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– No, porque la quiero.

– Pero debe haber sido difícil amar a alguien como ella. Ella te dirá lo asustada que está.

Joe la miró fijamente.

– ¿Qué intentas decirme?

– Sólo creo que no soportas las cosas fáciles. Te matan de aburrimiento.

– Estás loca.

– Amas a Eve. Te caigo bien. Con esto termino mi alegato. -Se levantó-. Siento haberte mentido. Intentaré no volver a hacerlo. Buenas, noches, Joe.

– Buenas noches.

Jane se detuvo en la puerta.

– ¿Sabes algo de Trevor?

– No sé si debería hablar de él contigo. Todavía estoy enfadado -respondió refunfuñando-. Ni palabra de su arresto. Christy me ha dicho esta mañana que puede que pronto llegue un informe de Johannesburgo. Ha aparecido algo en su base de datos.

– ¿Me dejarás verlo?

– Quizá.

– La ignorancia es peligrosa, Joe. ¿No es eso lo que siempre me has dicho?

– Deberías haber pensado en eso cuando no nos dijiste nada.

– Joe.

Guardó silencio durante un momento.

Jane miró al bosque.

– Ten cuidado.

– No soy yo quien ha de tenerlo, le dijo la sartén al cazo. -Se detuvo-. El bosque está plagado de agentes, Jane. Hoy nadie va atreverse a hacerte nada.

– Probablemente tengas razón.

Jane apartó la mirada de la línea de los árboles. Pero mientras se giraba y abría la puerta mosquitera volvió a decirle «¡Ten cuidado!»

– Vale. -Se levantó y bajó los peldaños-. Voy a dar una vuelta. Tengo que relajarme un poco. Dile a Eve que no tardaré.

Capítulo 7

– ¡Bingo!-dijo Christy cuando Joe descolgó el teléfono a la mañana siguiente-. Tenemos información sobre Trevor.

– Cuéntame.

– Nació en Johannesburgo hace treinta años y se llama Trevor Montel, no Mark Trevor. Sus padres eran hacendados que fueron asesinados por las guerrillas cuando él tenía diez años. Le metieron en un orfanato y siempre tuvo algún que otro problema hasta que huyó cuando tenía dieciséis. Los informes de los profesores eran muy controvertidos. Unos querían meterle en la cárcel para siempre, mientras que otros querían darle una beca y enviarle a Oxford.

– ¿Por qué?

– Porque es brillante. Era una especie de niño prodigio. Una de las mentes más agudas que habían visto los profesores. Matemáticas, química, literatura. Destacaba en todas las asignaturas. Sus puntuaciones superaban todas las previsiones. Estamos hablando de un genio.

– De ahí lo del conteo de cartas.

– Ésa es su profesión más conocida. Ya sabes lo de sus años como mercenario; luego hay varios años de los que no tenemos información sobre él. Después empezó con el circuito de los casinos; también se sabe que se ha dedicado al contrabando y que ha traficado con antigüedades. Una vez le arrestaron en Singapur por intentar robar en ese país una valiosa vasija de la dinastía Tang. Les persuadió de que él no tenía nada que ver con eso, pero quedó bajo sospecha. Parece ser que tenemos muchas sospechas y ningún hecho respecto a Trevor. O bien ha andado con pies de plomo o es tan inteligente como dicen.

– Inteligente. Nada tuvo de cauteloso el modo en que llegó a mi casa. Hemos de encontrar la conexión entre Trevor y Aldo. ¿Nos ha dado alguna pista el retrato de Aldo?

– Todavía no. Es una pena que no consiguieras sus huellas.

– Imposible. Hasta las borró del collar del perro. ¿Qué hay de las cenizas volcánicas?

– Hemos estrechado el círculo a tres lugares: Krakatoa en Indonesia, Vesubio en Italia o La Soufriere en la isla de Montserrat del Caribe.

– Cielo. Eso no es lo que yo llamo estrechar el círculo. Estamos hablando de lugares que están en las antípodas entre ellos.

– Están trabajando en refinar las pruebas. Según el laboratorio no va a ser tan difícil. Todo volcán tiene su propia firma tefra.

– ¿Tefra?

– Material piroclástico granulado fino.

