Выбрать главу

Esa maldita puta. Le había clavado sus garras y además había sobrevivido para poder verle huyendo como un zorro en una cacería. Ni siquiera había podido castigarla matando a su perro.

Gracias a Trevor.

Trevor arremetió contra él y se había interpuesto. Trevor se había puesto delante de Cira y había impedido que castigara a esa puta.

Puta. Sí, eso es lo que era. Se las había arreglado para utilizar sus artimañas con Trevor y ahora él se había convertido en uno más de sus esclavos. ¿Por qué razón si no habría Trevor intentado salvar al perro cuando podía haber acabado con él?

Zorra. Puta. Probablemente ahora se estaría riendo de él.

«No por mucho tiempo, Cira. Casi te atrapo. No eres un blanco tan difícil».

La próxima vez.

– ¡Deprisa! -le dijo Trevor a Bartlett mientras saltaba al coche-. Salgamos de aquí.

– Deduzco que nos están persiguiendo. -Bartlett apretó el acelerador en dirección hacia la autopista-. ¿Qué hay de Aldo?

– Quinn y el cuerpo de policía de Atlanta. -Trevor miró por el retrovisor-. Todavía no viene nadie -murmuró-. Quizá le dio una pista falsa.

– ¿La chica?

Trevor asintió.

– No estaba seguro. Es impredecible. También podía haberme dicho de venir por este camino y mandar a los coches de policía para que me estuvieran esperando.

– Quizá te esté agradecida por haber salvado a su perro. -Sonrió.

– Y quizás esté tan cabreada que no va a permitir que Aldo siga jodiéndola. Eso es lo más probable.

– ¿Es eso lo que te dijo?

– Más o menos.

No, eso era justamente lo que le había dicho. Cada mirada, cada palabra furiosa que había pronunciado la había pronunciado con determinación.

– Estaba bastante furiosa por lo de su perro.

– Lo entiendo -dijo Bartlett-. Temible, ese Aldo.

– Eres un maestro de las descripciones breves y mesuradas.

– Y según parece, bastante más competente que tú. Estabas seguro de que esta vez le atraparías. -Le lanzó una mirada sarcástica-. No te preocupes. Todo hombre libra su propia Waterloo.

– ¡Cállate! -Trevor cerró los ojos-. Sácame de aquí, necesito dormir y pensar algo. Un paso adelante y dos atrás. Ha sido una noche infernal.

– Puede que no esté todo perdido. Puede que Quinn haya atrapado a Aldo.

– Entonces, mañana nos enteraremos cuando veamos las noticias. Por ahora seguiremos suponiendo que ese bastardo ha huido.

– ¿Vamos a la cabaña?

– Es tan segura como cualquier otro lugar. Más seguro que quedarse aquí en la ciudad. Es probable que Quinn haya dado una orden de búsqueda en toda la zona.

– Seguro. Sería mucho más inteligente largarnos de aquí.

– No puedo. Aldo no se va a mover de la zona mientras Jane MacGuire esté aquí. -Apretó los labios con fuerza-. Y eso significa que yo también me he de quedar.

– Ni rastro de ninguno de ellos -dijo Christy-. Hemos registrado cada palmo de tu propiedad y de momento el aviso no ha dado resultado.

– ¡Mierda!

– Sólo han pasado dos días. ¿Cómo está Jane?

– Más fresca que una lechuga.

– ¿Y Toby?

– Le dieron unos cuantos puntos, pero se pondrá bien. Ahora está estupendamente, echado en su colchón en el dormitorio de Jane, recibiendo caricias en la barriga y comiendo pavo.

– ¿Ha terminado Jane el retrato robot de Aldo?

– Entraré a preguntárselo. Lleva mucho tiempo trabajando en ello.

– Si sólo pudo verle con esa poca luz, le ha de resultar muy difícil recordar sus rasgos.

– Todo lo relacionado con este caso es difícil. Jane tiene una memoria que dejaría en ridículo a un elefante.

– ¿Crees que puede haber llegado a un punto muerto?

– No veo razón para ello. Pero, yo qué sé. Últimamente, ha hecho cosas que me han desconcertado. Y, por favor, no vuelvas a decirme lo de los adolescentes. Adiós, Christy. -Colgó el teléfono.

