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– ¿Estás segura?

– Todo lo segura que puedo estar. -Tomó su bolso y se dirigió hacia la puerta-. Tampoco tiene cara.

¡Era ella!

Aldo no se lo podía creer. Era un milagro. El corazón le latía con fuerza al mirar la foto.

Miraba al mundo con un atrevimiento que desafiaba a todos. Muy joven e inexpugnable.

No, inexpugnable no, Cira. No para mí.

Escribió su nombre.

Jane MacGuire.

Jane, no.

Cira. Cira. Cira.

Rápidamente copió la dirección del archivo.

Se dio cuenta de que estaba temblando. Temblando de emoción porque el momento ya había llegado. Las otras se parecían, pero ella era exacta, era perfecta. No cabía duda de que era el rostro que había estado viendo durante toda su vida en sus pesadillas. Se estremecía sólo con pensar en que alguien o algo pudiera arrebatársela.

No, no iba a dejar que sucediera eso. Ya había viajado bastante, dedicado demasiado tiempo a buscar, asesinado a demasiadas falsas Ciras.

Pero Jane MacGuire no era una imitación. Era Cira.

Y merecía morir.

Oscuridad.

No había aire.

No le quedaba tiempo.

No lo iba a permitir.

Por Dios que no. No iba a morir en ese túnel. Que sean los cobardes los que se rindan. Ella iba a luchar hasta liberarse.

Había roto todas las cadenas que la habían retenido antes y no estaba dispuesta a caer en manos de la muerte.

¿Temblaba el suelo?

Faltaba el aire.

Se cayó de rodillas.

¡No!

Se esforzó y siguió avanzando. ¿En qué dirección? Estaba demasiado oscuro…

Giró a la derecha.

No, eso era un callejón sin salida. Por aquí.

Él estaba en el túnel detrás de ella. Alto, misterioso, pero sabía quién era, ¡maldito sea!

– Apártate de mi camino. ¿Crees que voy a confiar en ti?

– No hay tiempo para hacer otra cosa. -Le tendió su mano-. Ven conmigo. Te enseñaré el camino.

Ella no volvería a darle la mano. Nunca confiaría en él para…

Se tambaleó huyendo por el túnel.

– ¡Vuelve!

– Lo tienes claro. -Su voz era sólo un susurro de una garganta dolorosamente seca.

Corre.

Deprisa.

Vive.

Pero ¿cómo iba a sobrevivir si no había aire?

– ¡Venga, Jane, despierta!

La estaban zarandeando. Otra vez Eve; empezaba a despertarse lentamente. Eve asustada. Eve intentando salvarla del sueño que no era sueño. ¿Es que no sabía que ella tenía que quedarse allí? Era su deber…

– ¡Jane!

El tono era exigente y Jane abrió lentamente los ojos.

Eve tenía el rostro tenso de tanta preocupación.

– Hola -murmuró, Jane-. Lo siento…

– Eso no basta. -La voz de Eve era tan alarmante como su expresión-. Ya estoy harta de esto. -Se levantó y se dirigió hacia la puerta-. Ponte la bata y salgamos al porche. Hemos de hablar.

– Sólo es una pesadilla, Eve. Estoy bien.

– Sé lo que son las pesadillas y no tienen nada de bueno. No cuando se repiten cada noche. Sal al porche. -No esperó a que Jane respondiera.

Jane se sentó lentamente y sacudió la cabeza para despejarse. Todavía se sentía pesada y un poco mareada y lo último que necesitaba era enfrentarse a Eve con la cabeza embotada. Se fue al cuarto de baño y se salpicó la cara con agua fría.

Eso estaba mejor.

Salvo por sus pulmones que todavía estaban contraídos y ardiendo por la falta de aire.

Eso desaparecería enseguida, al igual que el pánico.

Respiró profundo, cogió la bata de la cama y se la fue poniendo mientras se dirigía hacia el porche.

Eve estaba sentada en el balancín.

– Al menos ahora estás despierta. -Le dio una taza de chocolate caliente-. Bébetelo. Hace frío aquí afuera.

– Podemos ir adentro.

