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– Nadie me ha preguntado si quería ir a ese maldito centro comercial -dijo Jane-. No soy una niña a la que hay que mantener ocupada con tonterías porque no se le permite hacer nada importante. -Dio un paso hacia delante para confrontarle-. No tengo intención de provocar a Aldo, Trevor. Sería exagerado. La sutileza es mejor. Queremos que se concentre en Cira, no en mí. De modo que me quedaré aquí aburriéndome. Pero mejor que no sean más de tres semanas.

Trevor levantó la mano para saludar al estilo militar.

– Vale, vale. Te he entendido perfectamente.

– Y llámame para contarme qué es lo que está sucediendo.

– Será un placer. -Sonrió-. Cada noche; te lo prometo.

– Más te vale que cumplas tu promesa.

– Lo haré. -Trevor caminaba rápidamente por el sendero-. Echaré de menos el sonido de tu voz regañándome…

– ¿Voy a ir contigo? -preguntó Bartlett al ver que Trevor lanzaba su maleta en el interior del coche de alquiler-. No hablo italiano, pero me he dado cuenta de que eso no importa mucho cuando quieres comunicarte. Siempre he sabido hacerme entender.

– No tengo la menor duda. -Trevor se metió en el coche-. No, no vas a venir. Si veo que no puedo arreglármelas sin ti, te llamare. Te necesito aquí para que vigiles a Jane.

– Quinn lo hará.

– Pero él no me llamará para decirme si ha visto algo sospechoso. Intentará encargarse de ello él sólo.

Bartlett reflexionó sobre ello.

– Tienes razón. Quizá no me necesites allí. -Dio un suspiro-. Pero sería mucho más divertido ir contigo. He de reconocer que la vida es mucho más interesante cuando estoy contigo.

– ¿Y cuántas veces me has dicho que serías muy feliz si te deshicieras de mí y pudieras regresar a tu tranquila y aburrida vida?

– Quizá me has contagiado. ¡Oh, Dios mío! Espero que no. -Bartlett dio un paso atrás cuando Trevor arrancó el coche-. Este tiempo me servirá para reflexionar y evaluar el efecto que tienes sobre mí. Entretanto puedes estar seguro de que haré todo lo que esté de mi parte por la seguridad de Jane. Cuídate.

– Tú también. -Trevor hizo una pausa-. No hagas ninguna tontería. Si observas algo sospechoso díselo a Quinn.

– Tranquilo. Observar e informar. Soy demasiado valioso como para dejar que me sacrifiquen. -Se volvió hacia la cabaña-. Y tú también. Tienes la incumbencia de ir con cuidado.

– ¿Incumbencia? ¡Por Dios bendito! ¡Qué palabra más anticuada!

– Yo soy anticuado. Eso forma parte de mi encanto. Te agradezco que no te burles de mí.

– Ni se me ocurriría. -Puso el pie en el acelerador y se dirigió hacia la carretera-. Tu ejército de féminas me perseguiría con machetes.

Capítulo 14

– No hay nada -murmuró Jane, con la mirada pegada al diario La Nazione en su ordenador-. Ni una palabra.

– Sólo han pasado dos días -dijo Eve-. No estoy segura de lo que supone modificar una web site, pero creo que ha de llevar algún tiempo.

– Entonces, ¿por qué no nos ha llamado para decirnos que tenía problemas? Nos dijo que el trabajo de preparación llevaría sólo tres semanas.

– Aproximadamente. Creo que has sido tú quien se ha fijado ese tiempo en la mente.

Hizo una mueca.

– He sido yo, ¿verdad? Sólo quería presionarle un poco.

– Creo que no necesita que nadie le presione. Se marchó de casa a escape.

– Por eso, para que no bajara la marcha sin… ¡aquí está! -Jane se acercó a la pantalla, todo su cuerpo estaba tenso de la emoción-. Sólo un pequeño artículo al final de la página cinco.

– ¿Dónde? -Eve cruzó la habitación y miró por encima de su hombro-. Sólo cuatro líneas.

– Está bien. Suficiente para captar la atención y la curiosidad de Aldo y no lo bastante como para resultar descarado. -Jane salió de la web site de Florencia y entró en la del periódico de Roma-. Si hubiera escrito algo más, habría levantado sospechas.

– Estoy segura de que apreciaría tu aprobación.