– No me he quedado estancada -dijo Jane desde atrás.

Joe se giró y la vio en la entrada con el retrato en la mano.

– Te ha llevado mucho tiempo -le dijo con un tono serio.

Jane cruzó el porche y se sentó a su lado en el primer escalón desde arriba.

– He tenido que ir con mucho cuidado. Ha sido divertido… cuando le estaba dibujando, lo tenía hasta demasiado claro. Veía cada rasgo como si le tuviera delante. Pero sólo le he visto unos segundos y no entendía cómo podía estar tan segura. -Se encogió de hombros-. Da igual, tenía miedo de equivocarme, por lo que he hecho muchas pruebas.

– ¿Y ahora estás segura?

Abrió su libreta de dibujo.

– Aldo.

Rostro cuadrado, frente alta y nariz romana. Tenía el pelo largo pero con algunas entradas. Los ojos profundos y oscuros y miraban fuera del dibujo con una expresión de infinita animadversión.

– Sé que prefieres que los retratos sean inexpresivos, porque nadie va por ahí con cara de Jack el Destripador. Lo he intentado. De verdad, que lo he intentado. Lo he hecho tres veces, pero siempre me salía igual. Creo que es porque sé que cuando estemos juntos tendrá esta expresión.

Joe no apartaba la vista del retrato.

– ¿Y te asusta?

– A veces.

– Entonces, ¿por qué demonios fuiste tras él cuando deberías haber recurrido a mí? -Levantó la cabeza y su mirada era tan dura como su tono-. ¿Y por qué me mentiste sobre Trevor?

– Me pareció que era lo correcto en ese momento. -Sonrió un poco compungida-. Y no me sirvió de nada. Me calaste al momento.

– A Eve y a ti os conozco lo suficiente como para que podáis engañarme. Pero me costó mucho creer que pretendíais enredarme de ese modo.

– Y te ha dolido.

– Mucho, maldita sea.

Ella le puso tímidamente la mano en su brazo.

– No pretendíamos engañarte. No fue culpa de Eve.

– No tienes por qué defenderla. Quien calla otorga.

– Ella no quería que tuvieras que elegir.

– Estoy acostumbrado a tomar mis propias decisiones. Es mucho mejor que no tener la oportunidad de hacerlo. -Volvió a mirarse el retrato-. Sé que Eve y tú estáis tan unidas que casi sois gemelas, pero pensaba que yo también formaba parte de esa relación.

– Por supuesto. -Tenía la voz entrecortada-. Cuando te conocí, me costó mucho acostumbrarme… no he conocido a mi padre. No he tenido hermanos. Nunca había confiado en nadie. No, de verdad. Con Eve fue fácil. Éramos muy parecidas. Tú eras distinto. Me costó un tiempo, pero llegaste a… gustarme. Sabía que nunca me fallarías.

– Entonces, ¿por qué no acudiste a mí cuando descubriste lo que ese bastardo le estaba haciendo a Toby?

– Toby es mi responsabilidad. Tenía que tomar una decisión.

– Tienes diecisiete años.

Ella asintió.

– Pero ¿no crees que algunas personas nacemos viejas?

– ¿Te refieres a almas viejas?

Ella se encogió de hombros.

– No sé de esas cosas. Todo esto suena un poco descabellado. Pero no recuerdo haberme sentido niña jamás.

Y él no recordaba haberla visto actuar como tal. Lo más parecido a eso era cuando la veía cruzar las colinas con Toby.

– Eso es bastante triste.

– No, no lo es. Las cosas son así. Apuesto a que Eve siente lo mismo.

Joe esbozó una ligera sonrisa.

– ¡Ah, tu modelo de rol!

– No podía haber encontrado otro mejor.

Su sonrisa se desvaneció.

– No, es cierto. -Puso su mano encima de la de Jane que todavía estaba sobre su brazo-. Pero ambas podríais ser más confiadas.

– Lo intentaré -le dijo apretándole la mano-. Pero tú haz lo mismo con Eve. Creo que te ayudará saber que ella está de tu parte.

– Con un montón de reservas.

Ella movió la cabeza.

– ¿Te has preguntado alguna vez por qué llevas con Eve todos estos años?