Jane no pudo evitar ponerse tensa.
– Para. ¿No te estás excediendo?
– Quizá.
Miró en la caja de FedEx y abrió lentamente la cajita de terciopelo.
– ¿Qué es?
– Un anillo.
– ¿Una joya? -Se sintió aliviada y se puso de pie de un salto siguiendo a Trevor por la habitación-. Déjame verlo.
– Un momento. -Sostuvo el anillo en alto para verlo a la luz.
– Ahora. -El anillo era una banda ancha de oro con intricados grabados y la piedra que tenía encastada era de color verde pálido brillante, demasiado pálido para ser una esmeralda, probablemente un peridoto-. ¿Crees que Sarah me mandaría un anillo de los Borgia con veneno o algo parecido?
– No. -Le apartó el anillo-. Pero no creo que esto sea de Sarah. ¿Por qué no la llamas mientras lo reviso?
La mirada de Jane pasó del anillo a la cara de Trevor y lo que vio hizo que se engrandaran sus ojos. ¿Por qué?
– Llámala -repitió-. Si es de ella, podrás darle las gracias. Me quedaré aquí esperándote.
Ella dudó, tentada a negarse a hacer lo que le pedía y a enfrentarse a él. Jane entró en la casa, descolgó el teléfono y llamó a Sarah en Carmel.
Trevor estaba de pie bajo la luz del porche cuando Jane salió de la casa transcurridos cinco minutos.
– No lo ha mandado ella -dijo Jane cansinamente-. No sabía nada de esto. ¿Ha sido Aldo?
Trevor asintió con la cabeza.
– Eso creo.
– ¿Por qué iba a enviarme un anillo? Es un peridoto, ¿verdad?
– No lo creo. Se parece y la mayor parte de la gente lo confundiría con un peridoto.
– Entonces, ¿qué es?
– Es una vesubianita.
– ¿Qué demonios es eso?
– Cuando un volcán emana tefra a veces forma una sustancia que se cristaliza y se puede pulir y refinar hasta parecerse a una gema. Puede que hayas visto la helenita, la gema de color verde oscuro que se hizo popular tras la erupción del Monte Saint Helens.
– Pero ¿esta procede del Vesubio? -Jane estaba fascinada por el anillo que Trevor sostenía en su mano-. Estaba bromeando, pero ¿podría ser algún tipo de anillo envenenado?
Trevor lo negó con la cabeza.
– Lo he examinado. Es justamente lo que parece. Es evidente que no quería matarte.
– Es precioso… ¿Por qué querría regalarme algo tan bonito?
– ¿Cómo te sientes?
– Enfadada y confusa.
– Y ¿tienes miedo?
¿Era el miedo la base de todas esas emociones? Sólo sabía que se había estremecido.
– No es más que una joya.
– Pero te ha descentrado.
– Y eso es lo que quería. Quiere que tenga miedo y esté aterrorizada. -Alargó su mano y tocó el anillo de oro. Estaba caliente por la mano de Trevor, pero no pudo calentar el helor que recorría su cuerpo-. Y quiere que sepa que no se ha olvidado de mí.
Trevor asintió.
– Es un juego mental.
– Cabrón.
– Si sabe que todavía no te puede tocar, probablemente empeorará. Un poco de tormento a distancia será muy satisfactorio para él.
– ¿Crees que me está vigilando?
Trevor se encogió de hombros.
– No desde cerca. Te lo garantizo, Jane.
– Y te puedo asegurar que querrá ver si al haberme enviado esto… ha conseguido hundirme. ¿Qué tipo de satisfacción puede obtener de imaginar el sufrimiento? -Jane notaba que la ira aumentaba a cada instante-. ¡Oh, no!, querrá ver que me ha hecho daño.
– Posiblemente.
– No, con seguridad. -Le cogió el anillo de la palma y se lo puso en su dedo índice-. Entonces, que vea que no me ha afectado nada.
Trevor echó la cabeza hacia atrás y se rió.
– Debería haberlo supuesto. Puede que Aldo haya llevado esta chuchería encima durante años, pero ¿no crees que Quinn querrá averiguar de dónde procede?
– Puede hacerle una foto.
