– Debía habernos avisado de la amenaza. Esto es lo que habrían hecho todos los policías que conozco.
– Quizá Scotland Yard es diferente.
– ¿Le estás defendiendo?
– Supongo que sí. -Se puso la tarjeta en el bolsillo de sus tejanos-. ¿Recuerdas que de pequeña robé comida para alimentar a Mike cuando estaba escondido en aquel callejón? No quería hacerlo. Sabía que estaba mal, pero Mike sólo tenía seis años y se habría muerto de hambre si no hubiera hallado el modo de alimentarle. A veces has de hacer cosas malas para evitar otras peores.
– No es lo mismo. Sólo tenías diez años.
– Si no viera otra solución, volvería a hacer lo mismo. Quizá por eso entiendo a Trevor.
– No puedes entenderle -dijo Eve tajante-. No le conoces.
– Simplemente, no veo el porqué de tanto alboroto. Me dijiste que Joe pensaba que estaba obsesionado con este caso. Puedo entender que alguien que se sienta tan involucrado quisiera indagar un poco para ver si encontraba algún sospechoso antes de que yo estuviera rodeada de policías que pudieran disuadirle.
– Eso es más de lo que yo puedo entender. -Eve apretó los labios-. ¿Y por qué guardas esa tarjeta?
– Porque le he creído cuando ha dicho que no quería que me pasara nada. -Miró a Eve a los ojos-. ¿Y tú?
Eve quería negarlo, pero no habría sido sincera y Jane se habría dado cuenta.
– Sí, pero eso no significa que confíe en su forma de actuar y en sus medios.
Jane asintió con la cabeza.
– Te entiendo. Pero a veces nos hemos de conformar con lo que tenemos. Trevor puede ser poco convencional, pero apuesto a que es muy bueno en su trabajo. -Se dirigió hacia su dormitorio-. Ahora me voy a hacer mis deberes para poder disfrutar de la comida china que traerá Joe.
Eve observó cómo cerraba la puerta de su dormitorio. ¡Jesús! ¡Cómo desearía que Jane no fuera tan inteligente! Desde que era pequeña siempre tenía las ideas claras y confiaba en sus criterios.
Y sus criterios, generalmente, eran buenos, mejor que los de la mayoría de los adultos. Eso no significaba que fuera perfecta. Trevor era inteligente y carismático y ambas cualidades atraerían a una adolescente como Jane.
Pero no había adolescentes como Jane. Era única y sus reacciones eran típicamente suyas.
Se había guardado ese teléfono, ¡maldita sea!
Suspiró. ¿Quién sabía lo que se le ocurriría a Jane? Quizá se estaba preocupando por nada.
Al fin y al cabo, Jane le había echado de casa sólo por haberla molestado a ella.
– Este es el Peachtree Plaza. -Joe se paró antes de llegar a la puerta principal-. Te he reservado habitación para dos noches. No pensaba que estarías más tiempo.
– Y ahora esperas que no sea así. -Mientras Trevor salía del coche el portero del hotel ya le estaba abriendo la puerta-. Mi ayuda ya no es necesaria.
– Imagino que podré encontrar todo lo que necesito en esos archivos que has traído. No te necesitamos.
Trevor sonrió.
– Pero aquí me tienes. ¿Y cómo sabes que lo he puesto todo en esos archivos?
Joe le miró fijamente a la cara.
– ¿Por ejemplo?
– La procedencia de las cenizas volcánicas. Verás que los geólogos no han llegado a ninguna conclusión.
– Pero ¿tú sabes de dónde proceden?
– Tengo teorías.
– Las teorías no son pruebas.
– Pero son un punto de partida.
– ¿Y tienes alguna teoría sobre la razón por la que deja las cenizas?
– Quizá. -Trevor le dio una propina al portero cuando le cogió su bolsa de viaje-. Lo que es cierto es que los dos podemos ayudarnos mutuamente, Quinn. Y tú te incorporas tarde a un caso en el que yo llevo años.
– ¿Piensas que no me doy cuenta de que intentas jugar conmigo? -dijo Joe fríamente-. Vas soltando la información con cuentagotas con la esperanza de que te lo perdone todo y te deje volver a la investigación. Pero no me has dado nada. Cero a la izquierda.
