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– De acuerdo. -Se calló-. ¿En qué soñabas?

Apartó la mirada de él.

– ¿En qué crees que puedo soñar desde que me has hablado de ello. En túneles. Erupciones volcánicas. Una mujer que corre para salvar la vida.

– ¿Es la primera vez que sueñas con ella?

– No.

– ¿Cuándo empezaste a soñar?

– No te importa. -Se levantó y recogió su ordenador portátil-. Hemos dejado que te inmiscuyeras en nuestras vidas, pero apártate de mis sueños, Trevor.

– Suponiendo que pueda.

– ¿Qué quiere decir con suponiendo que pueda?

Se encogió de hombros.

– Me cuesta mucho no sentirme atraído por todos los aspectos de tu vida. Créeme, he intentado mantenerme a distancia, pero no funciona.

– Sigue intentándolo. -Dio un paso hacia la puerta-. No te necesito como confidente. Tengo a Eve y a Joe. Si quiero hablar de Cira o de cualquier otra cosa, hablaré con ellos.

Trevor levantó la mano en señal de disculpa.

– Muy bien. Muy bien. Ya lo he captado. -Se quedó de pie observándola mientras abría la puerta mosquitera-. Si cambias de opinión…

– No cambiaré. ¿Por qué debería?

– Por curiosidad. -Esbozó una ligera sonrisa-. ¿Se te ha ocurrido alguna vez que quizá no seas la única que sueña con Cira?

La mirada de Jane voló hacia Trevor.

– ¿Qué?

– ¿De qué te sorprendes? Parece que nos domina a todos. Yo empecé a soñar con ella hace un par de años, cuando leí los manuscritos.

Se humedeció los labios.

– ¿Qué tipo de sueños?

– Cuéntame los tuyos y yo te contaré los míos -le dijo moviendo la cabeza y con tono suave.

– Y tú probablemente confeccionarás los tuyos.

Trevor se rió entre dientes.

– Mujer de poca fe. -Empezó a bajar los peldaños-. Si te decides a hablar, ya sabes dónde estaré.

– No quiero hablar. Y no me importan tus malditos sueños. -Cerró de golpe la puerta mosquitera.

Pero sí que le importaban. Él sabía que esa pequeña concesión la intrigaría. ¿Alguien más soñaba con Cira?

Si es que eso era cierto.

Ella no iba a prestarse a un posible ridículo para satisfacer su curiosidad.

Y la suya propia, ¡condenado!

Dahlonega, Georgia Tres días después

Eve Duncan.

Joe Quinn.

Mark Trevor.

Aldo cerró la tapa de su ordenador portátil y se reclinó con un suspiró de satisfacción mientras miraba el listado. Sabía lo suficiente como para poner el plan en acción. Qué pena que los enemigos de Cira no hubieran tenido acceso a Internet. La información habría sido un arma formidable para acabar con ella. Había sido blanda en muchos aspectos. Con su guardaespaldas al que le salvó la vida. Con el niño que encontró en la calle y que recogió en su casa. Lo único que Julio hubiera tenido que hacer habría sido encontrar su punto débil y utilizarlo para matar a esa zorra. Y para ello, la información siempre es la clave.

Quizá Julio la mató. Pero si lo hizo, no impidió que quedaran vestigios de su presencia que podían atormentar y destruir. Debería haberla borrado de la faz de la tierra.

Como iba a hacer él.

Había preparado el camino hacia Jane MacGuire todo lo que había podido. Ahora tenía que hacer un reconocimiento, descubrir los obstáculos y luego podría proseguir con todo el ritual de costumbre.

Sonrió al mirar la maleta que tenía al otro lado de la habitación del motel.

Fuego verde. Fuego encantadoramente letal.

«¿Me estás esperando, Cira»

– El correo -anunció Trevor mientras subía los escalones-. Facturas, una postal de la madre de Eve desde Yellowstone. Dos paquetes de FedEx. Uno para Eve y otro para ti.

– Espero que te haya gustado la postal -dijo Jane apartando el ordenador-. Empiezas a saber demasiadas cosas de nosotros.

– Nunca puede ser demasiado -sonrió-. Y no he leído la postal, sólo la firma. El paquete para Eve es de una universidad de Michigan. El tuyo es de un centro de negocios Mail Boxes Unlimited de Carmel, California. ¿Conoces a alguien en Carmel?

