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Sontag.

Aldo revisó excitado el artículo del diario de Roma. Apenas recordaba haber oído hablar a su padre de Herbert Sontag e intentaba acordarse de lo que decía de él. Algo sobre la naturaleza poco honesta de Sontag y de la posibilidad de trabajar juntos. Pero nunca llegó a suceder. Su padre había descubierto el túnel de Precebio y no había compartido su hallazgo con otro arqueólogo.

Ahora Sontag había vuelto a escena y alardeaba de su gran hallazgo. Sin dar detalles. Todavía estaba intentando descifrar el descubrimiento de este gran secreto. No había dado el nombre de la actriz que habían encontrado en la antesala. Quizá todavía no conociera su identidad. Sólo había hecho referencia a su belleza y a las joyas de oro y lapislázuli que la adornaban. Decía que era otra Nefertiti.

Esa frase le dio escalofríos.

«No, más bella que Nefertiti», pensó Aldo. Cira.

Y ese cabrón de Sontag ya estaba intentando reivindicarla como un icono inmortal.

¡No!

Respiró profundo e intentó controlarse. Miró los otros periódicos. No había más información. Entró en Archaeology Journal. No había mención alguna del descubrimiento de Sontag.

Se sintió aliviado. La revista semanal solía ser la primera en anunciar cualquier descubrimiento importante y no habían hecho ninguna referencia, ni siquiera cuando salieron las primeras menciones antes de que Sontag lo anunciara públicamente. Quizá, Sontag estaba intentando conseguir algo más de publicidad.

Espera. Ten cuidado. Hay mucho en juego.

Cira.

Jane todavía estaba mirando el informe de la entrevista cuando Trevor la llamó esa noche.

– La entrevista de Sontag aparece en el New York Times. ¿Cómo lo has conseguido? -preguntó.

– No lo he conseguido. En el momento en que la historia se ha convertido en una noticia real, en lugar de ser una invención, ha sido como una bola de nieve rodando montaña abajo. Eso significa que tendremos que movernos con rapidez. Habrá reporteros merodeando alrededor de Sontag y no hay nada más peligroso que un reportero inquisitivo.

– ¿Qué pasa con Archaeology Journal?

– Me encargaré de ello en cuanto pueda. Ahora no puedo dejar a Sontag. Se está entusiasmando demasiado. Le encanta ver su nombre impreso y ya está preparando otra entrevista para mañana. Es inteligente, pero puede dar un patinazo que podría llevarnos al fracaso.

– ¿Dónde están las oficinas centrales de la revista?

– Es una prensa universitaria de Newark, Nueva Jersey. Pequeña, esotérica y tremendamente importante para nosotros. ¿Alguna noticia de Aldo?

– Ya sabes que Joe te lo habría dicho si la hubiera habido.

– Eso espero. -Se calló-. He descubierto algunas cosas sobre tu teatro mientras estaba rondando por esa rueda de prensa.

– ¿De uno de los estudiantes de Sontag?

– No, de Mario Latanza, un reportero de Milán. Había hecho sus deberes tras el anuncio de Sontag de que el esqueleto probablemente perteneciera a una de las actrices que actuaban en el teatro. Latanza pensó que puesto que la actriz aparecía adornada con joyas y triunfal, probablemente fuera la versión herculana de una estrella del musical.

– ¿Qué?

– La pantomima musical era el espectáculo más popular después de las carreras de cuadrigas y las batallas de gladiadores. Mucho desnudo, chistes muy gráficos, canciones y baile. Sátiros persiguiendo a ninfas blandiendo sus falos de piel erectos. Si Cira era tan conocida como dicen los manuscritos de Julio, es más que probable que gozara de esa popularidad.

– ¿Comedia musical? Siempre había pensado que el teatro antiguo eran las grandes tragedias griegas o romanas. Por cierto, ¿no eran hombres la mayoría de los actores?

– No, cuando se creó el teatro de Herculano. Las mujeres también podían actuar como tales, se quitaron las máscaras y se mostraron al público. Era un teatro impresionante con paredes de mármol y columnas hechas con los mejores materiales de la época. Los actores y actrices se hicieron casi tan populares como los gladiadores y eran bien acogidos en los lechos de la élite de la ciudad e incluso de algún emperador.