– Jane también usó esa misma expresión. -Trevor sonrió-. La forma en que las familias adoptan palabras y rasgos mutuamente es algo entrañable. -Hizo ver que estaba pensativo-. Tienes razón. No te he dicho nada. Las teorías son muy difíciles de probar. Y tú tienes todo el tiempo del mundo para formular las tuyas e investigar, ¿no es cierto? -No esperó respuesta, se giró y entró en el hotel.
Bastardo.
Joe se quedó sentado frente al volante mirando fijamente la puerta del hotel. Trevor habría disfrutado si él hubiera salido del coche para alcanzarle. Pero estaría perdido si lo hacía. Aunque la lógica le decía que necesitaba toda la información que tenía el sarcástico hijo de puta de Trevor, tenía que esperar hasta cerciorarse de que no podía conseguirla de otro modo. Trevor era una fuerza que debía tener en cuenta y no quería que hubiera un comodín investigando fuera de su control.
Apretó el acelerador y regresó a la calle.
Cenizas de un volcán…
Extraño. Quizás el equipo científico de este lado del Atlántico daría con la respuesta. Pero si lo hacía, tenía que ser rápido. La última observación de Trevor había dado en el clavo. Puede que se les estuviera agotando el tiempo.
Ese pensamiento le provocó una sensación de pánico que le tentó a dar la vuelta y a volver con Trevor. Al infierno con la cooperación anglo-americana. Había otras formas de conseguir información de un hijo de puta, que no eran la persuasión. Dos podían jugar a ese juego. Trevor había vulnerado su puesto al no informarle del peligro…
Sonó su móvil. Miró la pantalla. Era Eve.
– Acabo de dejarle -le dijo-. Estaré en casa en cuarenta y cinco minutos. ¿Todo bien?
– No, no lo creo. -Las palabras de Eve fueron rotundas-. Estaba aquí sentada ojeando estos archivos y se me ha ocurrido algo. Creo que las cosas no pueden ir peor.
Trevor observó cómo el coche de Quinn desaparecía al dar la vuelta a la esquina antes de dirigirse al mostrador de recepción.
Había hecho todo lo que había podido. Unas pocas pistas atractivas y una sutil amenaza a alguien que Quinn amaba. Una de las dos fórmulas tenía que funcionar. ¡Dios mío!, esperaba que con eso bastara. El día de hoy no había sido uno de los más brillantes. Había llegado preparado para ser astuto y vencer en todos los frentes y había cometido un error tremendo, imposible de enmendar. Quizá si Eve Duncan y Quinn no hubieran sido tan listos, menos perspicaces, habría podido allanar las diferencias, pero eran formidables, tal como Bartlett le había dicho. Había tenido suerte de haber salido de allí con…
Se detuvo de golpe en el vestíbulo de mármol al darse cuenta de eso.
Quizá no había tenido tanta suerte.
Los dos eran inteligentes y muy, pero que muy perspicaces. Tenía experiencia en reconocer esas cualidades y rara vez había conocido a alguien que le hubiera llenado de más recelo.
Y esa experiencia estaba emanando vibraciones que despertaban todos sus instintos. Sacó su móvil y llamó a Bartlett.
– Estoy en Atlanta. ¿Estás en el apartamento?
– Sí.
– Sal de ahí. Puede que tengas visita. -Miró por el vestíbulo y se dirigió al restaurante. En los hoteles casi siempre había una entrada independiente al restaurante-. La he cagado.
– No me lo puedo creer -dijo Bartlett riéndose en voz baja-. ¿Tanta labia y te han tumbado al primer asalto? Me habría gustado estar allí para verlo.
– No lo dudo -dijo secamente. Sí, había una puerta que daba a la calle en la parte posterior del restaurante. Se dirigió a ella-. Y me merezco que me lo eches en cara. ¡Jesús!, he sido un estúpido. Me he comportado como un maldito novato. No me esperaba tener esa reacción.
Bartlett se quedó un momento en silencio.
– ¿Y Jane MacGuire?
– He esperado demasiado. Me entró pánico antes de que entrara en la sala.