– No quiero despertar a Joe. Puede pensar que estoy exagerando tu problema. Caray, puede que ni siquiera lo considere un problema. Él se inclina por tener paciencia y por dejar que te lo trabajes tú sola.

– Quizá tenga razón. -Jane se bebió el chocolate y luego se sentó en el primer escalón del porche-. Yo no creo que sea un problema.

– Pues, yo sí. Y de ti depende convencerme de que estoy equivocada. -Levantó la taza y se la acercó a los labios-. Cuéntame qué demonios sueñas.

Jane puso mala cara.

– Frío, frío, Eve. No se trata de que padezca algún profundo trauma psicológico relacionado contigo o con Joe o incluso con la forma en que me he criado.

– ¿Cómo puedo estar segura de eso? ¿Cómo lo sabes tú? Los sueños no siempre son claros y se pueden interpretar de muchas formas.

– Sí, por algunos psiquiatras que cobran doscientos dólares la hora para adivinar a dedo.

– A mí tampoco me gustan mucho los psicoanalistas, pero quiero estar segura de que no te he fallado.

Jane sonrió.

– ¡Por el amor de Dios! Tú no me has fallado, Eve. Siempre has sido dulce y comprensiva, y eso no es fácil con una cabezota como yo. -Bebió otro sorbo de chocolate caliente-. Pero debía haber supuesto que te culparías por algo que nada tiene que ver contigo.

– Entonces, demuéstrame que no tiene que ver conmigo. Háblame de ese maldito sueño.

– ¿Cómo sabes que siempre es el mismo?

– No lo es.

Jane guardó silencio por un momento.

– Sí.

– Al fin. -Eve se recostó en el balancín-. Más.

– Bueno, es y no es. Siempre empieza de la misma manera, pero en cada sueño es como si diera un paso más. -Miró al lago-. Y a veces… no es… no sé si es realmente un sueño. -Se humedeció los labios-. Sé que parece una locura pero estoy allí, Eve.

– ¿Dónde?

– En un túnel, en una cueva o algo parecido e intento encontrar el final, la salida, pero no sé dónde está. Y no tengo mucho tiempo. Me falta el aire y cada vez hace más calor. Sigo corriendo pero no estoy segura de hallar la salida.

– ¿El infierno?

Jane negó con la cabeza.

– Eso encajaría, ¿verdad? Calor, falta de aire y una caza sin tregua. Pero es un túnel real y no estoy muerta, estoy viva y luchando para seguir estándolo.

– No me extraña. Siempre has sido una luchadora.

– Sí, es verdad. -Mantuvo la mirada hacia el lago-. Pero en el sueño, cuando recuerdo haber luchado… es diferente. No son mis recuerdos, mis batallas, sino los de ella. -Sacudió la cabeza confundida-. Quiero decir míos, pero no son míos. Estoy loca…

– No estás loca. Sólo necesitas entender todo esto.

– Sí y el loquero me dirá que estoy intentando huir de la realidad poniéndome en la piel de otra. Basura. Me gusta mi realidad.

– Pero, no te gustan esas pesadillas.

– No son tan malas. Puedo vivir con ellas.

– Bueno, eso no es cierto. Quizá si tomarás algún sedante, dormirías demasiado profundo como para tener…

Jane sacudió enérgicamente la cabeza.

– ¡No!

– A mí tampoco me gusta tomar fármacos, pero podría…

– No me da miedo tomar un sedante. Sólo que no puedo… tengo que terminarlo.

– ¿El qué?

– Tengo que llegar al final del túnel. Ella… yo moriré si no salgo de ahí.

– ¿Te das cuenta de lo irracional que suena eso?

– No me importa. He de hacerlo. -Se dio cuenta de que Eve estaba a punto de protestar y se apresuró-. Mira, no sé qué es lo que me está pasando pero creo… no, sé que hay una razón para esto. Es algo que me cuesta de aceptar porque no creo mucho en lo que no puedo ver o tocar. -Intentó sonreír-. Creo en ti y en Joe y en lo que tenemos juntos. Es bueno y real. Pero lo que sucede en el túnel también lo es. Y si no sigo intentando ayudarla, puede que se pierda.