Выбрать главу

– Pero los manuscritos de la biblioteca de Julio no estaban dañados.

– Ese túnel estaba bastante lejos de la ciudad y en otra dirección opuesta a Herculano. No debió recibir toda la fuerza de la lava. Además, estaban protegidos dentro de cartuchos de bronce.

– ¿Viste algún indicio en ese túnel de que se hubiera abierto la tierra y hubiera entrado la lava?

– No, pero no fuimos mucho más allá de la biblioteca. Como ya te conté, avanzábamos muy despacio y Guido se volvió avaricioso. -Se detuvo un momento-. ¿Por qué?

– Simple curiosidad. -No, no podía alegar simple curiosidad. No, si realmente quería descubrir lo que necesitaba saber-. Trevor, realmente quiero saberlo todo sobre el teatro.

– Porque forma parte de ella.

– Y quiero saber exactamente qué decían esos manuscritos sobre Cira. Fuiste muy escueto.

– Sólo puedo hablarte de ella desde la visión de Julio. Y desde la visión de los pocos escribanos que plasmaron las descripciones que él hizo de ella.

– ¿Eran los mismos?

– Creo que no. Creo que los escribanos hicieron lo que hacen todos los «negros» si no se les vigila. Contaron su propia historia, con sus propias impresiones.

– ¿Qué cuentan?

– Creo que mejor dejarlo para otro día.

– Cabrón.

Trevor se rió.

– Vaya forma de hablar para una jovencita. ¿Nunca te han corregido Eve y Quinn?

– No. No creen en la censura y de todos modos era demasiado tarde para cambiarme cuando me fui a vivir con ellos. Y tú no deberías ver la paja en el ojo ajeno.

– Lo tendré en cuenta. Te llamaré mañana por la noche.

– ¿Qué le digo a Eve respecto a Sontag?

– Que ya me ocuparé yo. Buenas noches.

Volvió a la cabaña después de colgar.

– Me ha dicho que ya se ocuparía del tema -le dijo a Eve-. No me preguntes cómo. Probablemente será mejor que no lo sepamos.

Eve asintió.

– No me extrañaría. Acabo de entrar en la web site de Roma. Esta tarde menciona a un importante arqueólogo británico que dice que puede que sea el mayor descubrimiento desde Tutankamón. Si va a ocuparse de ello, mejor que sea rápido. Sontag no es el único arqueólogo de Herculano, pero es el más conocido y seguro que le harán preguntas.

– Pero una negación no tiene por qué ser un desastre. Trevor dijo que la mayoría de los arqueólogos son muy reservados con su trabajo.

– Salvo que abra la boca respecto a la llamada de Ted Carpenter.

Jane se encogió de hombros.

– Entonces, no nos queda más remedio que confiar en que Trevor encuentre una solución. No tenemos mucha elección.

La oficina de Sontag se encontraba en el primer piso de un pequeño almacén en la zona del puerto y era sorprendentemente lujosa. Un sofá de terciopelo corto y una alfombra de kilim competían con un escritorio evidentemente antiguo de elegantes formas.

– ¿Profesor Sontag? -dijo Trevor-. ¿Puedo entrar?

Herbert Sontag levantó la mirada frunciendo el entrecejo.

– ¿Quién es usted? Estoy ocupado. Hable con mi asistente.

– Me parece que ha salido. Me llamó Mark Trevor. -Entró en el despacho y cerró la puerta-. Y estoy seguro de que usted no querrá que su asistente oiga nada de lo que vamos a hablar. Hemos de negociar.

– Lárguese. -Se puso en pie, con las mejillas rojas de ira-. No me interesa comprar lo que usted vende.

– No, si usted no va a comprar, va a vender. Y con un buen beneficio. Por supuesto, si hubiera tenido los contactos adecuados le habría salido mucho mejor. Podría haber aumentado su parte un cien por cien.

– No sé de qué me está hablando -dijo Sontag fríamente-. Pero si no se marcha ahora mismo llamo al guardia de seguridad.

– ¿Realmente quiere que se entere de lo de La Chica y el Delfín?

