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– Entonces, olvida todo lo que te he dicho. Estoy muy cansada y estresada en estos momentos; probablemente estoy viendo monitos verdes. -Eve se dirigió hacia su dormitorio-. Buenas noches, Jane.

Era casi como si estuviera observando a una persona desconocida.

Jane se estremeció mientras se dirigía al porche después de que Eve se hubiera ido a la cama. Su conversación con Joe, las palabras que había elegido habían sido totalmente inconscientes. Era como si llevara puesto el piloto automático.

Sin embargo, mientras las pronunciaba sabía que eran las palabras justas para llevarle a su terreno. Era como si hubiera hecho eso toda su vida. Le había parecido totalmente natural y no se había dado cuenta hasta que Eve se lo había dicho. Su primer instinto fue negarlo, pero ahora no estaba segura de que no hubiera intentado manipular a Joe. ¿Y qué tipo de persona le había hecho actuar así? Toby movió la cola y le tocó la pierna con su pata.

Ella se agachó y le acarició la cabeza.

– Vale, vale pequeño.

Se sentía mal y estaba intentando consolarse. Necesitaba ese consuelo. Ella odiaba las mentiras y las artimañas y últimamente había caído en ambas cosas.

¡Jesús!, además le habían surgido con mucha facilidad…

Debía aceptar que era imperfecta y capaz de manipular, así que tenía que estar atenta. Ella controlaba sus propias acciones y tenía que ir con cuidado para no herir a Eve o a Joe. Le daba miedo reconocer que no se había dado cuenta de lo que estaba haciendo.

«Olvídalo. No volverá a suceder».

Maldito Aldo por ponerla en esa situación en la que tenía que admitir que era capaz de enredar hasta las personas que tanto amaba para conducirlas adonde ella quería.

Annapolis, Maryland

La barra estaba abarrotada, pero eso era bueno para él. Reducía las posibilidades de que alguien recordara a un hombre sentado a la barra. Se aseguró de que su maquillaje y su ropa no llamaran la atención; la clave siempre era confundirse entre la gente.

Aunque era difícil mezclarse entre unos clientes cuya mayoría eran cadetes de Annapolis, pensó Aldo. Tenía que asegurarse de que nadie le viera observando a la joven que jugaba a los dardos al otro lado del local. Aunque no era difícil observarla cuando ella hacía todo lo posible por llamar la atención. Con su uniforme de cadete y su pelo corto, Carrie Brockman era masculina y ruidosa. Se reía, silbaba y hacía bromas con los otros jugadores. Era extrovertida y bulliciosa.

No era como Cira, a la que le bastaba entrar silenciosamente en una habitación para que todos los ojos se fijaran en ella.

Era casi sacrílego que esa mujer poseyera sólo algunos rasgos de Cira y ninguno de su carisma.

No era como Jane MacGuire.

No tenía que pensar en Jane MacGuire. No tenía que compararla con esa mujer o no podría hacer lo que tenía que hacer. El acto que cometió con la mujer de Richmond le había hecho sentirse un tramposo y eso no podía volver a suceder.

– ¿Otra copa?

Era el barman.

– Sí, por favor. -Aldo hizo una mueca-. La necesito para poder mirar a estos críos. Cada vez que vengo aquí a ver a mi hijo regreso a casa sintiéndome cien años más viejo. ¿Cómo lo hacen?

El barman se rió.

– Juventud. -Le sirvió otro Bourbon-. ¿No es justo, verdad? -Se dio la vuelta y se dirigió a un cadete que le estaba haciendo señas desde el otro extremo de la barra.

Pero la juventud no tenía por qué ser burda e ignorante. Podía estar llena de gracia, pasión y elegancia.

Como Cira.

Se estremeció de desagrado al oír a Carrie Brockman reírse escandalosamente al otro lado de la barra. Le gustó esa sensación.

Sí, quería sentir ese asco. Eso haría que su muerte fuera mucho más satisfactoria.

Richmond, Virginia, 04:43

La llamada despertó a Joe de un sueño profundo.

– Has dicho que querías saber cualquier novedad sobre el asunto -dijo Christy-. Una joven cadete ha sido hallada muerta en un área de servicio a las afueras de Baltimore, hace tres horas. Ningún intento de ocultar su identidad, salvo por el rostro. Comprobaron las huellas dactilares y descubrieron que eran las de Carrie Ann Brockman, veintidós años, cadete en Annapolis.

