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– Nunca he dudado de que pudieras conseguirlo. Lo único que siento es habérmelo perdido.

Jane frunció el entrecejo.

– Pero te enfadaste cuando pensaste que estaba manipulando a Joe.

– Eso es porque era Joe. Aldo ha convertido esto en zona de guerra. Siempre y cuando no perjudiques a personas inocentes, utiliza el arma que quieras. -Sonrió-. Pero la próxima vez no quiero ser yo la que se quede en casa.

– Tú estarás en el centro en cuanto lleguemos a Herculano. Si es que alguna vez llegamos. Trevor está dando pasitos en esta etapa de su maravilloso engaño.

– Lo que probablemente sea inteligente por su parte -dijo Eve-. Apruebo la delicadeza en las etapas finales. La experiencia me ha enseñado que en las reconstrucciones puedo echarlo todo a perder si voy demasiado deprisa en la fase final. Aunque reconozco que es duro esperar. Vete a la cama. Me parece que estás a punto de desplomarte.

– Así es. -Se fue junto a Toby y luego hacia el pasillo-. Creo que voy a dormir como un tronco esta noche.

– ¿Sin sueños? -preguntó Eve con voz baja.

– ¿Te refieres a Cira?

Rocas cayendo, golpeándola. Dolor. Sangre.

Jane movió la cabeza.

– Nunca he soñado con Cira durante mucho rato. Quizá ya se haya terminado. Quizá no vuelva a soñar con ella.

– No estés demasiado segura. Teniendo en cuenta de que todo lo que estamos haciendo gira en torno a Cira, me extrañaría que no ocupara el lugar más importante de tu mente.

– A mí también. Entonces, siempre está presente. ¿Te he dicho que probablemente era la versión herculana de una estrella del musical?

– No, ¿de veras?

– ¿No te resulta extraño? Tuvo una vida muy dura. Le debió costar mucho subir al escenario y hacer payasadas. No me la imagino cantando y bailando. -Se encogió de hombros-. Pero supongo que podría hacer todo lo que se propusiera. Buenas noches, Eve.

– Qué duermas bien.

Iba a dormir bien, pensó Jane cuando cerró la puerta de su dormitorio. Si soñaba sería con Sontag, Aldo, las ruinas de Herculano y Trevor tejiendo sus redes en torno a ellos.

Estaría contenta si conseguía no soñar con Cira. Quizás ahora ya se hubiera completado el círculo, habiendo contado su historia. Puede que Cira hubiera muerto cuando esas rocas le cayeron encima.

Tristeza. Soledad.

Enseguida surgió un rechazo. No, no lo permitiría.

Estaba loca. ¿Cómo iba a evitar algo que había sucedido hacía dos mil años? Fuera lo que fuera lo que hubiera sucedido en ese túnel, tenía que aceptarlo.

Empezó a desvestirse.

– Pero no es justo, ¿verdad, Toby? -le susurró mientras se metía en la cama-. Luchó mucho. Se merecía vivir…

Dahlonega, Georgia

La fotografía de la escultura del Archaeology Journal era borrosa, pero inconfundible.

Cira.

Aldo devoró los rasgos de la mujer con su mirada antes de leer el artículo. La confirmación. La revista era prudente, pero estaba claro que confirmaba el descubrimiento de Sontag e incluso había publicado una foto de la estatua que habían encontrado en la antesala.

Se fue al site de La Nazione de Florencia. Más noticias sobre una rueda de prensa con Sontag hablando de su notable descubrimiento y de que iba a contratar los servicios de un escultor forense para verificar que el busto y el esqueleto pertenecían a la misma persona. Era la segunda mención en todos esos días.

Escultor forense.

Cira.

Jane MacGuire.

El círculo se estaba cerrando, estrechando como un nudo.

Muy bien, había sucedido lo peor, pero podía utilizarlo a su favor. Quizás ese fuera el reto que necesitaba para demostrar su superioridad respecto a esa zorra.

La noche pasada había soñado con Cira y se había despertado en un húmedo éxtasis sexual. Huesos rotos, sangre y lágrimas de humillación. Pero no podía tener la sangre sin Jane MacGuire. Ella era la manifestación actual de esa zorra. Tenía que tenerlas a las dos para que su éxtasis fuera completo.

