

– No fue Bullen -replicó ella.

– Sería Peter Hill -dijo Rebus describiendo al irlandés.

Chantal se reclinó ligeramente en el respaldo como impresionada por lo que decía.

– Sí, fue él. Le persiguió y… le apuñaló -explicó bajando la vista y recogiendo las manos en su regazo.

Kate puso encima una mano compasiva.

– Usted echó a correr -continuó Rebus despacio.

Chantal comenzó de nuevo a hablar en francés.

– No tenía otro remedio -dijo Kate-. Porque, si no, la habrían enterrado en el sótano con los otros.

– No había nadie enterrado -replicó Rebus-. Era un truco.

– Ella estaba aterrada -añadió Kate.

– Pero regresó al lugar a poner flores.

Kate lo tradujo a Chantal, quien asintió con la cabeza.

– Ha cruzado todo un continente para llegar a un país donde sentirse segura -dijo Kate- y lleva casi un año en Edimburgo sin entender aún lo que sucede aquí.

– Dígale que no es la única. Yo llevo intentándolo más de medio siglo.

Mientras Kate traducía sus palabras, Chantal sonrió levemente. Rebus no sabía muy bien qué relación habría tenido con Stef. ¿Había sido algo más que una fuente de información o se había servido exclusivamente de ella como hacen muchos periodistas?

– ¿Hay alguien más implicado, Chantal? -preguntó-. ¿Había alguien más aquel día?

– Uno joven… con poco pelo… y sin un diente aquí -dijo ella dándose un golpecito en el centro de su blanca dentadura.

Rebus comprendió que se refería a Howie Slowther. Podría obligarle a comparecer en rueda de reconocimiento de sospechosos.

– Chantal, ¿por qué cree que se enteraron de lo que hacía Stef? ¿Cómo sabían que iba a publicarlo en los periódicos?

– Porque él se lo dijo -respondió ella alzando la vista.

– ¿Él se lo dijo? -inquirió Rebus entornando los ojos.

La joven asintió con la cabeza.

– Él quería que su familia viniera con él y sabía que ellos podían hacerlo.

– ¿Avalarlos para que salieran de Whitemire?

Ella volvió a asentir, y Rebus se inclinó sobre la mesa.

– ¿Intentaba chantajearlos?

– No decir lo que sabía a cambio de tener a su familia.

Rebus se reclinó en el asiento y miró la calle a través del cristal.

Sus ojos se centraron con avidez en la lata de cerveza extra fuerte. Un mundo loco de verdad. Más le habría valido a Stef Yurgii suicidarse. No se había reunido con el periodista del Scotsman porque era sólo un farol para que Bullen viera de lo que era capaz. Y todo por su familia… Chantal era una amiga si acaso. El pobre no era más que un hombre desesperado, esposo y padre, metido en un juego peligroso y muerto por su coraje.

Muerto por el peligro que representaba. A él no iban a disuadirle unos esqueletos.

– ¿Vio lo que sucedió? -preguntó-. ¿Vio cómo mataban a Stef?

– Yo no podía hacer nada.

– Llamó por teléfono. Hizo lo que pudo.

– Pero no bastó… no bastó… -añadió ella, echándose a llorar.

Kate la consolaba. Dos ancianas de otra mesa les miraban, dos señoras de Edimburgo, con su rostro empolvado y el abrigo abotonado casi hasta la barbilla, que probablemente no habían tenido otra vida que tomar el té y cotillear. Rebus las fulminó con la mirada hasta que volvieron la cabeza a otro lado y continuaron untando de mantequilla sus tostadas.

– Kate -dijo-, tendrá que repetir lo que vio, para que conste oficialmente.

– ¿En la comisaría? -preguntó Kate.

Rebus asintió con la cabeza.

– Convendría que la acompañases -añadió él.

– Sí, desde luego.

– Hablará con otro inspector que se llama Shug Davidson. Es buena persona y sabe tratar a la gente mucho mejor que yo.

– ¿Usted no estará?

– No creo. El encargado es Shug -dijo Rebus tomando un sorbo de café y saboreándolo antes de tragarlo-. Yo no tenía que intervenir en este caso -añadió como para sus adentros mirando otra vez hacia la calle.

Llamó a Davidson con el móvil, le explicó su gestión y dijo que acompañaría a las dos mujeres a Torphichen.

Chantal no dijo una palabra en el coche y sólo miraba por la ventanilla, pero Rebus tenía otras preguntas que hacer a su amiga, que ocupaba el asiento de atrás.

– ¿Qué tal fue la conversación con Barney Grant?

– Bien.

– ¿Va a seguir abriendo The Nook?

– Sí, hasta que vuelva Stuart. ¿Por qué se ríe?

– Porque no sé si es eso lo que Barney desea.

– No acabo de entenderle.

– No importa. Esa descripción que le di a Chantal es de un hombre llamado Peter Hill, un irlandés, probablemente con contactos paramilitares. Sabemos que ayudaba a Bullen a cambio de que éste le ayudara a pasar droga en la barriada.

– ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

– Tal vez nada. El más joven, ése al que le falta un diente, se llama Howie Slowther.

– Ya mencionó antes su nombre.

– Sí. Lo hice porque después de tu charla con Barney Grant en el club, Barney subió a un coche en el que estaba Howie Slowther -añadió cruzando su mirada con la de ella en el retrovisor-. Barney está implicado de lleno en esto, Kate, y tal vez en algo más. Así que si piensas fiarte de él…

– No se preocupe por mí.

– Me alegro de que lo digas.