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– Aldo lee el Times, no el Sun.

– Estaba bromeando.

– ¡Ah! -Hizo una pausa-. Lo has hecho muy bien. -Dijo ella con gran entusiasmo. -A ti no te interesan mis halagos.

– ¿Quién te ha dicho eso? Me gustan las caricias como a todo el mundo. Y dado que en tu caso he de limitarme a lo verbal, me gustaría beneficiarme de ello. -Trevor prosiguió antes de que pudiera contestarle-. Fuera de lugar. Olvida lo que te he dicho. ¿Ha hablado Eve con Ted Carpenter?

– Todavía no. Está en Guayana y todavía no le ha devuelto la llamada. Ahora lo está volviendo a intentar. -Se levantó-. Puede que ya haya terminado. Voy a entrar en casa a comprobarlo.

– ¿Estás en el porche?

– Sí, ¿por qué quieres saberlo?

– Estoy muy lejos de allí y rodeado de ruinas y de charlatanes intentando vender sus baratijas. Es agradable poder imaginarte junto al lago. Limpia…

Jane notó ese extraño calor repentino que empezaba a serle demasiado familiar.

– Eve ha colgado. ¿Quieres hablar con ella? -dijo rápidamente.

– Sí.

Jane le pasó el teléfono.

– Trevor.

Eve la miró con curiosidad antes de hablar.

– Acabo de hablar con Ted. Me ha dicho que la persona con la que hemos de hablar es el profesor Herbert Sontag. Lleva quince años excavando en Herculano y es conocido y respetado por el gobierno italiano. Posee su pequeño reino allí y probablemente sea el único hombre que podría conseguir lo que hemos de hacer. Ted le ha visto varias veces en conferencias y me ha dicho que su fuerte no son las relaciones públicas pero que es muy bueno en lo suyo. Me ha dicho que mañana le llamaría, que le contaría la versión de la historia que has inventado y que le pediría su colaboración. -Eve hizo una mueca-. No me des las gracias demasiado pronto. Ted no parecía muy convencido. No estaba seguro de que Sontag le diera ni los buenos días. Me llamará en cuanto tenga noticias suyas. -Le pasó de nuevo el teléfono a Jane-. Mejor que le digas que empiece a pensar en otro plan porque éste se apoya en un firme muy poco seguro.

– ¿La has oído? -le dijo Jane a Trevor-. Pero no tenemos otro plan.

– Tengo algunas ideas, pero vale más que consigamos que ésta funcione. Le he dedicado demasiado tiempo y esfuerzo. -Guardó silencio un momento-. Sontag… he oído ese nombre, pero no sé nada concreto de él. Maldita sea, he de dar nombres y lugares en los próximos artículos y no puedo mencionar su nombre sin saber si está dispuesto a ayudarnos. Llámame en cuanto sepas algo.

– Lo haré. Soy consciente de la importancia que tienen las comunicaciones en estas situaciones -añadió deliberadamente.

– ¿Ha sido otro golpe bajo? -preguntó Trevor-. He estado bastante ocupado en las últimas cuarenta y ocho horas. No he dormido más de dos horas desde que me marché de Atlanta.

– ¿Qué has estado haciendo aparte de craquear webs sites?

– ¿No te parece bastante? No, creo que no. ¡Ah!, mientras intentaba romper las medidas de seguridad de las webs sites de Internet, pensé en cómo localizaba Aldo a sus víctimas. Muy sencillo. A través del Departamento de Permisos de Conducir. Sus archivos están bien protegidos, pero un buen hacker podría entrar y Aldo es un experto. De ese modo podría obtener fotos y direcciones sin ningún problema.

– Y Aldo no empezó a acecharme hasta que conseguí el permiso de conducir.

– Puede que me equivoque, pero dile a Quinn que revise esa posibilidad.

– Se lo diré ahora mismo.

– Puede que sea como cerrar las puertas de la cuadra cuando ya se han escapado los caballos, pero eso es todo lo que se me ha ocurrido. En lugar de romperme más la cabeza con ese tema, he estado buscando lugares donde podríamos cercar a Aldo. Ha de ser algún lugar al que piense que puede acceder y donde podamos tenderle una trampa.