Jane asintió.

– Sarah Logan. Ella y John viven en el 17 de Mile Strip. Fue quien me regaló a Toby.

– Entonces, es una buena amiga. Ven, abriremos los paquetes.

– Puedo abrir el mío.

– No, no puedes. Tú no abres nada. He revisado el buzón y parecía normal, pero nunca puedes estar seguro.

– ¿Qué? -preguntó ella levantando las cejas-. ¿No había una bomba? ¿Ni ántrax?

– No tiene gracia. De hecho, le he pedido a Quinn que me trajera un escáner portátil para detectar bombas.

– ¿Para qué? Una bomba es un arma de destrucción actual. No existían en Herculano.

– Cierto. Pero un volcán explota y una bomba también. Es una probabilidad muy lejana, pero no quiero correr riesgos. En cuanto al ántrax, no lo creo. Pero podría haber encontrado algún otro polvo volcánico y por eso lo abro. -Abrió la puerta-. ¿Vienes?

Ella se levantó.

– Es bastante normal que Sarah me envíe regalos. Viaja por todo el mundo y le compra juguetes a Toby y detalles para Eve y para mí.

– Una mujer encantadora. Veamos qué os manda esta vez.

Trevor mantenía la puerta abierta esperando a Jane y estaba claro que no tenía intención de entregarle el paquete. Ella se encogió de hombros y entró antes que él en la casa.

– No voy a discutir. Pero tú mismo dijiste que seguramente Aldo preferiría asesinarme con sus propias manos.

– Sí, pero no estoy dispuesto a cargar con las consecuencias si me equivoco. -Trevor sonrió a Eve, que estaba trabajando en una reconstrucción en su estudio al otro lado de la sala-. Correo, Eve. Tú madre se lo está pasando bien en Yellowstone.

– Has dicho que no habías leído la postal -dijo Jane tajante.

– No lo he hecho. Pero por lo que sé todo el mundo se lo pasa bien en Yellowstone. ¿Dónde quieres que te deje las cartas, Eve?

– En la mesa de centro. -Levantó las manos llenas de arcilla-. Si lo cojo ahora, lo voy a empastar todo y no podré leerlo.

– ¿Cómo te va la reconstrucción?

– Bastante bien. Ya he tomado las medidas y ahora estoy empezando con el molde. Pero nunca lo sé realmente hasta las etapas finales.

– Sí, ya me lo habías dicho. -Trevor empezó a separar el correo de Eve sobre la mesa de centro-. Interesante…

Jane les miró a los dos enfurecida. No se había dado cuenta hasta ahora de lo bien que se habían adaptado el uno al otro. Le había visto hablando con Eve en algunas ocasiones e incluso les había visto tomar una taza de café cuando ella le llevaba una jarra a Bartlett.

Eve se volvió a girar hacia el pedestal.

– ¿Le han enviado algo a Jane?

– Un paquete. Cree que es de Sarah Logan.

– ¿Otro? Hace unas semanas le mandó una correa de Marruecos… -Sus manos se movían esculpiendo y su tono era ausente. Un momento después Jane sabía que estaba totalmente absorta en su trabajo y que ya no estaba con ellos.

– ¿Dónde está Quinn? -preguntó Trevor mientras acabada de apilar las facturas.

– En la comisaría. Christy había programado una videoconferencia con Scotland Yard y la policía de Roma para hablar sobre Aldo. -Jane le lanzó una fría mirada y se sentó en el sofá-. Y la policía local italiana no ha encontrado ningún rastro de ningún túnel a las afueras de Herculano. Ni ninguna villa que perteneciera a Julio Precebio.

– Ya te dije que no lo encontrarían.

– Porque hiciste todo lo posible para ocultarlo. Cuando todo esto termine tendrás que responder a muchas preguntas.

– ¡Hum! -Trevor estaba abriendo el paquete postal-. Ya me siento debidamente intimidado.

– No, no es verdad -le dijo Jane enfadada.

– No, pero siento decepcionarte. -Su sonrisa se esfumó al abrir la tapa-. Hay otro paquete dentro. -Se apartó del sofá donde estaba sentada Jane y se fue hacia la puerta-. Es pequeña, de terciopelo y no parece contener ningún juguete para Toby. Creo que lo abriré en el porche.