«Muy bien, no te sulfures».
Tenía que haber una respuesta. Sólo tenía que descubrirla.
Y la única fuente de información sobre Cira parecía ser Trevor, ¡maldito sea!
Cira y Aldo.
Intentaba sofocar su impaciencia. Mantenerse ocupada. Ve a preparar la cena. Siempre había notado que si te concentrabas en hacer bien las cosas pequeñas, las grandes también acababan poniéndose en su lugar.
«Llámame, Trevor, estoy preparada para ti».
Calor.
El humo empezaba a salir de las rocas.
Antonio estaba delante, se movía con rapidez.
Más deprisa. Evita toser. Él no debía darse cuenta de que ella le estaba siguiendo.
¡Ya no estaba!
No, debe haber desaparecido de mi vista en alguna curva del túnel.
No podía perderle. Había llegado hasta allí y ya no había marcha atrás.
Empezó a correr.
No le pierdas. No le pierdas.
Giró la esquina.
– ¿No podemos hacer el resto del camino juntos? -La silueta de Antonio resaltaba entre las rocas resplandecientes.
Ella derrapó antes de detenerse.
– Sabías que te estaba siguiendo.
– Sabía que era muy probable. Eres inteligente y no quieres morir. -Le extendió la mano-. Segunda oportunidad, Cira. Para mí y para ti. Ambos sabemos que las segundas oportunidades no se producen muy a menudo. Podemos hacer que esto funcione. -Hizo una mueca de preocupación-. Si salimos de aquí a tiempo.
– No quiero una segunda oportunidad contigo.
– Me amaste una vez. Puedo hacer que vuelvas a amarme.
– Tú no puedes obligarme a hacer nada. Soy yo quien elije. Siempre.
– Eso es lo que yo he dicho siempre. Pero estoy dispuesto a ceder… un poco. Por ti. -Tosió-. Cada vez hay más humo. No me voy a quedar aquí suplicando. No vale la pena morir por ninguna mujer, pero puede que valga la pena vivir por ti.
– Lo que quieres es el oro y no puedes sacarlo de aquí sin negociar con Julio.
– Quizá no sea bajo las circunstancias habituales, pero el mundo se acaba esta noche. Puede que Julio también acabe con él o que podamos huir a un lugar donde no nos encuentre nunca.
– Y donde tú puedas ser emperador -dijo ella sarcásticamente.
– ¿Por qué no? Sería un emperador magnífico.
– ¿En algún pueblo primitivo huyendo de Julio?
– No sería primitivo por mucho tiempo si los dos estuviéramos allí.
Estaba ejerciendo ese encanto que era lo que le había atraído de él en un principio y la fuerza de su personalidad era casi insoportable.
No debía dejarse seducir por él. Era demasiado peligroso.
Pero también era hermoso como un dios y poseía un encanto perverso e irresistible que hacía parecer que valiera la pena el riesgo.
– No me des toda tu confianza -le dijo-. Ve paso a paso. Sólo deja que te saque de aquí.
Ella miró su mano extendida. Podía tomar su mano como una vez había tomado su cuerpo.
No, nunca volvería a hacer esa tontería.
– Paso a paso -dijo él con suavidad.
– Si querías sacarme de aquí ¿por qué no has dejado que simplemente te siguiera?
– Porque nos necesitaremos mutuamente antes de llegar al final. -Él se sobresaltó cuando un estruendo sacudió la tierra-. Decídete, Cira.
– Te he dicho que…
La tierra se abrió bajo sus pies y ¡ella se quedó mirando al infierno!
Estaba cayendo, muriendo…
– ¡Antonio!
Jane se incorporó de golpe en la cama; el corazón le latía con tal fuerza que pensó que se le iba a salir del pecho.
Fuego.
Fuego líquido y fundido.
Estaba cayendo…
No, no se estaba cayendo. Respiró profundo un par de veces. Ya estaba mejor. Apoyó los pies en el suelo y se levantó.
Toby también se incorporó mirándola con sorpresa.
