– Has de venir aquí. No seas tonta -le decía la voz del hombre que tenía detrás mientras corría por el túnel.
¿De quién era esa voz?, se preguntaba confusa. Eso es, era del hombre que había salido de la bruma y que estaba en la bifurcación del túnel. Pero no le conocía…
No, eso no era cierto. Jane no le conocía, pero ella sí. Antonio. Su nombre surgió de ninguna parte y con él llegaron todos los recuerdos, la amargura y, de nuevo, la rabia.
– Sería tonta si te creyera. No volveré a cometer el mismo error. Sé lo que quieres.
– Sí, lo quiero. Pero también te quiero viva. No es momento de luchar.
Al menos era sincero.
O inteligente. Antonio siempre era inteligente. Era la cualidad que le había atraído de él. Inteligente, interesado y despiadado. Pero ella tenía esas mismas cualidades y no podía reprochárselas.
Hasta que las puso en su contra.
– ¿Por qué crees que te he seguido? -Su voz reflejaba rabia-. Conozco el camino. Podía haberte dejado morir.
– O dejar que me perdiera en esta cueva para luego decirme que no me enseñarás el camino hasta que te dé lo que quieres. ¿Crees que no sé que siempre aprovechas todas las oportunidades, Antonio?
– Por supuesto, que sí. Porque somos iguales. Por eso me elegiste como amante. No confiabas en mí, pero me conocías. Me mirabas y era como verte reflejada en un espejo. Podías ver todas las cicatrices y sentir el odio y las ansias que te guían.
– No te hubiera traicionado.
– Cometí un error. He sido pobre demasiado tiempo. No me di cuenta de que tú eras más importante que…
– ¡Mentiroso! -Calor. Cada vez hacía más calor, los pulmones le dolían y se le bloqueaban.
– Sí, soy un mentiroso, un estafador y he sido un ladrón. Pero ahora no te estoy mintiendo. Deja que te ayude.
– Lárgate. Ya me las arreglaré sola. Como lo he hecho siempre.
– Entonces, muérete, ¡maldita sea! -Su tono era duro-. Pero morirás sola. Yo voy a vivir, a ser más rico que un emperador y a hacer que la tierra tiemble cuando mueva la mano. ¿Por qué me voy a preocupar si te quemas, Cira?
– No te he pedido que te preocupes si…
Ya no estaba allí. Su sombra había desaparecido de la abertura del túnel.
Sola.
Tenía que sacarse esa desesperación. Siempre había estado sola. Ahora no era diferente. Tenía razón en haber dependido sólo de ella misma. Él la había engañado una vez y estaba claro que ahora era más ambicioso que nunca. Aunque conociera la salida, puede que la hubiera entregado a Julio al final del túnel.
Pero él quería vivir y no la había seguido por el túnel. Había tomado el camino de la izquierda. Si era cierto que conocía la salida, entonces sería absurdo por su parte seguir su camino. Ella no tenía idea de cómo salir de allí. Le seguiría por el otro camino. No tenía por qué darse cuenta de que le estaba siguiendo. Iba a utilizarle como él la había utilizado a ella.
Se giró y empezó a retroceder hacia la otra rama del túnel. La tierra estaba cada vez más caliente bajo la suela de sus sandalias y las rocas de la derecha empezaban a resplandecer levemente en la oscuridad. Aceleró el paso al sentir una oleada de miedo.
No le quedaba mucho tiempo…
Al abrir los ojos estaba jadeando.
Hacía calor. No podía respirar.
No, eso era Cira.
Ella no estaba en el túnel. Estaba en la cama, en la cabaña. Hizo varias respiraciones largas y profundas, sin moverse de la cama. A los pocos minutos se calmaron los latidos del corazón y se sentó en la cama. Estaba acostumbrada a este efecto secundario, pero siempre era nuevo y aterrador. Aunque esta vez no había sido tan horrible como de costumbre. Había tenido pánico, pero también esperanza. Cira creía haber hallado una forma de cambiar el destino para su conveniencia, como era habitual. Siempre estaba más contenta cuando podía emprender alguna acción.