– O sea, cenizas.

– Sí, estoy empezando a hablar como los muchachos del laboratorio, ¿verdad? ¡Qué Dios me ayude! Resumiendo, las partículas granuladas tienen su propia firma. Generalmente, se puede localizar el volcán del que han sido extraídas. De hecho, los científicos pueden decir de qué orificio del volcán se ha sacado la tefra.

– Entonces, ¿cuál es el problema?

– Indicios mezclados. Están perplejos.

– Estupendo.

– Les estoy presionando. Lo conseguirán. -Se detuvo-. Sé que esto puede parecerte eterno, Joe. Si estuviera en tu lugar odiaría cada minuto de retraso. Sólo quiero que sepas que en el cuerpo todos te apoyamos y que estamos trabajando sin cesar.

– Lo sé. Gracias, Christy.

Cuando colgó se fue a la ventana y vio a Jane sentada junto al lago. Toby estaba echado a sus pies. El sol brillaba, el cielo estaba azul, el lago transparente y tranquilo. La escena debería ser tranquilizadora.

Pero no lo era.

– Está esperando. -Eve se había acercado para estar junto al lado de la ventana. Su mirada estaba puesta en Jane-. En estos dos últimos días ha pasado muchas horas junto al lago. Dice que está disfrutando del sol. Pero le está esperando.

Joe asintió con la cabeza. También había percibido una ligera tensión en el cuerpo de Jane, un aire casi visible de expectación.

– ¿Aldo?

– O Trevor. -Eve se encogió de hombros-. Quizás a ambos. Puesto que ella no admitirá que está esperando a nadie, no es probable que lo averigüemos. No sé cómo puede pensar que se le van a acercar. -Añadió con un tono de preocupación-. Si lo consiguen, estrangularé personalmente a los hombres que estén de guardia ese día.

– Tendrás que ponerte a la cola -dijo Joe. Apartó la mirada de Jane-. Ha llamado Christy para darme más información sobre Trevor. Ahora te pongo al día.

– Vale. -Pero la mirada de Eve seguía puesta en Jane-. Sé cómo se siente -susurró-. Yo también les estoy esperando.

Charlotte, Carolina del Norte

No era perfecta, pero tendría que contentarse.

Aldo patrullaba lentamente detrás de ella observando cómo caminaba por la calle y el movimiento de sus caderas con su minifalda y su chaqueta ribeteada en piel. Sabía que la habitación de su hotel se encontraba a cinco manzanas porque la había visto llevar a dos de sus clientes esa tarde. Esperó hasta que ella estuvo lo suficientemente lejos como para que resultara más razonable para los dos ir en coche que andando. Una vez en el coche siempre era mucho más fácil.

Aceleró y se acercó a la acera para ponerse a su lado y bajó la ventanilla.

– Una noche fría, ¿verdad? -dijo él sonriendo-. Pero creo que tú podrías calentar a cualquier hombre. ¿Cómo te llamas?

Se acercó a él y apoyó los codos en la ventanilla.

– Janis.

A esa distancia pudo darse cuenta de que era menos perfecta de lo que había pensado. Sólo tenía un aire al original. Su piel estaba marcada por el acné, los ojos estaban demasiado juntos y los pómulos no eran tan definidos como los de Jane MacGuire.

Pero podría arreglárselas con esa mujer aunque en circunstancias normales se habría preguntado si la molestia valía la pena. Ahora que la búsqueda había concluido no tenía por qué ser tan selectivo. Sacó el billete de cien dólares que había pegado en la visera del coche.

– ¿Tienes algún sitio adonde ir?

A ella se le abrieron los ojos.

– En la calle Quinta. -Abrió la puerta del coche-. Puedo hacer que te lo pases bien, pero nada de perversiones. Ni látigos ni cuerdas.

– Ni látigos ni cuerdas. Lo prometo. -Puso el seguro en cuanto ella entró en el coche-. Janis es un nombre muy bonito, pero ¿te importa si te llamo Cira?

Joe colgó el teléfono y se giró hacia Eve.

– Han encontrado a una mujer en una cuneta de la carretera en las afueras de Charlotte, Carolina del Norte. Sin rostro. El mismo modus operandi como las otras víctimas de Aldo.