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– Pensará que un centro comercial lleno de gente es más seguro y un restaurante es un buen lugar para poder lucir su pequeño regalo -Levantó la mano para que la luz solar hiciera brillar la gema-. Tiene que verme. He de incitarle. He de enfurecerle y hacer que se sienta inseguro. Ha matado a doce mujeres, al menos que sepamos, y nunca le han atrapado. Eso ha de darle seguridad, incluso se ha de sentir como un dios. Probablemente piense que lo único que ha de hacer es esperar una oportunidad y podrá borrar a la número trece de la lista. -Jane sonrió sin alegría-. Pero nosotros nos aseguraremos de que el trece sea su número de la mala suerte. Le haremos perder el equilibrio y le sacaremos la alfombra de debajo de los pies hasta que se quede al descubierto.

– ¿Y crees que lucir ese anillo va a ayudar?

– Es un punto de partida. Si no sale a la luz, al menos me aseguraré de que se irrite.

– Estoy seguro de que lo harás. -Se calló un momento-. Me encantaría verte en acción. Puede que tenga que seguirte y observar.

Jane movió la cabeza negativamente.

– Tienes trabajo que hacer aquí. Y no quiero que vea que estoy bajo vigilancia. Será mucho más eficaz si piensa que sólo voy con Eve, así le demostraré lo poco que me importa.

– Él no me verá.

– Pensé que ibas a dejarme correr mis propios riesgos.

Trevor se encogió de hombros.

– No es tan fácil como pensaba. Lo estoy intentando.

– Sigue haciéndolo. -Jane se fue a la cabaña-. Quédate aquí.

Estaba sonrosada, radiante, hermosa. Y triunfal. Aldo intentó contener la ira que le abrasaba todo el cuerpo mientras la observaba riendo con Eve Duncan cruzando el aparcamiento en dirección al restaurante. Ahora esa zorra estaba haciendo gestos, cada movimiento hacía brillar el anillo.

En el centro comercial había sido igual. Estaba resplandeciente; cada rasgo de su rostro estaba animado y tan vivo que era como una bofetada.

Le estaba provocando no sólo con su regalo sino con su mera presencia.

No tenía miedo. El anillo no le había impresionado; la amenaza implícita sólo la había hecho reír.

Podía sentir cómo se desataba la rabia en su interior. ¿Cómo se atrevía? ¿No se daba cuenta de que le había llegado la hora y de que él era la espada que iba a atravesar su oscuro corazón?

Calma. Ya aprendería. Cada cosa sería vengada a su debido tiempo. Él borraría esa sonrisa de su rostro.

¡Zorra!

Pero no podía soportar que ella hubiera sido tan sarcástica con él y le hubiera tratado como si no tuviera importancia. No podía estar ahí sentado y dejarla actuar así. Tenía que demostrárselo. Tenía que hacerle ver con quién estaba tratando.

– ¿Satisfecha? -le preguntó Eve a Jane en tono bajo mientras conducía hacia la cabaña del lago-. Parece como si te hubiera arrollado un camión.

– Así me siento. -Jane se reclinó en el asiento y cerró los ojos-. Nunca hubiera imaginado que estar tan eufórica pudiera ser tan agotador. Estoy exhausta.

– Yo también -dijo Eve tajante-. Pero estoy harta de mirar discretamente por encima de mi hombro.

– Muy discretamente. -Jane abrió los ojos y sonrió-. Gracias por hacerlo. No me habría servido de nada hacer alarde de lo poco que me afecta Aldo si a ti se te hubiera visto preocupada.

– Lo sé. -Aparcó delante de la cabaña-. Y no iba a someterme a todo este estrés para nada. -Se giró y miró a Jane-. ¿Ha sido para nada? ¿Crees que nos estaba observando?

«¡Señor!, espero que estuviera allí», pensó Jane agotada.

– No lo sé. En algunas ocasiones he notado como si… Quizá. Valía la pena intentarlo.

– Una vez -dijo Eve-. Joe y yo te hemos apoyado esta vez pero tendrás que entablar una batalla si decides hacer esto todos los días.

Jane asintió con la cabeza mientras bajaba del coche.

– Desde luego que no va a ser todos los días.

