– Si hubieras sospechado que se trataba del cráneo de Bonnie, no habrías oído mis estúpidos lamentos. -Jane levantó las manos en cuanto Eve abrió los labios-. Lo sé. Lo sé. No me quieres menos que a Bonnie. Sólo que es diferente. Siempre lo he sabido. Desde el principio. Ella era tu hija y nosotras somos más… amigas. Y a mí ya me está bien. -Volvió a recostarse en la cama-. Ahora, vuelve a tu trabajo y yo volveré a dormirme. Gracias por venir a despertarme. Buenas noches, Eve.
Eve tardó un momento en responder.
– ¿De que iba tu pesadilla?
Calor. Pánico. Oscuridad. Una noche sin aire ni esperanza. No, había una esperanza…
– No me acuerdo. ¿Ya ha regresado Toby?
– Todavía no. No estoy segura de que sea una buena idea dejarle salir por la noche. Es medio lobo.
– Por eso le dejo salir a pasear. Ahora que es adulto, necesita más libertad. Es demasiado golden retriever como para ser peligroso para alguien más que no sean las ardillas. Probablemente, ni siquiera para ellas. Una vez atrapó una y lo único que quería era jugar con ella. -Bostezó-. Sarah dijo que no había problema, pero si tú me lo dices no le dejaré salir.
– No, creo que no. Sarah entiende más de estos temas. -Sarah Logan, la mejor amiga de Eve era adiestradora de perros de búsqueda y rescate y le había regalado a Toby-. Sólo que le vigiles.
– Lo haré. Soy responsable de él. Sabes que no te defraudaré.
– Nunca lo has hecho. -Eve se levantó-. Haremos una pequeña fiesta cuando vengas de recoger tu permiso de conducir.
Jane esbozó una pícara sonrisa.
– ¿Vas a hacer un pastel?
– No seas mala. No soy tan mala cocinera. Pero te lo merecerías si lo hiciera. -Eve sonrió mientras se dirigía hacia la puerta-. Le diré a Joe que pare en Dairy Queen y que compre un pastel helado cuando volváis a casa.
– Mucho más razonable.
Eve miró de reojo a Jane sobre su hombro con algo de preocupación.
– Quizá demasiado razonable. Me pregunto si no te he hecho demasiado responsable, Jane.
– No seas tonta. -Cerró los ojos-. Algunas personas nacen responsables. Otras nacen incapaces de sentar la cabeza. No se puede hacer nada al respecto. ¡Por el amor de Dios!, ni siquiera eres mi madre. Buenas noches, Eve.
– Bueno, creo que ya me lo has dicho -murmuró Eve. Su mirada se fijó en un dibujo que había en el asiento de debajo de la ventana. Era un dibujo de Toby durmiendo en su cama junto a la chimenea-. Eso está muy bien. Cada día lo haces mejor.
– Sí, lo sé. No voy a ser una Rembrandt, pero ser un genio no es tan bueno como lo pintan. Siempre he pensado que dedicarse al arte era para los bichos raros. Yo quiero tener el control de cualquier carrera que elija. -Sonrió-. Como tú Eve.
– Yo no siempre tengo el control. -Apartó la mirada del dibujo para mirar a Jane-. Pensaba que querías ser adiestradora de perros de búsqueda y rescate como Sarah.
– Puede que sí. Puede que no. Creo que estoy esperando a que la carrera me elija a mí.
– Bueno, tienes mucho tiempo para pensarlo. Aunque tu actitud es un poco sorprendente. En general, siempre sabes exactamente lo que vas a hacer.
– No siempre. -Sonrió con picardía-. Quizá mis hormonas de la adolescencia se están interponiendo en mi camino.
Eve se rió entre dientes.
– Lo dudo. No te imagino dejando que algo se interponga en tu camino. -Abrió la puerta-. Buenas noches, Jane.
– No trabajes mucho. Has estado trabajando muchas noches en estas dos últimas semanas.
– Díselo a Joe. Está realmente interesado en que acabe esta reconstrucción.
– ¡Qué raro! Siempre es él quien intenta conseguir que descanses. -Jane apretó los labios-. No te preocupes, ya se lo diré. Alguien ha de cuidar de ti.
