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¿Dormir bien? Como si eso fuera fácil, pensó ella al colgar. La cabeza le daba vueltas con la sobredosis de información que tenía que digerir, que la inundaba de miedo, pánico y desafío. No intentes absorberla. Deja que vaya entrando y no la fuerces. Paso a paso.

Recordaba que Antonio se lo había dicho. Le había dado su mano y le había dicho a Cira que confiara en él. Pero Cira no la había cogido. No había tenido tiempo antes de que la tierra se abriera a sus pies y viera la lava…

Olvida el sueño. Recuerda la realidad. Si es que lo que Trevor le había dicho era real y no mentiras. Él quería el oro.

No, Antonio quería el oro. Una vez más, sueño y realidad se mezclaban, fundiéndose convirtiéndose en uno por un momento.

Toby bostezó y restregó su cabeza sobre su falda.

– ¡Vale!, vamos dentro. -Jane se levantó-. ¡Qué pesado eres! -Se detuvo un segundo y miró al bosque. ¿Estaría Trevor allí observándola? Había sido una extraña coincidencia que la hubiera llamado en el momento en que había salido al porche. Le había preguntado si estaba sola, pero puede que no quisiera que supiera que estaba tan cerca vigilándola. Sentía un poco de claustrofobia con todas esas restricciones y escrutinios, y él era muy perspicaz.

Estaba allí.

Levantó la mano haciendo un saludo de broma y entró en la casa.

Capítulo 10

Trevor sonrió compungido mientras observaba cómo Jane cerraba la puerta.

Debería haber supuesto que ella sabría que la estaba vigilando. Estaban en la misma onda y lo habían estado desde el momento en que entró en la cabaña.

O quizá desde antes. Al menos, en lo que a él respectaba. Lo había estudiado todo respecto a ella desde el momento en que Bartlett le trajo su foto del recorte de prensa. Era normal que hubiera sentido esa empatía.

¿Lo era?

Su sonrisa se esfumó. Por supuesto que era normal. Él no era un psicópata como Aldo. Cira también le había fascinado e intrigado, pero nada tenía que ver con lo que sentía por Jane. Ella era poco más que una niña y él no era un corruptor de menores. Pero Cira sólo tenía diecisiete años cuando Herculano fue destruida. Había sido la amante de al menos tres hombres importantes de la ciudad y se había labrado una carrera que la hacía brillar como una estrella en la negrura de esa oscura era. Había acumulado décadas de experiencias en su corta existencia.

¡Por Dios!, Cira no era Jane MacGuire. Estaba en una era y cultura distinta. Así que, deja ya de hacer comparaciones y aparca el pensamiento de que Jane sea algo más que una posible víctima.

– ¿Cómo se lo ha tomado?

Se giró hacia Bartlett que estaba de pie detrás de él.

– Todo lo bien que se podía esperar. Se sentirá mejor cuando haya tenido oportunidad de meditar sobre todo esto y pueda aceptarlo. Ya ha empezado a hacerlo.

– ¿Y luego qué?

– Luego, haremos lo que hemos estado haciendo desde que viste su foto en el periódico. -Miró hacia la cabaña recordando su aspecto allí sentada en el escalón junto a su perro. Joven, delgada, vulnerable, pero irradiando una extraña fuerza-. Esperar.

Pittsburgh, Pensilvania

Tenía los guantes de látex ensangrentados.

Aldo se miró las manos con desagrado. No soportaba usar guantes, pero era mejor que tocar a esos seres indignos. Cuando tenía tiempo de hacer una buena selección nunca se cubría las manos. Le gustaba sentir el calor de la sangre sobre su piel. Pero, una vez más, no tenía mucho tiempo y esa mujer sólo guardaba una pequeña semejanza con Cira.

Estas matanzas no le proporcionaban ningún placer, pensó frustrado.

Envolvió a la mujer en una manta y observó cómo se filtraba la sangre a través de la lana. Bien. La sangre atraerá la atención de inmediato, pensó cuando lanzaba el cadáver detrás del restaurante Red Lobster donde la había encontrado. De lo contrario, habría utilizado una lona para envolverla.