– Sí, ha vuelto a suceder. No es divertido, ¿verdad? -murmuró. Miró el reloj. Las tres y treinta siete de la madrugada, pero no podía volver a dormir. Cira ya se había encargado de eso. O su extraña mente o lo que fuera.
– Vamos al porche. Necesito aire fresco.
Noche asfixiante.
Calor.
La tierra explotando bajo sus pies.
Cogió la bata y el móvil que había puesto en la mesilla de noche antes de acostarse.
– No hagas ruido. Es muy tarde. No vamos a despertar a Eve y a Joe.
La cola de Toby golpeaba felizmente el suelo de madera y el sonido era todo menos silencioso.
– Levántate, tonto.
Se levantó y el sonido terminó, pero seguía moviendo la cola. Cruzó el pasillo y llegó a la puerta. El aire fresco le daba en las mejillas mientras se sentaba en el primer escalón del porche. Podía ver el leve reflejo del coche patrulla en la carretera y saludó a Mac y a Brian. La saludaron con los faros y volvieron a apagarlos.
¡Señor!, ¡qué agradable era el aire! Llenó sus pulmones y la limpia y tranquilizante sensación casi la dejó embriagada de placer.
Noche asfixiante…
Toby gimió mientras se sentaba a su lado.
– Está bien -murmuró ella acariciándole la cabeza-. Sólo ha sido un sueño. Nada malo…
Entonces, ¿por qué estaba tan aterrorizada?
El mundo termina esta noche.
No su mundo. Olvídalo.
Probablemente el sueño se debiera a la impresión que le habían provocado las palabras de Trevor y no se basara en…
Sonó su móvil. Lo miró pero sin sorpresas. ¿Por qué si no lo había cogido? Era Trevor, por supuesto.
– ¿Estás sola? -le preguntó.
– Sí, si no contamos a Toby.
– No me atrevería a no contar con él. -Calló un momento-. ¿Cómo estás?
– Bien. Estaba bien cuando te marchaste. No necesitas utilizarme de excusa para huir.
– Jane.
No estaba siendo sincera y los dos lo sabían.
– Vale, me dejaste de piedra.
– Lo sé y me sorprendió. No era la reacción que yo esperaba.
– ¿Qué esperabas?
– Curiosidad. Interés. Quizás algo de entusiasmo.
Y ésa era justamente la respuesta que debería haber experimentado, si no hubiera mencionado a Cira. La había juzgado correctamente.
– Entonces, es evidente que no me conoces tan bien como piensas. Lo único que conseguiste dejándonos así ayer por la tarde fue irritar a Joe y darle la oportunidad de llamar y de intentar comprobar lo que nos dijiste sobre Guido Manza.
– ¿Y lo ha hecho?
– Todavía no. No debería hacerlo de ese modo. Ayúdale, ¡maldita sea! Has hecho un trato.
– Todavía no estabas preparada. Y eres tú quien me importa.
– Ahora sí lo estoy.
Guardó silencio un momento.
– Sí, creo que lo estás. Me gustaría poder verte la cara, para estar seguro.
– Puedes estarlo. ¿Quién es Cira?
– Era una actriz del teatro de Herculano durante los años anteriores a la erupción del Vesubio, que destruyó tanto Herculano como Pompeya en…
– Entonces, ¿por qué cree Aldo que Cira mató a su padre?
– El túnel que Guido voló conducía a la biblioteca de Julio Precebio cerca de su villa a las afueras de Herculano. Contenía varios cartuchos de bronce que guardaban manuscritos, joyas y estatuas que se habían salvado de la lava la noche en que fue destruida Herculano. Julio era un ciudadano rico y estaba perdidamente enamorado de Cira. Gran parte de los manuscritos estaban dedicados a alabar sus talentos.
– ¿Cómo actriz?
– Y en otras artes más íntimas. Según parece ser amante de Cira era un gran honor entre la élite de Herculano. Ella elegía a quién metía en su lecho. Nació esclava y se las arregló para conseguir su libertad. Luego empezó a ascender por la escala social. Algunos la llamaban prostituta, pero ella…