– Y Cira pudo ascender por esa escala.

– Subió todo lo que pudo, pero ser actriz también conllevaba un estigma que jamás habría podido eliminar. Había leyes estrictas que regulaban los matrimonios de actores y actrices, aislándoles del resto de la sociedad.

– No me extraña que intentara procurarse algo de seguridad.

– Un cofre lleno de oro suponía bastante más que algo de seguridad. Especialmente en aquellos tiempos.

– La trataban como un juguete, sin sentimientos ni derecho -dijo Jane furiosa-. Era normal que deseara asegurarse de que no volviera a suceder.

– No estoy discutiendo. Era sólo un comentario. Yo la admiro. Ahora más que nunca. ¡Caray!, ni siquiera sé cómo llegó a ser actriz. Las representaciones eran gratuitas y abiertas a todos los ciudadanos de Herculano. Salvo a los esclavos. Cira nació esclava y seguramente no se le debió permitir asistir a ninguna obra.

– Y ella trabajó muy duro para ser una estrella, ¡malditos!

Trevor se rió entre dientes.

– Sí, lo hizo -repitió él-. ¡Malditos!

Compañerismo. Calor. Unión. Eso era todavía más fuerte que el magnetismo físico que ejercía sobre ella. Al infierno con ello, pensó inquieta. Estaban a miles de kilómetros de distancia. No corría riesgo alguno aceptando más de él.

– ¿Qué más has descubierto sobre…?

– Eso es todo. Es normal que estuviera más preocupado por lo que decía Sontag que por la historia antigua. Más adelante, más.

Jane dejó notar su descontento.

– Por supuesto. Sontag era mucho más importante. Hablaremos mañana por la noche.

– Ahora que me has sacado toda la información te deshaces de mí.

– ¡Qué afortunada soy! Tú no eres de ese tipo de hombres que deja que le pase eso. He de pensar en algunas cosas y no puedo hacerlo mientras hablo contigo.

– Dios me libre de interferir en tus reflexiones. Buenas noches, Jane. -colgó.

Jane colgó y se recostó en el balancín, su mente giraba llena de imágenes.

Esclavos. Actores y actrices caminando flamantes por las calles de Herculano. Sátiros con falsos falos por los escenarios de mármol.

Aldo esperando en la sombra con su cuchillo en la mano.

No, eso no tenía nada que ver con el teatro donde Cira había obrado su magia.

Sí, sí que tenía. Se dio cuenta aterrada de que las imágenes del pasado se fundían con las del presente, se superponían.

Entonces detenlas.

Respiró profundo y limpió su mente de todo, salvo de Joe, Eve y de su querido hogar donde hacía ya tantos años que vivía.

Y de Aldo.

Aldo era la verdadera amenaza. No era algo que había sucedido hacía siglos.

Vale, eso estaba mejor, más claro.

Era muy normal que se hubiera dejado llevar por el torbellino de imágenes que Trevor había invocado. Ahora ya había terminado y tenía que volver a su mundo para hacer frente a lo problemas que le presentaba Aldo.

Y tenía que enfrentarse a ellos. Ya no podía seguir allí sentada esperando a ser convocada en Herculano como lo habría sido la indefensa esclava Cira siglos atrás. Ella no era una esclava y tenía que moverse.

Cogió su portátil y lo abrió.

Joe estaba sentado en el sofá cuando ella entró en la cabaña dos horas más tarde; tenía un montón de papeles sobre la mesa de centro.

– ¿Dónde está Eve?

– Se ha ido a la cama. -Joe levantó la mirada y se puso en guardia al ver su expresión-. ¿Algún problema? Pensaba que todo iba bien. ¿Qué ha dicho Trevor?

– No mucho. Está ocupado. Pero me ha dicho que teníamos que movernos deprisa.

Joe la miró detenidamente.

– ¿Y eso qué significa?

– Significa que puede que necesite tu ayuda. No, que voy a necesitar tu ayuda. Y no te va a gustar, pero va a suceder. Ha de suceder -añadió enseguida.