Sintió una gran satisfacción cuando la puso en su furgoneta. La última. La pista ya estaba demasiado lejos de Jane MacGuire como para levantar sospechas. La policía siempre estaba dispuesta a lavarse las manos de sus errores. Probablemente, no engañaría a Joe Quinn y a Eve Duncan, pero estarían solos.

Ahora debía regresar a por Cira.

Joe se apartó del teléfono.

– Lea Elmore. Una camarera del Red Lobster de Pittsburgh. La han encontrado esta mañana en la parte trasera del restaurante. Sin rostro. Cenizas en la manta en la que estaba envuelta.

– ¿Se parecía a Jane? -preguntó Eve.

Joe asintió.

– Según la foto de su documento de identidad se parece un poco más que las de Charlotte y Richmond.

Eve sacudió la cabeza en un gesto de desesperación.

– ¿Cómo las encuentra desplazándose tan rápido? Lo entendería si pasara una cantidad razonable de tiempo entre los asesinatos, pero apenas han transcurrido cuarenta y ocho horas desde los anteriores. No es posible que simplemente tropiece con esas mujeres por azar. -Miró a Jane-. ¿Te dijo Trevor…?

– No -respondió Jane-. Te he contado todo lo que me dijo. Pero me parece que ha trabajado con muchas hipótesis intentando encajar el rompecabezas. Quizá ya lo ha averiguado. ¿Quieres que le llame? Me dijo que le llamáramos si Joe tenía preguntas.

– ¿Joe? -preguntó Eve.

– Adelante, que llame. Aceptaré toda la ayuda que me puedan ofrecer. -La voz de Joe tenía un tono ausente mientras se movía por la sala de estar para mirar por la ventana-. Aunque no es una prioridad en estos momentos.

– ¿Qué estás mirando? -Eve le siguió con la mirada.

– Nada -respondió apretando los labios-. Nada, ¡maldita sea!

– ¿Qué…? -Su mirada siguió a la de Joe-. El coche patrulla se ha ido.

– Vale. -Sonó su móvil-. Apuesto a que es Mac Gunther para explicarme por qué. -Escuchó durante un momento-. Lo entiendo. No, no puedo permitir que hagas eso. Está bien, Mac. -Colgó-. La capitana ha sacado a Mac y a Brian de la vigilancia; se ha disculpado y me ha dicho que le gustaría volver cuando no esté de servicio y que está dispuesto a doblar su turno si le necesitamos.

– El cuerpo está haciendo exactamente lo que Trevor dijo que Aldo intentaría conseguir -dijo Eve farfullando-. Quiere que estemos solos y desprotegidos.

– Entonces, se ha equivocado -dijo Jane furiosa-. No estamos solos. Nos tenemos mutuamente. Deja de poner esa cara Eve. No se va a salir con la suya. -Se giró hacia Joe-. ¿Piensan en comisaría que Aldo se ha olvidado de mí?

Joe asintió con la cabeza.

– Este último asesinato se lo ha acabado de confirmar. -Miró a Eve-. Pero Jane tiene razón, no tenemos por qué estar solos. Puedo llamar a una empresa de seguridad privada y tener hombres ahí fuera. Sólo significa que el departamento está fuera del caso.

– Entonces, hazlo -dijo Eve-. Ahora.

– Es lo que voy a hacer. -Volvió a mirar a la ventana-. Ha llegado la hora de que busquemos toda la ayuda que podamos conseguir. -Se calló un momento antes de separarse de la ventana y empezar a marcar un número de teléfono-. Llamaré a la empresa de Matt Singer. Son buenos. Jane, tú llama a Trevor y dile que venga aquí. ¿Ha dicho que quiere protegerte? Bueno, pues deja que se moje el culo en lugar de estar merodeando por los bosques como una maldita ardilla.

– ¿Ardilla? -repitió Trevor cuando entró en la cabaña una hora después-. Francamente Quinn, al menos podías haberme comparado con un animal más interesante y letal. Un puma o un lobo hubieran sido mejor.

– O una mofeta -murmuró Jane-. Las mofetas son interesantes.

Trevor le lanzó una mirada de reproche.

– He venido aquí a riesgo de que me maten o mutilen y lo único que obtengo son insultos. -Se volvió hacia Joe-. Por lo que me ha dicho Jane, entiendo que tus compañeros del cuerpo de policía te han retirado su ayuda.