– No fue un adiós muy cariñoso.
– Sí, le quería. A su extraña y retorcida manera. Desde el momento en que apareció por el yacimiento me pareció bastante evidente que Aldo tenía alguna tuerca floja. Estaba totalmente absorto y siempre murmuraba cosas sobre el destino y la reencarnación, además de estar metido en historias bastante psicóticas. También era repugnante, sádico y amedrentaba a los trabajadores siempre que tenía oportunidad. Pero cuando su padre estaba delante bastaba con que éste levantara una ceja para ponerse firme.
– ¿Y estás seguro de que culpaba a Cira de la muerte de su padre?
– Peor aún: la culpaba de la vida que había tenido gracias a ella. Su padre y él habían sacado un busto de Cira de la biblioteca y lo habían cargado en su camión. Desapareció. Pero encontré cerca del cadáver de su padre la estatua que Guido había descubierto cuando Aldo era un muchacho. La había colocado sobre una roca encima de su cabeza y la había partido por la mitad con un hacha.
– ¿No pudo ser la explosión?
– No, porque los rasgos del busto los había arrancado con un martillo.
– Al igual que arrancó el rostro de las mujeres que asesinó -susurró ella.
– En aquellos momentos no pensé mucho en ningún simbolismo. Estaba furioso y lo único que quería era ponerle las manos encima a Aldo. Con Guido era demasiado tarde, pero no con Aldo. No conocía a ninguno de los otros trabajadores, pero me gustaba Pietro. Era un buen chico y no merecía morir. Pero cuando llegué a la ciudad más próxima, tenía la pierna infectada y estaba demasiado preocupado intentando que no me la amputaran como para preocuparme de otra cosa.
– ¿Dijiste en el hospital lo que había sucedido?
– ¡Demonios!, no. Habría terminado en la cárcel y tengo un gran instinto de supervivencia. Cuando salí, regresé, enterré a Guido, camuflé el yacimiento y me puse a buscar a Aldo.
– Pero no le encontraste.
– Ya te he dicho que era inteligente. Se hizo invisible y desapareció. Cada vez que me acercaba a él se esfumaba. Era totalmente frustrante. Hasta que vi la foto de la víctima, Peggy Knowles, de Brighton.
– Cira.
– Tenía sentido. Tanto su padre como él estaban obsesionados con ella y esa desfiguración simbólica del busto era una pista bastante clara. Él culpaba a Cira de la muerte de su padre y de su miserable infancia. Quizá la conmoción de la muerte de su padre le acabó de trastornar y le hizo pensar en ella como si estuviera viva, al igual que su padre. Quizás el primer asesinato fue en Roma porque accidentalmente tropezara con una mujer que se pareciera a Cira. Entonces, cuando se dio cuenta de que había otras, empezó a buscarlas.
– ¿Crees que cree en… la reencarnación?
– ¿Quién sabe? Está loco. Creo que en su cabeza reina una gran confusión. Sabemos que está escudriñando el mundo en busca de alguien que se parezca a ella y ha hecho de ello la misión de su vida. Puesto que Cira murió hace dos mil años, la respuesta que parece más lógica es su creencia en la reencarnación. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?
– ¿Y piensa que soy su reencarnación? -Jane hizo un sonido de hastío-. De ninguna manera. No soy la copia de nadie. Ya es bastante funesto parecerse a esta Cira. Interiormente, soy yo.
– ¿No crees en la posibilidad de la reencarnación? Hay millones de personas que sí creen en ella.
– Pues, buena suerte. Yo sólo acepto reconocimiento o culpa por lo que yo hago. No voy a ir por ahí lamentándome y diciendo que todo se debe a una mujer que vivió hace dos mil años.
– Eres muy categórica.
– Porque lo digo en serio. Estoy harta de oír que Aldo me busca por mi rostro. Soy más que un rostro.
– A mí no tienes que convencerme. Lo supe desde el momento en que te vi. -Se calló unos segundos-. Y Aldo no va en tu busca sólo porque te pareces a Cira. Probablemente, también cree que tienes su alma.
