– ¿Y tú?
– Yo quiero estar treinta minutos a solas con Aldo.
– ¿Y luego se lo entregarás a Joe?
Guardó silencio.
– Quinn lo tendrá… al final.
– Muerto. -Su intención no podía ser más clara, pero no le sorprendió-. Quieres matarle.
– Tiene que morir. No puedo arriesgarme a que lo dejen libre. Quinn, tampoco. Volvería a ir a por ti. Nunca se detendrá.
– Y tú estás muy preocupado por mí. -Su tono de voz era de escepticismo-. Chorradas.
– No deseo que te asesinen.
– Pero sería estúpida si no me diera cuenta de que quieres utilizarme para atrapar a Aldo. Me consideras prescindible, ¿no es cierto?
No respondió enseguida.
– Te he hecho vigilar durante semanas. Me han tenido informado sobre todos tus movimientos. Sé lo especial que eres Jane.
Su voz era suave y persuasiva, casi seductora y estaba teniendo un extraño efecto hipnótico sobre ella. Aunque no podía verle, era como si lo tuviera delante. Podía notar la intensidad, el carisma, la inteligencia que eran más atractivas para ella que su agraciado rostro.
– Deja de engatusarme. ¿Cuánto puedes saber sobre mí por un informe?
– Lo suficiente. Habría venido yo mismo a vigilarte, pero no me atreví. Tenía que conservar mi objetividad. Sabía que no tendría ninguna oportunidad.
Notó calor en sus mejillas y nada tenía que ver con el sol. ¡Señor, era muy bueno! Estaba jugando con sus emociones como un director de orquesta, conmoviéndola, excitándola, haciéndole creer cada palabra. Tenía que terminar con eso.
– No me has respondido. Me consideras prescindible.
No respondió en seguida.
– Lamento profundamente todo lo que te pasa.
Eso era lo que necesitaba. Esa respuesta supuso una fría dosis de realidad que le ayudó a controlar su respuesta respecto a él.
– No lo suficiente como para interrumpir tus planes, venir aquí y ayudar a Joe.
– A Joe le ayudará trabajar conmigo. Nadie puede ayudarle más. Conozco muy bien a Aldo. A veces hasta creo que puedo leer la mente de ese cabrón. He estado a punto de atraparle un par de veces. La otra noche le habría pillado si no hubiera tenido que preocuparme por tu maldito perro. -Se calló-. Ahora he de marcharme. Estos bosques están plagados de compañeros de Joe. Me he arriesgado mucho viniendo aquí.
– Espera. Me has dicho que podía hacerte dos preguntas.
– Ya has hecho más de dos.
– En realidad no. Estaban relacionadas.
Trevor se rió entre dientes.
– Ya te estás quejando. Debería haberlo supuesto. Muy bien, pregunta.
– Las cenizas. Joe dijo que el laboratorio no podía identificar su origen. ¿Sabes de dónde son?
– Sí. Pero creo que debería guardarme esa información para tener un as en la manga.
Jane emitió un sonido de fastidio.
– Eludes todas las preguntas que te hago. Quizá vayas de farol. Quizá no tengas nada que ofrecernos.
Durante un momento no dijo nada.
– Vesubio. ¿Satisfecha?
A Jane le dio un brinco el corazón.
– Entonces, ¿Aldo es italiano?
– Las cenizas son del Vesubio -repitió.
– El laboratorio dijo que podían ser de la isla Montserrat o de Indonesia.
– Aldo ha mezclado cenizas de los tres volcanes para despistar a los investigadores, pero la mayoría de los fragmentos son del Vesubio. Llámame cuando hayas hablado con Quinn.
– Dijo que a veces los científicos podían saber hasta de qué orificio habían salido. ¿Conoces esa localización?
No respondió.
Se había marchado.
Esperó unos segundos y se levantó. Sentía una gran excitación mientras regresaba a la cabaña. Tenía que hablar con Eve y luego llamar a Joe. Estaba claro por qué Trevor había elegido acercarse a Joe a través de ella. Sabía que ella intentaría convencerle. Tenía razón. Era la primera vez en varios días que sentía que empezarían a pasar cosas, que podría salir y hacer algo, cumplir algún objetivo. Lo único que tenía que hacer era sacar a escena a Trevor y empezaría la reacción en cadena. Vesubio…
– ¿Vesubio? -repitió Joe-. Podría ser otro farol. Podría estar poniéndonos una zanahoria delante de las narices para hacernos pensar que sabe más de lo que en realidad sabe.