– No le importaría un carajo. -Jane ojeaba los artículos-. Es inteligente ¿verdad? Esto debe haberle costado mucho… aquí está. -Sonrió-. Ha firmado con las siglas de la Associated Press para que parezca que ha recogido la noticia del periódico de Florencia. -Pasó a la página del Times de Londres. A los diez minutos movió la cabeza decepcionada-. Nada.

– Dale un respiro. Dos de tres no está mal.

– Supongo que no. -Se reclinó en el sofá-. Al menos está haciendo progresos. ¿Has podido hablar con Ted Carpenter?

– Está en Guayana. Le dejé un mensaje ayer. Todavía no me ha devuelto la llamada. Volveré a intentarlo más tarde. -Movió la cabeza cuando Jane empezaba a hablar-. Más tarde -repitió-. Yo me encargo de esto, Jane.

– Lo siento. No pretendía pisarte tu trabajo. -Retorció los labios-. Mi problema es que no se me permite hacer nada. Eso me está volviendo loca y tengo ganas de salir y hacer algo. -Se levantó y salió al porche con Toby de escolta-. Voy a tomar el aire. En cuanto sepas algo dímelo.

– Lo haré. -Entonces Eve la llamó con resignación-. ¡Vale, maldita sea!, le llamaré ahora mismo.

Una sonrisa radiante iluminó el rostro de Jane.

– Gracias.

– De nada. Pero ni se te ocurra pensar que has conseguido manipularme.

Jane movió la cabeza.

– Ni por asomo. -La puerta se cerró detrás de Eve y Jane se sentó en el peldaño superior de la escalera del porche. Al menos empezaban a pasar cosas. No lo bastante rápido. Pero había un movimiento y una acción que le daban esperanzas. Sería más feliz si pudiera participar en esa acción, aunque sabía esperar.

Quizás.

– ¿Has tenido noticias de Trevor? -preguntó Bartlett desde el sendero.

– No, ¿y tú?

Bartlett movió la cabeza negativamente.

– Tampoco esperaba tenerlas. Cuando entra en acción es como un torbellino. No le cuesta mucho olvidarse de mí.

– Entonces, ¿por qué has pensado que me habría llamado?

– Porque piensa en ti continuamente. No olvides que siempre está contigo.

Jane puso cara de incredulidad.

– Piensa en Aldo, no en mí.

Bartlett sonrió.

– Quizá tengas razón. Puede que me haya equivocado. -Retrocedió por el camino-. Pero avísame cuándo llame, ¿vale?

Si llamaba, pensó Jane enfadada. «Me prometió llamarme cada noche y ya ha roto su promesa. Vale, ha estado ocupado y esa actividad ha dado su fruto». Pero una promesa era una promesa y se sentía extrañamente sola. Hasta entonces no se había dado cuenta de cómo se había acostumbrado a verle merodeando por allí, llevándole el correo cada tarde, saludándola informalmente desde lejos cuando estaba hablando con Singer o con Joe. Había pasado a formar parte de su vida y ahora ya no estaba.

Y eso era bueno. No necesitaba nada en su vida que contuviera una fuerza errática como Trevor. Tenía que reconocerlo; su cuerpo respondió desde el primer momento en que le vio. No era tonta. Sabía que se trataba únicamente de una atracción sexual, pero eso era nuevo para ella y no estaba muy segura de qué es lo que tenía que hacer. Él la perturbaba.

Pero a una parte de su naturaleza le gustaba esa perturbación. El conflicto era un reto y se parecía a cómo se había sentido cuando adiestraba a Toby. Cada instante era una aventura, llena de risas y pequeñas catástrofes. Se dio cuenta de que estaba sonriendo. A Trevor no le gustaría esa comparación con su perro y en modo alguno toleraría que le adiestraran. Tampoco es que ella quisiera estar lo bastante cerca como para…

Sonó el teléfono.

– ¿Has visto el artículo? -preguntó Trevor.

Le dio un vuelco el corazón y tuvo que aclararse la voz.

– Sí. ¿Por qué no ha salido en el periódico inglés?

– ¡Dios, que dura eres! -Su tono denotaba irritación-. Dame veinticuatro horas más. He de ir con más cuidado con la prensa inglesa. Salvo que quieras que aparezca en el Sun. No les importa si la historia es demasiado sensacionalista.