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– Trevor me impresionó porque me pareció muy inteligente. Puede que no tenga antecedentes penales.

– Sí, es inteligente. Pero se equivocó con nosotros. Y si cometió un error, puede cometer otros. -Frunció el entrecejo-. Y nadie es una isla hoy en día y en esta era. ¿Qué hay de sus huellas? Aunque no tenga antecedentes penales, debe haber ido a la escuela, debe tener un permiso de conducir. Algo…

– Estamos en ello. -Joe le pasó el brazo por la cintura, mirando a Jane, que acababa de sentarse en un tronco junto al lago-. Sólo es cuestión de tiempo.

Tenía que esconderse, pensó Aldo. Ya era de día y puede que hubiera más policías peinando los bosques, aparte de los dos que la estaban vigilando. Joder. Pronto se ocultaría, pero quería aprovechar ese momento. Era la primera vez que podía verla claramente.

Miró con avidez a la muchacha que estaba sentada sobre el tronco junto al lago. No parecía tener miedo y era verdaderamente exquisita. Tan segura con su fuerza y su juventud. Los jóvenes siempre pensaban que eran inmortales, pero ella debería saberlo mejor. ¿No recordaba nada?

Ha de recordar algo. Daba muestras de su habitual arrogancia. No admitía que tenía miedo porque lo consideraba una derrota. Pero pronto lo admitiría. Cuando le mirara a los ojos conocería el terror.

Sólo era cuestión de tiempo.

¿Estaba allí fuera?

Jane miró en dirección al bosque al otro lado del lago. No veía nada, pero sentía… algo. Era raro pensar que un hombre te estaba acechando, deseando matarte sólo porque no le gustaba tu cara. Era una locura y debería tener más miedo.

Sentía algo más que miedo. Tenía una enorme curiosidad, excitación y rabia. La idea de la presa y el cazador la intrigaba. ¿Qué haría ella si fuera la cazadora? ¿Y si intentara cambiar los papeles?

No es que ella fuera a hacer algo parecido, pensó sintiéndose culpable. Eve y Joe tendrían un gran disgusto y ella no iba a causarles ninguna preocupación. Eve ya estaba demasiado preocupada después de la conversación de la pasada noche. Entendía a Jane más que a ninguna otra persona, pero a pesar de haberle dicho que no tenía derecho a juzgarla, la había preocupado. No, no haría nada por voluntad propia que pudiera causarle más ansiedad a Eve.

Pero las palabras clave eran voluntad propia. No tendría la culpa si era atraída hacia el remolino que estaba provocando Aldo. Y no podían esperar que ella no luchara, ¿verdad?

Jane cogió una piedra y la lanzó al lago haciendo que se deslizara por la superficie.

«¿Lo has visto Aldo? ¿Me estás observando, Aldo?»

Sí, la estaba observando. Podía notarlo. Estaba cerca y seguía acercándose. Pronto tendría que enfrentarse con él cara a cara.

Era sólo cuestión de tiempo.

– Hemos conseguido un informe sobre Mark Trevor -dijo Christy cuando llamó por la noche-. La Interpol ha dado con él.

Joe le hizo señas a Eve para que descolgara el supletorio.

– ¿Algún antecedente penal?

– No exactamente.

– ¿Qué quieres decir con «no exactamente»? Tiene antecedentes o no los tiene.

– Estaba en su lista de sospechosos por su actividad en el casino de Montecarlo. Entre sus muchos talentos, es un magnífico contador de cartas; limpió varios casinos de la Riviera antes de que se dieran cuenta y le prohibieran la entrada. Puesto que ser contador de cartas es una habilidad, no una actividad delictiva, no pudieron imputarle nada, pero la policía local lo vigilaba. Es muy probable que alguno de los casinos hubiera puesto precio a su cabeza.

– ¿Ningún otro cargo?

– No, por el momento. Pero debe haberse cambiado de identidad al cambiar de país. El nombre que usaba en Montecarlo era Hugh Trent.

– ¿Ciudadano británico?

– No, los británicos no pueden creer que no hayan podido encontrar nada en sus archivos. Están muy frustrados porque lo consideran una ofensa a su profesionalidad.