– ¿Lo has encontrado?

– Todavía no. Pero todavía tenemos tiempo. Me has dado tres semanas.

– No, no es así. Sólo acepté el tiempo aproximado que me diste. Cuanto antes mejor.

Trevor se rió.

– En otras palabras: que no duerma y que no descanse hasta que haya hecho el trabajo.

– No he dicho eso. Sólo que no te duermas en los laureles.

– Lo intentaré. -Hizo una pausa-. ¿Qué has estado haciendo desde que me he marchado?

– Dibujar, deberes, jugar con Toby y volverme loca de aburrimiento. Lo mismo que cuando estabas aquí.

– Veo que te estás esmerando en asegurarte de que me entere de que mi presencia no te afecta en nada en tu vida.

– Quizá sí me afecte. Me irrita que tengas libertad para hacer algo.

– Reconozco mi error.

– Y al menos estás en un lugar diferente e interesante. Yo nunca he salido de Estados Unidos.

– Eres joven. Tienes mucho tiempo para trotar. Y esta ciudad no es tan fascinante.

– Tú tienes experiencia para opinar y comparar. Probablemente a mí me parezca interesante. Cuéntame.

– Apenas he arañado la superficie y estas ciudades turísticas son todas iguales hasta que las excavas a fondo. -Se rió-. ¡Vaya juego de palabras! Te juro que me ha salido espontáneo.

– Aún así quiero que me cuentes cómo es.

Se calló un momento.

– ¿Porque Cira vivió aquí?

– ¿Tanto te extraña que sienta curiosidad por el lugar donde vivió y murió?

– No es más extraño que todo lo que está relacionado con este embrollo. -Hizo una pausa-. Haremos un trato. Tú me cuentas tus sueños y yo te describiré hasta la última ruina de esta ciudad. Podrás verla con mis ojos.

– Podré verla yo misma dentro de tres semanas.

– Pero dudo de que Quinn te deje ir a patear la ciudad.

Eso era cierto, pero tendría que matarla antes de ceder ante él después de haber resistido la tentación durante las últimas semanas.

– Encontraré la manera.

– Muy bien. He pensado que no perdía nada por intentarlo. -Dio un suspiro-. Sólo ha sido un farol. Dame uno o dos días y te descubriré las delicias de la antigua Herculano. Quizás eso te haga ser más generosa con tus confidencias.

– No lo seré. -Su mente iba a mil por hora intentando pensar en todas las cosas que quería preguntarle-. El teatro. Quiero saberlo todo sobre el teatro de Herculano. Lo único que he encontrado en Internet es que era famoso. Nada sobre Cira. Tiene que haber algo en alguna parte si era tan famosa.

– Hace dos mil años, Jane.

– Muy bien, entonces quiero saber cómo vivía, el sabor de su tiempo…

– ¡Dios mío!, no me apasiona la historia y voy a tener que hacer algunas cosas más importantes que…

– Entonces, hazlas. Sólo he pensado que en tu tiempo libre podías… Olvídalo.

Trevor suspiró.

– No lo olvidaré. Te daré lo que quieres. Tendrás que perdonarme si pongo a Aldo el primero en la lista de prioridades.

– No te perdonaría si no lo hicieras. -Apretó el teléfono con su mano-. ¿Crees que habrá visto los artículos?

– Eso depende de con qué frecuencia visite estas webs sites. Ésa es la razón por la que hemos de seguir insertando párrafos y que cada vez sean más impactantes. Si algo le llama la atención, volverá a visitarlas para ver si puede encontrar otras referencias. Pero, maldita sea, hemos de probar que tenemos algo para el Archaeology Journal.

– ¿Cuándo?

– La semana siguiente como mucho o la otra si no hay más remedio. No tiene que ser mucho. Una historia breve y quizás una foto de la estatua que se ha encontrado junto al esqueleto.

– ¿Qué estatua? Eso forma parte de la gran mentira. No tenemos ninguna estatua de Cira.

Se quedó en silencio.

– Yo sí.

Jane se puso tensa.