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Como Trevor.

Se puso tensa. La visión de Cira respecto a Antonio era muy semejante a la que ella tenía de Trevor. Y desde ese primer momento había sentido una extraña familiaridad. Incluso le había dicho a Eve que él le recordaba a alguien.

¿A Antonio?

Ni siquiera podía recordar el aspecto de Antonio. Cira le veía a él, no se veía ella. Cira sentía una tormenta de resentimiento, amargura, esperanza y amor.

¿Amor? ¿Todavía amaba Cira a Antonio?

¡Al demonio con esas historias! ¿Qué importancia tenía eso? Puede que nunca volviera a soñar con Cira. Habían pasado varias noches desde el sueño de que la tierra se abría bajo sus pies y veía el fuego fundido.

Pero desde que se enteró de la existencia del túnel de Herculano y de la mujer que había vivido y muerto allí, ya no era fuego fundido lo que veía, sino lava.

Trevor le había dicho que las cenizas eran del Vesubio y puede que su imaginación hubiera hecho el resto. ¿Cómo podía saber qué trucos utiliza la mente? Esos malditos sueños con Cira le habían arrebatado su confianza en sí misma. Al principio, tal como le había dicho a Eve, había podido ver a Cira y sus luchas con curiosidad y entusiasmo, como si estuviera leyendo una novela. Había sido interesante y esperaba con ansias el próximo capítulo para averiguar qué era lo que le iba a pasar. Ahora ya no era así. Después de lo que Trevor le había dicho, se debatía en la oscuridad, intentando hallar el camino. Estaba atrapada, cautiva y temía regresar al túnel.

– Aléjate, Cira -murmuró-. Ya tengo bastante con lo mío. No vuelvas.

Capítulo 11

Lava fundida abriéndose a sus pies.

– ¡Salta!-Antonio extendió sus brazos-. Ahora, Cira. Yo te cogeré.

¿Saltar? La grieta era demasiado ancha y se hacía más grande cada segundo.

No había tiempo. No tenía opción. Saltó para cruzar la grieta. El calor le chamuscó las piernas aunque sus pies ya habían tocado el otro lado.

¡El fuego reptaba detrás de ella!

Él tiró de ella y la levantó en un solo movimiento.

– Ya te tengo. -Las manos de Antonio ya había asido sus antebrazos y empezaron a retroceder a trompicones.

Otro estruendo.

– Hemos de salir de este túnel. -Cira miró por encima de su hombro.

La grieta se estaba abriendo, ensanchando.

– Has dicho que conocías el camino -dijo Cira jadeando-. Demuéstramelo. Salgamos de aquí.

– Sólo tú podías ser tan testaruda para esperar a ver las puertas del infierno antes de decirme eso. -Antonio la cogió de la mano y empezaron a correr por el túnel-. La grieta parece que ha cruzado el túnel a través. No podemos volver atrás, pero al menos no nos sigue.

– O si no hace que se desplome el techo cuando intente devorar la otra pared.

Calor. La lava que tenían a sus espaldas se estaba engullendo el poco aire que todavía quedaba en el túnel.

– Entonces, mejor que salgamos de este ramal del túnel antes de que eso suceda. Un poco más adelante hay un desvío que debería conducirnos al mar.

– O a Julio.

– Cállate. -Le apretó la mano con una tremenda fuerza-. No te estoy llevando a Julio. Si quisiera que murieras, habría aceptado el dinero que me ofreció hace dos semanas por tu rostro.

– ¿Mi rostro?

– Cuando le dijiste que le abandonabas y que no ibas a devolverle el oro, me pidió que te matara.

– ¿Qué tiene eso que ver con mi rostro?

– Me dijo que había encargado una docena de bustos de ese maravilloso rostro y que no quería que nadie más los poseyera. Ni siquiera tú. Quería que te matara, que sacara mi cuchillo y te arrancara el rostro para entregárselo a él.

Cira se mareó.

– Locura.