– ¡Mierda!

– Cada vez es más atrevido. No lleva más de ocho horas muerta y prácticamente no ha intentado ocultarla en los matorrales del área. La ha tirado de cualquier manera, ha dejado las cenizas y se ha largado. Es arrogante como el demonio. ¿Se está burlando de nosotros?

– Quizá.

– Si se está volviendo tan descuidado, pronto le atraparás. ¿Te vas a Baltimore?

Otra ciudad, otro paso, que le llevaban cada vez más lejos de casa.

Tienes que elegir, le había dicho Eve.

Arriesgarse a que Trevor le estuviera diciendo la verdad u optar por la posibilidad de que Aldo fuera tan estúpido como para caer en sus manos. De cualquier modo podían engañarle.

De modo que mejor confiar en el instinto.

– No. -Saltó de la cama-. Estáte al corriente de lo que sucede en Baltimore. Yo me vuelvo a Atlanta.

– Me ha dicho que prepare un encuentro con Trevor. -Jane colgó lentamente el teléfono-. Vuelve a casa, Eve.

– Gracias a Dios. -Estudió la expresión de Jane-. No te veo contenta. ¿Por qué no? Eso es lo que querías.

– Lo sé. -Se mordió el labio inferior-. Sigo creyendo que es lo mejor. Sólo que… siento como si hubiera puesto algo en movimiento que me asusta.

– Deberías haberlo pensado antes cuando Trevor te utilizó para traer a Joe.

Jane se puso tensa.

– Él no me utilizó. Yo no dejo que… -Sonrió-. Me estás tomando el pelo, ¿verdad? Pues no lo vas a conseguir. No utilicé a Joe intencionadamente.

– Si creyera eso, te estaría diciendo algo más fuerte de lo que te he dicho. -Se dio la vuelta-. ¿Cuándo y dónde será el encuentro?

– Joe no quiere que sea más tarde de mañana, aquí en el bosque, al otro lado del lago. Le he dicho que quería ir con él.

– Yo también.

Ella asintió con la cabeza.

– Mac y Brian no nos seguirán siempre que vayamos juntas con Joe. -Ella sonrió-. Me dijo que tuviéramos claro que la tregua con Trevor terminaría en cuanto atraparan a Aldo. Y me ha dicho que le vería en el infierno antes de entregarle a un prisionero.

– No podías esperar ninguna otra reacción. Puede que Trevor no acepte el trato.

– Creo que sí lo hará. Suele pedir más de lo que sabe que va a obtener. Toma lo que puede y luego se las ingenia para conseguir el resto.

– ¿De verdad? -Eve ladeó la cabeza-. «Suele». ¿Cómo caray sabes lo que suele hacer?

– No lo sé. Quiero decir… -Había hablado sin pensar, su mente estaba en el encuentro de mañana-. Por supuesto que no lo sé. ¿Cómo podría saberlo? Pero todos tenemos impresiones y él, sin duda alguna, provoca una fuerte impresión.

– Así es -dijo Eve-. Y es evidente que a ti te ha impresionado especialmente.

– Pero eso puede ser bueno. Siempre es bueno tener una idea del carácter de las personas con las que has de tratar.

– Siempre que no te equivoques.

Jane asintió.

– Por supuesto. -Pero no se equivocaba. No respecto a Trevor. Toda ella irradiaba esa convicción-. No obstante, Joe no confiará en mi intuición. A él le bastan sus propias opiniones.

– Me lo vas a decir a mí -dijo Eve tajante-. Y no se lo va a poner fácil a Trevor.

– Trevor estuvo en Roma hace cuatro años -dijo Christy cuando Joe respondió al teléfono mientras conducía de regreso a casa desde el aeropuerto esa misma noche-. Es sospechoso de robar unas antigüedades que se habían encontrado cerca de un acueducto en el norte de Italia. No hubo arresto.

– ¿Alguna conexión con Aldo?

– De momento, no. -Christy hizo una breve pausa-. Me alegro de que vuelvas a casa, Joe. Es mejor.

Se quedó paralizado.