– Supongamos que nos está diciendo la verdad y que la Interpol indaga la posibilidad de que Aldo realmente comenzara su carrera en Italia -dijo Eve-. Eso no nos haría ningún mal.
– Por supuesto que sí. Nos haría perder un tiempo del que no disponemos. Ese bastardo va por ahí asesinando mujeres y nosotros no podemos echarle el guante.
– ¿No hay pistas en el asesinato de Richmond?
– Cenizas.
– Entonces, es él -susurró Eve-. Quizá Trevor esté equivocado. Quizá se haya olvidado de Jane.
– Y quizá tenga razón. La capitana ya está empezando a decir que deberíamos reducir la vigilancia de Jane puesto que parece que la amenaza ha disminuido.
– Has de elegir.
– Ya lo sé, maldita sea. -Se calló un momento-. Dile a Jane que se ponga.
Eve se acercó a Jane, que estaba sentada en el sofá al otro lado de la sala. Ella asintió con la cabeza y descolgó el supletorio.
– No creo que Trevor esté mintiendo, Joe. No te habría dicho nada de su propuesta si así lo creyera.
– Ha demostrado ser un experto en el arte del engaño.
– Pensé que valía la pena probar. Ahora deja de refunfuñar y dime lo que piensas hacer.
– No hago tratos con delincuentes.
– Eso es lo que le dije, pero él me respondió que puede que esta vez hicieras una excepción para atrapar a Aldo. Como es lógico, esperaba que yo te persuadiera. -Se calló un momento-. Eso es lo que iba a hacer, pero al final he pensado que mejor lo dejo en tus manos.
– ¡Qué magnánima!
– Pero, por si te sirve de algo, creo que Trevor puede ser un elemento clave para dar con Aldo. Y creo que tú piensas lo mismo.
Joe guardó silencio unos segundos.
– ¿Y tú que vas a hacer si yo no acepto el trato? ¿Si Trevor te vuelve a llamar, saldrás corriendo a reunirte con él?
– No correría, pero pensaría en ello.
– Y luego te irías.
Jane tardó unos segundos en responder.
– Aldo hirió a Toby. Le hizo daño y fue culpa mía.
– ¡Por el amor de Dios!
– Lo siento si te enfadas, pero no voy a volver a mentirte.
– Sí que me enfado. Estoy furioso y frustrado y me gustaría darle un puñetazo a alguien.
– ¿Qué vas a hacer, Joe? -preguntó Eve con tono tranquilo.
– Ya te lo diré cuando lo haga. -Colgó.
Jane hizo una mueca mientras dejaba el auricular en su sitio.
– ¿Qué posibilidades crees que hay de que acepte pactar con Trevor?
Eve también colgó.
– ¿Cómo quieres que lo sepa? Ya me has oído. Depende de él, pero tú has hecho lo que has podido para persuadirle.
Jane abrió los ojos con expresión de sorpresa.
– ¿Qué quieres decir? Ya me has oído. Lo he dejado en sus manos.
– Supuestamente, pero le has planteado la amenaza de peligro contra tu vida de una forma muy astuta. Has apretado todas las teclas correctas. -Sus miradas se encontraron-. Le has manejado con la habilidad de Henry Kisinger. Me has dejado alucinada.
– Yo nunca «manejaría» a Joe -dijo Jane genuinamente compungida-. Pensaba que ya sabías eso, Eve.
– Quizá no intencionadamente, pero mientras hablabas con él estudiaba tu cara y era casi como si estuviera observando a una persona desconocida. -Se encogió de hombros cansinamente-. Quizá sean imaginaciones mías. Has dicho todas las palabras adecuadas. Quizás estoy viendo cosas que no son. -Se levantó-. Me voy a la cama. Si vuelve a llamar Joe, ya te diré lo que ha decidido.
– Gracias. -Jane todavía la miraba con preocupación-. Nunca le haría eso a Joe. A mí tampoco me gusta que intenten persuadirme. Sólo estaba siendo sincera.