– Entonces, se dará cuenta de que está equivocado. Yo no soy como ella. En realidad, no. -Apretó el teléfono con la mano-. No sé lo que está pasando, pero soy yo quien ha de hacerle frente, no Cira.
– Nosotros le haremos frente -corrigió-. Estamos juntos en esto.
Estaba equivocado. Las palabras eran consoladoras, pero ella tenía el presentimiento de que al final no sería así. Había estado sola toda su vida. ¿Por qué ahora iba a ser diferente?
No, no era cierto. ¿Por qué se le había pasado eso por la cabeza? Era Cira la que había estado siempre sola. Ella, Jane, tenía a Eve y a Joe. Había sido aterrador tener ese momento de confusión. Debía ser toda esa estúpida charla sobre Cira y la reencarnación.
– No pienses que no voy a gritar alto y claro. Ahora háblame de Aldo. Lo único que me has dicho es que es repugnante, sádico y que estudiaba para ser actor cuando su padre le reclamó en Herculano. Es una extraña profesión para una bestia como él.
– No tan rara para alguien que no está en sus cabales. Doble personalidad, paranoia… Podía ser quienquiera que le apeteciera en el momento de subir al escenario.
– Has dicho que era brillante. ¿En qué?
– Informática. Llevó toda la investigación de su padre. Ésa era una de las razones por las que él quería que estuviera en el yacimiento. Le tenía explorando todos los mapas que aparecían en Internet para comprobar si alguno de los túneles excavados en Herculano podía estar conectado con la casa de Julio.
– ¿Encontró alguno?
Trevor movió la cabeza negativamente.
– Guido estaba contrariado. Estaba convencido de que él le facilitaría la excavación. Pero no hubo suerte. Y transmitió su decepción a Aldo de una forma bastante evidente. Le tachó de idiota y le hizo buscar una y otra vez para asegurarse de que no se estaba equivocando. Estaba claro que era así cómo le había tratado toda su vida. Si Aldo no hubiera sido tan cabrón, me habría dado pena.
– A mí no. -Su mente estaba barruntando otra cosa-. No entiendo cómo ha podido Aldo ir de un país a otro sin que le atraparan. ¿Tenía dinero?
– Cuando se marchó de Herculano, no. Pero tenía uno de los bustos de Cira que había sacado de la biblioteca. Se lo vendió a un coleccionista privado de Londres. Así es como encontré su pista en Inglaterra. Tuve noticias de él a través de uno de mis informadores. El busto tenía un valor incalculable, incluso en el mercado negro, y con lo que debió sacar seguro que tiene lo bastante como para comprar todos los documentos falsos que necesite y vivir sin trabajar durante muchos años.
– De modo que utilizó a Cira para asesinar a todas esas mujeres.
– Podría decirse que sí. ¿Quieres saber algo más?
– Tengo una pregunta más. -Retorció los labios-. ¿Estás más enfadado con Aldo porque ha matado a todas esas personas o porque intentó estafarte el oro?
Se quedó un momento en silencio.
– Interesante pregunta. -Pero no la contestó.
– Tengo que advertirte que contaré a Eve y a Joe todo lo que me has dicho. Y eso significa que probablemente envíen investigadores al yacimiento de Herculano. Otra persona encontrará el arcón de oro en esos túneles.
– No lo encontrarán. Esos túneles están muy bien escondidos. No los han descubierto en todos estos años; la explosión selló las entradas al túnel y yo hice el resto. Cubrí todos los indicios del yacimiento. Cuando todo esto haya terminado, todavía tendré mi oportunidad… si la quiero aprovechar.
– ¡Oh!, creo que sí querrás.
– ¡Vaya!, ¡qué cínica! ¿Crees que el espíritu mercenario domina mi vida? Quizá tengas razón y quizá no. ¿Se te ha ocurrido pensar que sabía que se lo dirías a Quinn y que estaba dispuesto a correr el riesgo? Por lo que podría tener más sed de venganza que avaricia. Mañana te llamaré y podrás decirme si Quinn tiene más preguntas. Que duermas bien, Jane.
Colgó antes de que ella pudiera responder.