– Parecía británico.

– El casino de Montecarlo pensaba que era francés. En Alemania pensaban que era alemán. Es evidente que habla varios idiomas con fluidez. En todos los informes se refleja que tiene una buena educación, que es brillante y escurridizo.

– ¿Y no tiene algún antecedente de violencia?

– No he dicho nada de eso. Cuando el casino de Zurich estaba buscando a Trevor para recuperar parte de su dinero, tropezaron con uno de sus contactos, Jack Cornell, que dijo que había luchado junto a él cuando eran mercenarios en Colombia. Eso fue hace unos diez años, cuando Trevor era poco más que un adolescente, pero era un hijo de puta letal.

– Y puede que todavía lo sea. El ejército puede suponer un magnífico campo de entrenamiento.

– Tú deberías saberlo. Estuviste en las fuerzas especiales de la marina, ¿verdad?

– Sí. -Se calló un momento-. Y adolescente o no, podía haberse dejado seducir por el lado oscuro.

– ¿El lado oscuro? Venga ya. Pareces de La Guerra de las galaxias.

– ¿Lo parezco? Esta frase me llamó la atención cuando la oí por primera vez. La violencia puede crear adicción si no le pones remedio enseguida.

– Quizá lo hizo. Jugar a las cartas es un ejercicio mental.

– Pero muy peligroso si lo practicas a la escala que lo hace Trevor. Es como caminar por una cuerda floja. A los asesinos en serie también les gusta correr riesgos. ¿Han obtenido alguna información personal de Cornell?

– No demasiado. Cornell dijo que Trevor era callado y que nunca hablada de sí mismo. Siempre estaba leyendo o jugando con esos rompecabezas del tipo Rubik. Era un as con esas cosas. Pero mencionó que había estado en Johannesburgo.

– Bueno, por fin algo concreto. ¿Y le siguió la Interpol?

– Negativo. No tenían ninguna razón para hacerlo. No había delito y Trevor había desaparecido de su campo de acción. Ya tienen suficiente trabajo como para ir a buscar trabajo extra.

– Bueno, ahora ha vuelto a escena con una venganza. Están tanteando el terreno, pero puede que tardemos en conseguir algo. Te enviaré una copia del fax que hemos recibido de Scotland Yard y me pondré en contacto contigo en cuanto tenga más noticias. -Colgó.

– No es mucho. -Eve colgó el supletorio-. Ni siquiera saben su nacionalidad.

– Es más de lo que sabíamos antes.

– Sabemos que es brillante y misterioso y que ha sido entrenado para matar. No es muy alentador.

El pitido anunciaba la recepción de un fax.

– ¿Vamos a dejar que Jane se entere del turbio pasado de Trevor? -preguntó Joe.

– Demonios, pues claro. Le diremos todo lo que podamos que pueda servir para que deje de identificarse con él. Un mercenario no es un modelo de rol. -Eve fue al fax y cogió las dos hojas-. Además se enfadaría si intentáramos ocultarle algo. No la culpo. Yo haría lo mismo.

Joe asintió con la cabeza.

– Las dos os parecéis mucho. -Sonrió-. Pero no creo que vaya a condenarle al instante por esa información.

– ¿Por qué no?

– Porque yo no lo he hecho. -Abrió la puerta mosquitera-. Y también se parece mucho a mí.

Las luces de la cabaña se apagaron.

Pronto estaría durmiendo, pensó Aldo. Estaría estirada e indefensa en su cama; no se daría cuenta de lo cerca que estaba de ella. Quizá podría trepar hasta su ventana y…

No, de ese modo quizá podría matarla, pero no como debía hacerse. No iba a tener una muerte rápida y compasiva. Había dispensado a sus imitaciones la ceremonia habitual y no se iba a privar de ese placer con la verdadera Cira.

¿Así qué, a observar y a esperar?

No, no podía soportarlo. Esta vez no. No con ella. Tenía que hallar la forma de atraerla hacia él y de poner fin a la espera. Hacer que se arrodillara como había hecho con las otras mujeres. La sumisión era algo que ella no podía soportar y era la venganza perfecta.

Sí, eso era lo que tenía que hacer. Hacer que ella fuera hacia él.