El anillo le apretaba y era muy pesado para su mano, como una pitón enroscándose sobre su víctima. Pero ella no era una víctima y se lo iba a demostrar. Todavía sentía ira, pero ahora estaba mezclada con euforia y entusiasmo.
– Me lo voy a poner.
Trevor dejó de sonreír.
– Esto te está gustando demasiado. ¿Qué estás planeando? ¿Un poco de incitación para cabrear al tigre?
– No es un tigre, es una babosa. ¿Y qué más te da si le incito? Puede que le haga salir a la luz.
Trevor guardó silencio durante un momento.
– Tienes razón. Puede que funcione, si eso no va a hacer que te desmorones. -Empezó a bajar los escalones del porche-. Y curiosamente, me preocuparía si te sucediera eso.
– Pero, no vas a intentar disuadirme.
– No, siempre he sido un hijo de perra. Haz lo que te plazca. Te apoyaré en lo que hagas.
– Sarah acaba de llamarme. -Eve acababa de salir de su estudio y estaba de pie en la sala de estar cuando Jane entró en la cabaña un segundo después-. Estaba preocupada. Me ha dicho que no parecías tú. ¿Qué pasa con este anillo, Jane?
Jane levantó la mano con un aire bravucón.
– Un regalo de Aldo. Una vesubianita. Es bonita ¿verdad?
Eve se incomodó.
– Estás loca. ¿Qué está pasando?
– Esto es una prueba de que no me ha olvidado y de que pasará a realizar otras hazañas.
– Sarah me ha dicho que fue enviado desde una franquicia de Mail Boxes Unlimited de Carmel.
– Él no está en California. Quiere ver si el anillo ha tenido el efecto deseado. -Jane apretó los dientes-. Probablemente espera que me acobarde y me esconda debajo de la cama.
– Pareces estar muy segura. -Eve atravesó la habitación y le tomó la mano-. Parece bizantino.
– Estoy segura de que se supone que ha de ser romano. Pero, ¿qué puedes esperar? Probablemente ha comprado lo que ha encontrado. No creo que haya mucha vesubianita por ahí.
– Entonces, será más fácil descubrir de dónde procede. Sácatelo.
– No
– Jane.
– No. -Le apartó la mano-. Lo voy a llevar. No voy a dejar que piense que puede asustarme. Lo llevaré y haré alarde de él como si fuera el regalo de un amante.
– ¿Amante?
– Eso es lo que haría Cira. -Sonrió con inquietud-. ¿Cree que soy Cira? Bueno, pues actuaré como ella. Ella nunca hubiera dejado que un bastardo asesino la amedrentara. Le plantaría cara, le provocaría y buscaría la forma de acabar con él.
– ¿De verás? -Eve la miró fijamente-. ¿Y cómo sabes tú eso, Jane?
– Así es como la ha descrito Trevor. -Jane movió la cabeza-. No, no voy a mentirte. Siento que es así.
Eve se calló unos momentos.
– ¿O es que lo has soñado? Nunca me dijiste el nombre de la mujer de tus sueños. ¿Era Cira?
Inteligente y sensata, Eve. Debería haber supuesto que la empatía entre ambas era tan intensa que Eve habría notado lo que pasaba por su mente.
– Sí. Pero, no es que… Por lo que sé, estoy haciéndome una composición de lugar de cómo la ve Aldo o quizá de cómo la ve Trevor. Puede que alguna vez leyera algo y no lo recuerde. O quizás estoy teniendo fases de videncia. No es probable, pero prefiero pensar eso a pensar que estoy tan loca como para creer que conozco a Cira por un sueño -se apresuró a decir.
– Creo que estás excusándote demasiado -dijo Eve-. No tienes por qué darme explicaciones. Pensé que eso ya lo teníamos claro. -Volvió a mirar el anillo-. Sácatelo.
– Te he dicho que…
– Sé lo que me has dicho -dijo Eve tajante-. Y sé que es como ponerle un capote rojo a un toro. Sácatelo.
– Pensará que le tengo miedo.
– No me importa.
– A mí sí. -Podía sentir cómo se le hacía un nudo en la garganta mientras miraba a Eve. ¡Señor, qué difícil era eso!-. Te quiero, Eve. Jamás haría algo que pudiera hacerte daño.
– Entonces, sácatelo.