Eve sonrió mientras abría la puerta.
– No me preocupo. No, teniéndote a ti de mi parte.
– Joe, también lo está. Pero es un hombre y ellos son diferentes. A veces las cosas se interponen en su forma de pensar.
– Una observación muy profunda. Debes hacérsela a Joe.
– Lo haré. Puede que me haga caso y además le gusta que sea sincera con él.
– Bueno, sin duda lo eres -murmuró Eve al salir de la habitación.
La sonrisa de Eve se desvaneció al cerrar la puerta del dormitorio. Las observaciones de Jane eran típicas de ella; punzantes, protectoras y propias de un adulto. Eve había ido a su dormitorio a consolarla y había sido Jane la que la había consolado a ella.
– ¿Pasa algo? -Joe estaba frente a la puerta de su habitación-. ¿Le pasa algo a Jane?
– Una pesadilla. -Eve atravesó la sala para dirigirse a su estudio-. Pero no me ha hablado de ella. Probablemente piense que las pesadillas son un signo de debilidad y buena es ella para mostrar debilidad.
– Como alguien que conozco. -Joe la siguió-. ¿Quieres un café? Puedo hacer una taza ahora mismo.
Ella asintió con la cabeza.
– Me parece una buena idea. -Eve volvió a situarse delante de su pedestal-. ¿Puedes llevarla mañana al Departamento de Permisos de Conducir?
– Pues claro. Ya lo había pensado.
– A mí se me había olvidado. -Eve hizo una mueca-. Eres mejor padre que yo, Joe.
– Últimamente, no paras de trabajar. -Joe puso el café en la cafetera-. Y eso es culpa mía. Además, Jane nunca había querido tener padres cuando vino a vivir con nosotros. No era precisamente la «huerfanita Annie». ¡Demonios!, puede que sólo tuviera diez años, pero era más astuta que una mujer de treinta. Hemos hecho todo lo posible para ofrecerle un buen hogar.
– Pero, yo quería que ella… -Miró ciegamente al cráneo-. Tiene diecisiete años, Joe. ¿Sabes que nunca le he oído decir que tenía una cita, que iba a ir al baile del instituto o a un partido de fútbol? Estudia, juega con Toby y dibuja. Esto no basta.
– Tiene amigas. La semana pasada se quedó en casa de Patty hasta bastante tarde por la noche.
– ¿Y cuántas veces ha sucedido eso?
– Creo que está muy equilibrada, teniendo en cuenta su pasado. Te preocupas demasiado.
– Quizá debía haberme preocupado antes. Es que siempre ha actuado con tanta madurez que me olvido de que sólo es una niña.
– No, no te has olvidado de eso. Lo que pasa es que te das cuenta de que las dos sois tan parecidas como dos gotas de agua. ¿A cuántos bailes de instituto fuiste tú cuando eras adolescente?
– Eso es diferente.
– Sí, en vez de educarte en una docena de hogares de acogida, tenías una madre drogadicta.
Eve puso mala cara.
– Muy bien, las dos hemos tenido una infancia difícil, pero yo quería algo mejor para ella.
– Pero Jane también ha de quererlo. Probablemente piense que los bailes de instituto son bastante estúpidos. ¿Te la imaginas con uno de esos vestidos recargados, entrando en una de esas grandes limusinas que los jóvenes alquilan esos días?
– Estaría preciosa.
– Es preciosa -respondió Joe-. Y es fuerte, inteligente y me gustaría tenerla a mi lado si alguna vez me encuentro en un aprieto. Pero a ella no le van las florituras, Eve. -Le sirvió una taza de café y se la llevó-. De modo que deja de intentar forzarla a que adopte ese rol.
– Como si pudiera. Nadie obliga a Jane a hacer algo que no quiera. -Dio un sorbo e hizo una mueca de desagrado-. Lo has hecho muy cargado. Realmente quieres que esté despierta para acabar este cráneo, ¿verdad?
– Sí.
– ¿Por qué? No es propio de ti. Hasta Jane se ha dado cuenta.
– Es importante para el caso. ¿Ya la has bautizado?