¿Y cómo estaba ella tan segura de eso? ¿Quién podía saberlo? Quizás estaba repitiendo las palabras de Antonio y Cira era su reflejo. Era raro saber el nombre de Cira sin comprender cómo lo sabía. Quizá Cira fuera algún tipo de manifestación de una doble personalidad.
No, ella no aceptaba ese tipo de explicaciones. No estaba loca y no tenía ningún alter ego corriendo por su cabeza. Por lo tanto sólo eran sueños extraños. No le hacían ningún daño; Cira le resultaba fascinante. Cada sueño era como leer más páginas de una novela y descubrir cosas nuevas en cada frase. Aunque esa historia a veces era demasiado excitante y se despertaba aterrada, eso formaba parte del juego.
Al menos esta vez no había gritado ni gemido, porque de lo contrario Eve o Joe habrían ido corriendo a su habitación. Puso los pies en el suelo y se levantó para ir al baño a beber un vaso de agua. Miró el reloj que tenía en la mesita de noche. Eran casi las tres de la madrugada y al cabo de unas pocas horas Eve se levantaría para empezar a trabajar. Esta vez no había sido necesario que se levantara a consolarla, pensó mientras se dirigía al baño. Se bebería el vaso de agua y se iría a la sala de estar a abrazar a Toby en el sofá hasta quedarse lo bastante atontada como para volver a la cama. De pronto se asustó. Algo andaba mal.
Se giró para mirar la cama de Toby que estaba al lado de la suya.
– ¿Toby?
Capítulo 6
El collar rojo de Toby estaba en el primer escalón del porche.
Jane se arrodilló lentamente para recogerlo y vio que había una hoja de papel enganchada a él.
Oyó un aullido, en el momento en que se incorporaba.
El pánico se apoderó de ella.
– ¡Toby! Toby, ven aquí.
Otro aullido. Más lejos. Al otro lado del lago.
Empezó a bajar los peldaños del porche y se detuvo.
Le estaban tendiendo una trampa. No podía estar más claro. Iba a llamar a Eve y a Joe.
Desplegó lentamente la nota que habían dejado en el collar.
Ven sola y el perro vivirá.
La implicación era evidente. Si no iba sola, Toby moriría. Si llamaba a los policías del coche patrulla o a Joe y a Eve y les hacía buscar en el bosque, su Toby no llegaría al día siguiente. Una sensación de agonía se apoderó de ella sólo con pensarlo.
– ¿Va todo bien, señorita MacGuire?
Levantó la mirada para ver a Mac Gunther dirigiéndose hacia ella desde el coche patrulla.
«No, no iba bien», quería decirle gritando. Toby…
Se puso detrás la mano con la que sostenía el collar. Forzó una sonrisa.
– Bien, Mac. Sólo he salido a tomar el aire. No podía dormir.
– No me extraña. -Le sonrió comprensivamente-. Pero avísenos cuando quiera salir al porche: nos ha dado un buen susto.
– Lo siento. No lo he tenido en cuenta. -Se dio la vuelta y subió los escalones-. Ahora mismo vuelvo a la cama. Buenas noches.
– Buenas noches.
Observó cómo se daba la vuelta y regresaba al coche patrulla mientras abría la puerta mosquitera. Iba a dejar pasar un rato antes de escabullirse.
Oyó aullar a Toby cuando cerró la puerta.
– No -susurró cerrando los ojos de dolor-. Maldito hijo de puta, para. Ahora voy.
El aullido atravesaba la noche como un cuchillo.
Bartlett se sobresaltó.
– ¡Jesús! ¿Qué es eso? ¿Un lobo?
Trevor empezó a soltar palabrotas.
– ¡Hijo de puta! -Se apartó del árbol-. Tiene a su perro.
– ¿Qué?
– Me juego cualquier cosa. Es su perro, Toby. Llevo aquí tres noches y nunca he oído aullar a su perro.
– Eso no significa… ¿Adonde vas?
– Voy a seguir el sonido -dijo Trevor tajante mientras se deslizaba por los arbustos-. Voy a hacer lo mismo que ella.
– ¿Quieres que vaya contigo?
– No, maldita sea. Ve al coche y espera a que te llame. Haces demasiado ruido cuando vas por el bosque. Si te oye arrasando el bosque, Aldo matará al perro y luego Jane MacGuire nos matará a los dos. Adora a ese perro.