– ¿Charlotte? Eso está lejísimos de aquí. ¿Se ha marchado? ¿Debo sentirme aliviada?
– No, podría ser un imitador. -Cogió su chaqueta-. De todos modos voy a ir para asegurarme. Te llamaré desde Charlotte. No dejes que Jane salga de la cabaña. Les diré a los muchachos que están de guardia que me marcho y que estén más alertas.
– Pero ¿podría significar que hubiera decidido que Jane no merecía el riesgo?
– Quizá, pero no cuentes con ello.
Eve observó cómo bajaba corriendo los escalones. No, no podía contar con nada, pero tampoco podía evitar sentirse un poco aliviada. Charlotte estaba a miles de kilómetros de distancia y en otro estado. Quizás ese bastardo estaba dando muestras de tener algo de juicio y se había dado cuenta de que no dejarían que tocara a Jane. ¡Señor, eso sería fantástico! Era terrible sentir ese alivio a costa del infortunio de otro.
Sonó el teléfono.
– ¿Diga?
No hubo respuesta.
La persona que estaba al otro lado del aparato colgó.
Alguien que se equivoca pensó mientras colgaba el auricular. La gente les llamaba continuamente. Era de mala educación colgar sin decir nada, pero era bastante corriente. También podía ser una de esas llamadas de televenta generadas por un ordenador que hubiera resultado fallida.
No tenía por qué ser Aldo.
Estaba en Charlotte o en alguna parte de esa zona. Había perdido interés por Jane y se había largado.
«Aquí no. Ruego a Dios, que aquí no».
– Es posible -dijo Joe cuando llamó esa tarde desde Charlotte-. Las mismas características que en los demás casos. Cenizas junto al cuerpo. Mujer joven. Sin rostro. No lleva muerta ni cuarenta y ocho horas. Atuendo muy provocativo. Signos de que ha habido relación sexual. Podría tratarse de una prostituta. El cuerpo de policía de Charlestton ha encargado a la brigada antivicio que hiciera averiguaciones sobre las prostitutas de la zona.
– ¿Regresas esta noche?
– Probablemente, no. Voy a trabajar en el ordenador y a revisar los archivos de fotos de la brigada antivicio para ver qué puedo descubrir; puede que sea más rápido que ir por ahí preguntando a putas y chulos.
Eve se estremeció.
– Para comprobar si hay alguna que se parezca a Jane.
– Es para estrechar el círculo. Ningún imitador sabría que las mujeres tienen rasgos parecidos. ¿Cómo está Jane?
– Bien. Igual.
– ¿Y tú?
– Impaciente hasta la saciedad.
– Yo también. Déjame trabajar para ver si puedo regresar a casa cuanto antes. -Hizo una pausa-. Te echo en falta. Ésta es la primera vez en todos estos años que estoy lejos de ti durante más de unas horas. -No esperó a que Eve contestara-. En cuanto averigüe algo te lo diré. -Colgó.
Ella pulsó lentamente la tecla de colgar. También le echaba de menos. Hacía sólo nueve o diez horas que se había marchado y sentía el mismo vacío. ¡Jesús!, a veces también había estado esas mismas horas fuera resolviendo casos sin salir de la ciudad. Era una estupidez sentirse así.
– ¿Era Joe? -Jane estaba de pie en la puerta-. ¿Es un imitador?
– No está seguro. Podría ser él. Creen que la víctima podría ser una prostituta. Joe se ha quedado para revisar los archivos de fotos. -Se fue a la cocina-. Voy a abrir una lata de sopa de tomate para cenar. ¿Quieres hacer unos sandwiches de queso calientes?
– Claro que sí. -Jane arrugó la nariz-. Está buscando mi cara. ¿No es cierto? Es deprimente pensar que hay tanta gente que se parece a mí. Supongo que a todos nos gusta pensar que somos únicos. -Abrió la nevera y sacó el queso-. Quizá debería plantearme lo de la cirugía estética.
– Ni lo sueñes. Tu cara es única. Todos somos únicos. ¿Quién puede saberlo mejor que yo? ¿Sabes cuántas caras he reconstruido?
– Prefiero no adivinarlo. -Empezó a hacer los sandwiches de queso-. Sabes que no he llegado a ver la reconstrucción de Caroline Halliburton, sólo la foto. Debiste pensar que se parecía a mí.