– Eso no es comprometerse mucho -dijo Eve-. Lo que quiero decir es que no sé… -Se calló-. De acuerdo, seamos razonables con esto. Si sigues así, crearás un patrón de conducta y lo último que necesitas es ser predecible. Eso sería fatal.

Jane sonrió.

– Estoy de acuerdo. No seremos predecibles.

Eve se relajó.

– Me alegro de que lo hayas dicho en plural. Te estás volviendo un poco demasiado independiente para Joe y para mí. Nos asustas.

Jane movió la cabeza.

– He recurrido a vosotros y os he pedido que vinierais conmigo, ¿no es así? No quiero ser independiente si eso implica excluiros. Ya estuve mucho tiempo sola cuando era pequeña. Eso duele.

Eve se rió entre dientes.

– Sí, ya lo creo.

Cogió a Jane del brazo y subieron juntas los peldaños.

– Ya que lo has expuesto de manera tan delicada, yo te diría que eso duele un montón. -Echó un vistazo al lago-. Bonito atardecer. Nunca me canso de verlos. Tranquilizan el espíritu.

Jane movió la cabeza.

– A mí no me pasa lo mismo. Yo necesito mucho más que un atardecer. Pero tú lo haces muy bien.

– ¿De veras? -Eve la miró con incredulidad-. Nunca me habías dicho que necesitaras que alguien te tranquilizara.

– Porque siempre has estado conmigo. No tenías que hacer nada. -Abrió la puerta mosquitera-. ¿Quieres que te ayude a preparar la cena?

Eve le dijo que no con la cabeza.

– Prepararé una ensalada y unos sandwiches cuando venga Joe.

– Entonces, cogeré el ordenador y me sentaré en el porche a hacer los deberes. -Se fue por el pasillo hacia su dormitorio-. No hace falta que me prepares nada. No tengo hambre después de haberme comido la pizza. No he comido mucha, pero me ha llenado igual…

Acababa de encender el ordenador cuando sonó su móvil.

– Puta. Zorra. Pavoneándote y meneándote como la puta que eres. ¿Estás orgullosa de ti? ¿Crees que has demostrado algo poniéndote ese anillo? No significaba nada para mí.

Se quedó helada.

Aldo. Sus palabras vomitaban rabia, violencia y maldad.

No te desmorones. Debería haber pensado que él averiguaría su número de móvil. Que no se dé cuenta de que estás sorprendida y de que tienes miedo.

– Tampoco ha significado nada para mí. Sólo una baratija. ¿Por qué no me lo iba a poner? Siento que estés tan decepcionado.

– Es de tu montaña, de la que te mató. ¿No te trae ningún recuerdo? Espero que te ahogues en ellos.

– No tengo ni idea de lo que me estás hablando. ¿Y realmente crees que voy a dejar que me tengas confinada en esta cabaña? Iré donde me plazca. ¿Sabes que la camarera de CiCi's me ha felicitado por este anillo tan bonito? Le he dicho que me lo había regalado un hombre que me seguía como un cachorro perdido. Las dos nos hemos echado a reír.

– ¿Un cachorro perdido? -Jane podía sentir la rabia en su voz-. ¿Eres consciente de lo poderoso que soy? ¿De a cuántas mujeres he asesinado por tener tu asquerosa cara?

– No me interesa saberlo. -Hizo una pausa-. ¿Por qué me llamas, Aldo? Nunca lo habías hecho antes. Creo que has mentido. Te he sacado de tus casillas.

– No ha significado nada -repitió-. Sólo que he decidido que no hay razón para esconderme de ti. Puede que todavía pase mucho tiempo antes de que te mate. Meses. Años. No me importa el tiempo, ahora que te he encontrado. Siempre que te esté observando, vigilando, jamás escaparás de mí. Pero me merezco el placer de acercarme más a ti, de escuchar tu voz, de sentir que estás cada vez más asustada. Tengo derecho.

– Y yo, el mío de colgarte el teléfono.

– Pero no lo harás. Seguirás hablando porque esperas que te diga algo que pueda darles una pista a Trevor y a Quinn. Y cada una de tus palabras me proporciona un arrebato de placer.

Sintió náuseas del asco. Lo decía en serio. En su tono podía percibir una febril excitación mezclada con ira. Pero tenía razón, ella debía aprovechar la oportunidad.