Las tendría. Se lo merecía.

Pero a veces el destino ponía impedimentos y necesitaba un poco de ayuda. Necesitaba tener el control. Mira lo que había sucedido en el claro del bosque cuando casi había atrapado a Jane MacGuire.

Esta vez no se podía permitir ningún fallo.

– He de verle -dijo Sontag tajante cuando Trevor respondió a su llamada-. Enseguida. Yo nunca quise esto.

– Usted nunca ha querido nada, sencillamente le he hecho chantaje. -Trevor se sentó en la cama-. ¿Qué pasa? ¿Le están acosando los reporteros?

– Venga aquí. -Le colgó.

Trevor miró el reloj de la mesita de noche y empezó a vestirse. Las 02:45. Sontag no era de los que daban vueltas en la cama preocupándose en la oscuridad de la noche, pero no cabía duda de que parecía preocupado. Más le valía darse prisa antes de que lo soltara todo y lo echara a perder.

Llegó a la casa de Sontag a las afueras de Herculano en quince minutos.

– Me dijo que todo estaba preparado -le soltó Sontag indignado al abrir la puerta-. Unas cuantas ruedas de prensa y que luego podría irme a Cannes. Me dijo que él se quedaría al margen.

– Cálmese -le dijo Trevor-. Sólo le queda aproximadamente una semana y podrá marcharse de Herculano.

– Me voy mañana.

– Ni lo sueñe. -Entró en la habitación-. Todavía tiene trabajo por hacer.

– No, no lo tengo. -Cogió un sobre grande que tenía en la mesa de centro y se lo lanzó a Trevor-. Ya he terminado. -Se estaba desabrochando el batín de terciopelo mientras caminaba por su dormitorio-. Yo me lavo las manos. Está intentando entrar en escena. Me va a poner a prueba. Voy a hacer las maletas.

Eso no iba a suceder. No iba a dejar que Sontag soltara el anzuelo. Sintió la tentación de acercarse a él y presionarle, pero optó por dejar que se calmara durante unos minutos. Abrió el sobre y sacó un montón de papeles.

Dio un silbidito al ver la primera página.

– ¡Jesús!

– Le tenemos -dijo Trevor cuando Jane respondió al teléfono dos horas después-. No sólo le tenemos, sino que creo que ya está en Herculano.

Jane se puso nerviosa.

– ¿Qué?

– Sontag me ha telefoneado aterrado y me ha lanzado un sobre en cuanto he entrado en su habitación. Había un dossier completo sobre Eve Duncan. Era evidente que lo habían sacado de Internet y la historia de su reconstrucción de la momia egipcia estaba encabezando la lista.

– ¿No había ninguna nota?

– No, pero la encontró debajo de la puerta cuando alguien llamó en mitad de la noche. Se asustó. Pensó que era Carpenter que pretendía retarle sobre su gran descubrimiento. Le encanta ser el centro de atención.

– ¿Crees que fue Aldo?

– Puede que haya contratado a alguien, pero apuesto a que Aldo está cansado de esperar y debía querer entablar algún contacto. ¡Jesús!, nunca pensé que tendríamos tanta suerte. Pensaba que tendríamos que esperar a que Sontag lo anunciara y luego que tendríamos que esperar con los dedos cruzados a que Aldo diera señales de vida.

– ¿Por qué lo habrá hecho?

– Ha estado leyendo los artículos de Sontag sobre la necesidad de escoger a un escultor forense y ha llegado a la conclusión de que quería controlar la situación. Es un hijo de puta arrogante. Todo ha ido según sus planes desde que empezó con los asesinatos en serie y no puede soportar no ser él quien dé el primer paso.

– Pero ¿por qué dejarle el dossier en mitad de la noche?

– ¿Por qué no? Quiere que le teman y últimamente no ha podido gozar mucho de esa satisfacción. Si va detrás del esqueleto, quizá quería que Sontag se diera cuenta de lo vulnerable que era. No pensó que a Sontag le preocuparían más sus quince minutos de gloria que su vida.

– Pero podía haber sido al revés. Sontag podía haber escogido a otra persona, porque no quisiera que le impusieran a nadie.