– Sí. Pero hay diferencias. Tu labio superior es más grueso. Tus cejas están más arqueadas. -La estudió un poco-. Y nadie tiene una sonrisa como la tuya.
Jane se rió.
– Pero nunca haces tus reconstrucciones con una sonrisa.
– Justamente. -Puso la sopa en un cazo-. Por lo tanto, eres única.
– Y tú también. -La sonrisa de Jane se fue desvaneciendo mientras sacudía la cabeza-. Estaba bromeando cuando he dicho lo de la cirugía estética.
– Lo sé. -Apagó el fuego-. Pero ha de ser molesto pensar que eres una de…
Sonó el teléfono.
– Ya lo cojo yo. -Jane se apartó de la cocina.
– ¡No! -Eve se apresuró a coger el teléfono-. Yo responderé. Tú vigila los sandwiches.
– Muy bien. -Jane frunció ligeramente el entrecejo arqueándosele las cejas-. Lo que tú digas.
– ¿Diga?
– ¿Susie?
Era la voz de una mujer. Eve se sintió aliviada.
– No, se ha equivocado de número.
– No puede ser. Esta es la tercera vez que lo intento. Debe haber un cruce de líneas. He tenido todo tipo de problemas de conexión para llamar a mi hija, Susie. A veces, ni siquiera consigo establecer la llamada. -La mujer suspiró-. Debo tener algún mal karma con el teléfono. Siento haberla molestado.
– No se preocupe. Espero que consiga hablar con ella. -Eve colgó y volvió a la cocina-. Se había equivocado.
– Por el modo en que has saltado para descolgar he supuesto que pensabas que volvía a ser Joe. No le pasa nada, ¿verdad?
– Tiene ganas de volver a casa. Por lo demás está bien.
Y ella también. Esa otra llamada también debía haber sido una equivocación como había imaginado. Su rostro se iluminó con una sonrisa.
– ¿Ya están esos sandwiches? Estoy muerta de hambre.
Janis Decker
Casi se la salta.
Joe se inclinó hacia la pantalla del ordenador para ver mejor la foto. Sólo guardaba una leve semejanza con Jane, pero puede que para Aldo bastara. Veintinueve años. Arrestada por prostitución en tres ocasiones durante los últimos cinco años.
– ¿Has encontrado algo? -El detective Hal Probst del cuerpo de policía de Charlestton estaba mirando por encima de su hombro.
– Quizás. -Apretó la tecla para imprimir el informe-. ¿Puedes pedir a los chicos de la brigada antivicio que hagan circular esto? A ver si descubren si alguien sabe algo de ella. Sería conveniente comprobar sus huellas con las de la víctima.
– De acuerdo. Ahora mismo les iré a decir que se pongan a ello. -Probst sacó la hoja de la impresora-. Cuanto antes empecemos a actuar tanto mejor. Este caso es demasiado sangriento para nuestros delicados políticos. Van a estar todo el tiempo detrás de nosotros. Ojalá ese tipo se hubiera quedado en Atlanta.
– Puede que no sea ella. -Se frotó los ojos-. Cuatro horas delante de la pantalla del ordenador puede que me hagan ver doble.
Probst ladeó la cabeza, estudiando la foto de archivo.
– Se parece un poco a la reconstrucción que apareció en la prensa.
– Hago hincapié en lo de «un poco». -Joe se recostó en la silla-. Si es nuestro hombre, esta vez no ha sido tan selectivo. ¿Cuánto tardarás en saber los resultados de las huellas dactilares?
– En unas horas. Tardaré más en conseguir un informe de la brigada antivicio, pero… -Sonó el móvil de Probst-. Probst. -Escuchó-. Muy bien, estoy en ello. -Miró a Joe mientras colgaba-. Puede que tengamos otras huellas que cotejar. Tenemos un informe del cuerpo de policía de Richmond. Unos excursionistas han encontrado el cuerpo de otra mujer cerca de un lago que está a las afueras de la ciudad.
Joe se puso tenso.
– ¿El mismo modus operandi?
Probst asintió con la cabeza.
– De momento, lo único que sabemos es que no tiene rostro.
– Richmond, Virginia -repitió Eve-. Eso no está lejos de Washington. Se está desplazando costa arriba. Y alejando de Atlanta -añadió aliviada-: ¿Cuándo fue asesinada?