– Estoy de acuerdo. Y como me gusta tu cara, rechacé la oferta. Pero eso implicaba que debía dejar Herculano durante unos días. Era muy probable que también hubiera puesto precio a mi cabeza. Sabía que éramos amantes. Por eso pensó que yo tendría la oportunidad de matarte.

– Eso si hubieras podido burlar a Domenico -dijo ella furiosa-. Domenico te habría cortado la cabeza y me la habría servido en una bandeja de plata.

– Esa fue la razón por la que Julio recurrió al soborno. Todo el mundo sabía lo bien protegida que estabas. ¿Dónde está Domenico? Debería estar aquí contigo.

– Le mandé a su casa, al campo.

– Porque no querías que Julio acabara con él. Para eso son los guardaespaldas, Cira.

– Me sirvió bien. No quería que… puedo cuidar de mí misma. ¿No deberíamos haber llegado al final del túnel?

– Hace una curva. Julio no quería que fuera demasiado fácil salir de su villa.

– ¿Y cómo es que conoces la salida?

– Me lo tomé como un asunto personal. Pasé muchas noches en estos túneles mientras estábamos juntos. No hubiera sido muy inteligente robar el oro y no saber cómo huir.

– Bastardo.

– Estaba dispuesto a compartir.

– Mi oro.

– Había suficiente para los dos. Me lo habría ganado. Te habría protegido y valorado tanto como al oro.

– ¿Por qué habría de creerte? ¡Por los dioses! Qué tonterías estás…

Estruendo.

Las rocas caen a su alrededor.

Una piedra afilada rasga la piel de Cira. Nota la sangre caliente corriendo por su brazo.

– ¡Deprisa!-Antonio tiraba de ella a través del túnel-. La estructura se está debilitando. Puede desplomarse en cualquier momento.

– Ya me doy prisa. ¡Estúpido! -Otra roca la hirió en la mejilla.

Más dolor.

Más sangre.

Más dolor.

Más dolor…

¡Despierta! Deja de gemir, por favor.

Sangre…

Abrió los ojos.

– Sangre -dijo jadeando.

– Despierta.

– Antonio…

No, era Trevor que estaba de pie a su lado en el columpio del porche.

Por supuesto que no era Antonio…

– Estoy despierta. -Intentaba recuperar su respiración normal-. Estoy bien. -Se incorporó sentándose y se frotó los ojos-. Debo haberme quedado dormida. ¿Qué hora es?

– Poco más de media noche. Vi que te acurrucabas en el columpio cuando relevé a Bartlett hace una hora. Pero dormías tan a gusto que pensé que te dejaría dormir hasta que te movieras. -Apretó los labios-. Pero eso fue antes de que empezaras a gemir. Fue muy desconcertante. No eres persona de gemidos. ¿En qué demonios estabas soñando?

Rocas que caían, sangre, dolor.

– No me acuerdo. -Arqueó la espalda para aliviar la rigidez. Debía haber estado enroscada en posición fetal durante horas. O quizá no-. ¿Cuánto tiempo ha durado el sueño? ¿Va todo bien?

– Ningún problema. El equipo de seguridad es bueno. Sólo he de recordarles que permanezcan atentos. El aburrimiento es nuestro peor enemigo. -Frunció el entrecejo-. No temas.

– Pues claro que sí. Sería estúpido si no tuviera miedo.

– ¿Estás tan asustada como para tener pesadillas?

– Todo el mundo tiene pesadillas.

– No de sangre. -Guardó un minuto de silencio-. Ni sobre Cira

Jane se incomodó.

– Por lo que veo he hecho algo más que gemir. ¿Qué he dicho?

– No pude entender mucho. Creo que has dicho «Cuidado, Cira. Demasiado tarde». Cuando te has despertado hablabas con un tal Antonio. -La miró directamente a los ojos-. Y si sabes de qué te estoy hablando, es que recuerdas la pesadilla.

– Y tú deberías haberme despertado enseguida en lugar de quedarte escuchando.

– Reconocerás que es normal que me llamara la atención oír el nombre de Cira.

– No me importa si es normal o no. No deberías haber escuchado.