Sontag se quedó helado.

– ¿Qué está usted diciendo?

– Una estatua exquisita que sobrevivió a la erupción. Usted la descubrió hace once años aquí, en el muelle.

– Bobadas.

– Es bastante pequeña y estoy seguro de que no debe haber tenido problemas en encubrir el hallazgo. Por lo que he averiguado de usted durante ese período de su carrera, era mucho más práctico. En cuanto pensaba que había la posibilidad de recuperar algo de valor, probablemente enviaba a su equipo a trabajar a otra parte y excavaba usted mismo. Pero probablemente, no tenía los contactos adecuados para conseguir el dinero que esa estatua valía, porque James Mandky todavía se ríe de cómo le engañó con el precio.

Sontag ya no estaba rojo, sino pálido.

– ¡Miente!

Trevor movió la cabeza.

– Usted lo sabe perfectamente. A mí no me importa que usted robara una o dos piezas. Es una práctica bastante común entre sus colegas con menos escrúpulos. Cuando me enteré de que a usted le gustaba la buena vida, supuse que en algún momento debió apropiarse de alguna pieza valiosa. Al fin y al cabo ésta es una vida dura y una persona merece tener algunas comodidades.

– Mandky es tan culpable como yo. Él es el receptor de las piezas robadas. Nunca testificará en mi contra.

– Es posible, pero un rumor que promueva un escándalo arruinaría su reputación y le devolvería a Londres sin pena ni gloria. Según me ha dicho Ted Carpenter a usted le importa mucho su buen nombre. -Sonrió-. Y yo soy muy bueno insertando pequeños artículos en los periódicos digitales.

– Carpenter. -Apretó los labios-. ¿Va a hacerme chantaje?

– Por supuesto. Y además resulta tremendamente sencillo. Esperaba que fuera un reto mayor.

Se humedeció los labios nervioso.

– ¿Me está insinuando que olvidará mi transacción con Mandky si acepto fingir que he descubierto ese esqueleto?

– Y ofrecernos toda su cooperación. Yo doy las órdenes y usted las sigue. Sin preguntas, ni discusiones.

– No lo haré -replicó-. Daré el anuncio, pero eso es todo.

– Incorrecto. -Trevor le miró directamente a los ojos y su tono de voz se endureció-. Míreme y se dará cuenta de con quién está tratando. No tengo ningún problema con los criminales, pues como usted mismo podría decir, yo también tengo esa inclinación. Pero usted es un novato y yo un profesional, lo que a usted le deja fuera de juego. Está acorralado y más le vale saber cuándo ha de ceder. No doy un céntimo por usted si interfiere en mi camino. Le arruinaré su carrera. Arruinaré la confortable vida que usted se ha labrado. Y si me cabrea mucho, hasta puedo plantearme poner fin a su miserable existencia. ¿Le ha quedado claro?

– Va de farol -susurró Sontag.

– Póngame a prueba. -Se dirigió a la puerta-. Le llamaré dentro de unas horas y le diré exactamente lo que tiene que decir en la rueda de prensa que va a convocar para esta noche. He dicho exactamente. Nada de improvisaciones. Nada de verborrea grandilocuente. Bueno, quizás un poco. Tiene que parecer natural.

– No le prometo nada.

– ¿Prometer? No le creería ni aunque me lo jurara sobre una montaña de Biblias. Lo hará porque sabe que lo que le he dicho iba en serio.

– No funcionará. Mi equipo sabe que últimamente no he hecho ninguna excavación cerca del teatro.

– Por eso ha contratado un equipo de Marruecos y les ha hecho excavar secretamente durante la noche. Éste iba a ser el gran hallazgo de su carrera y quería reservárselo para usted hasta que pudiera dar la buena noticia. Carpenter ha accedido generosamente a permanecer en la sombra y conformarse sólo con los beneficios económicos. La gloria será toda suya.

– ¿De verdad? -Sontag se calló, pensando en ello-. Suena plausible -dijo con prudencia.

– Lo es. Piense en ello. -Abrió la puerta-. Más tarde le daré los detalles.