– Cierto. Lo que pienso es que Aldo puede que no esté del todo seguro de que esto no sea una trampa, pero está dispuesto a arriesgarse porque está seguro de que superará todos los obstáculos que se pongan en su camino.
– Para llegar hasta Cira -añadió ella lentamente-, y también sigue queriéndome a mí.
– Pareces sorprendida. Éste era el plan, ¿no es cierto? No querría que Eve hiciera la reconstrucción si no estuviera seguro de que tú vas a ir con ella.
– No me extraña. -Pero se había quedado helada y un poco amedrentada al ver la velocidad con la que Aldo había tomado las riendas-. Esto me ha cogido un poco por sorpresa. Estoy intentando razonarlo. ¿No crees que puede pensar que es más lógico que me quede aquí protegida?
– Su destino -le recordó-, y si te dejaran en casa, haría algo para traerte hasta aquí.
– Entonces, ¿cuándo nos vamos a Herculano?
– Ya te has recuperado. Te empiezo a oír muy entusiasmada de nuevo.
– Es un alivio saber que por fin vamos a entrar en acción.
– Para mí no lo es. Ahora que nos estamos acercando a la fase final he empezado a tener visiones de cadáveres sin rostro bailando delante de mí.
– Entonces, cerciórate de no cometer ningún error que me convierta a mí en uno de ellos. ¿Cuándo salimos para Herculano? -volvió a preguntar.
– Le diré a Sontag que en la rueda de prensa de mañana anuncie que ha contratado a Eve. Probablemente, en un par de días. Dile a Eve que en el aeropuerto de Nápoles estará la prensa esperándoos.
– Ella no soporta eso.
– Podrá soportarlo. Todo el mundo sabe que es tímida ante la prensa, pero si me he equivocado respecto a que Aldo esté aquí quiero asegurarme de que se entere de que habéis llegado. Esa lluvia de publicidad será como ponerle sal a las heridas de Aldo. Haré que circule otra foto del busto de Cira en la prensa local. Después, intentaré que Eve esté expuesta lo mínimo posible a los periodistas, pero en este momento la prensa es la clave. Os iré a buscar a Roma y volaremos juntos hasta Nápoles.
– ¿Por qué?
– Quiero que me vean llegar al mismo tiempo. Hasta entonces, me mantendré oculto. Si Aldo ya está aquí no quiero que me vea pululando alrededor de Sontag y tirando de las cuerdas.
– ¿Todavía puedes controlar a Sontag? Pensé que me habías dicho que estaba asustado.
– Lo está, pero tiene un gran instinto de supervivencia y lo único que tuve que hacer era convencerle de que podría seguir manteniéndole en el candelero. Dile a Quinn que he encontrado una villa en las afueras de Herculano que tiene algunas características interesantes, pero que le dejo a él lo de contratar a un equipo de seguridad. Puede ponerse en contacto con la policía local para que le recomienden a alguna empresa. No creo que aprobara los antecedentes del equipo que yo podría contratar.
– Me lo imagino.
– No, no puedes. Sólo tienes diecisiete años.
– ¿Puedes dejar de repetírmelo?
– No, porque me lo he de repetir para no olvidarlo yo. He llamado a Bartlett para que organice el traslado de Toby a California, para que tu amiga Sarah lo cuide. Estoy seguro de que no estarías tranquila si no supieras que está bien atendido. ¿Te parece bien?
– Siempre y cuando esté a salvo.
– Lo estará. Le diré a Bartlett que alquile un jet privado para el chucho si es necesario. Te llamaré después de la rueda de prensa de mañana. -Colgó.
Jane apretó la tecla de colgar y se quedó sentada un momento. Se sentía aturdida… y asustada. No esperaba sentir ninguna de esas emociones. Pensaba que estaba preparada.
Lo estaba, ¡qué caray! Lo único que tenía que hacer era deshacerse de ese sentimiento premonitorio ante la idea de ir a Herculano. Los acontecimientos sucedían tal como lo habían planeado, mejor incluso. Debería estar contenta.
No, feliz no, pero empezaba a sentir algo de excitación y anticipación. Se levantó del balancín y se dirigió a la puerta de entrada.
– Eve, ha llamado Trevor. Haz las maletas. Nos vamos a Herculano.
La villa de dos plantas de paredes de estuco de la Via Spagnola que Trevor había alquilado era espaciosa y acogedora. Estaba guardada por una ornamentada valla de hierro forjado y coloridos geranios sobresalían de los alféizares de las ventanas de la segunda planta. Trevor abrió la puerta y entró.
– Me quedaré aquí con Eve y Jane, Quinn. Supongo que querrás entrar para registrar la casa. Lo haría yo mismo, pero supongo que no confías en nadie más que en ti.
– Acertaste. -Joe se movió con rapidez, les dejó atrás y accedió al vestíbulo-. Aunque se supone que no debería haber ningún problema. He tenido a dos guardias de seguridad vigilando la casa desde que ayer me diste la dirección. Quedaros aquí.
– Debía haberlo supuesto -murmuró Trevor.
– Sí, es cierto -dijo Eve mientras contemplaba el recibidor de mármol-. Muy bonita. ¿Cuántas habitaciones tiene?
– Cuatro. Dos cuartos de baño. Salón, estudio y biblioteca. La cocina es bastante moderna y eso es muy raro en casas antiguas como ésta.
– ¿Cuándo se construyó? -preguntó Jane.
– Alrededor de mil ochocientos cincuenta. Es de Sontag y cuando vi que era justo lo que necesitábamos he conseguido que me la prestara.
– Cómo, ¿retorciéndole el brazo?
– No ha sido necesario. Lo tenía dominado y hacía todo lo que le decía hasta la otra noche, cuando recibió la visita nocturna.
– Todo en orden -dijo Joe bajando la escalera-. Eve y yo nos quedaremos en el dormitorio del final del pasillo. Tú estarás en el centro, Jane. Trevor puede quedarse en el otro lado y así estarás entre ambos, como un sandwich.
– Un sandwich -repitió Trevor-. Curiosa idea, Jane. Pero teniendo en cuenta lo quisquillosa que eres, no resulta muy apetecible.
– Cierra el pico -dijo Joe fríamente-. Te has pasado, Trevor.
– Lo sé. Se me ha ido la olla. -Se fue al pasillo-. Para disculparme prepararé café y algo de comer mientras deshacéis vuestro equipaje y os aseáis.
– Sontag parece tener buena disposición para cooperar -dijo Jane mientras Eve y Joe se dirigían a su dormitorio-. ¿Ya no está enfadado?
– Sí que lo está. Nada le gustaría más que largarse con el rabo entre piernas. Es una cuestión de control. Procura descansar un poco. Habéis hecho un viaje muy largo. -Trevor desapareció por la puerta arqueada del final del pasillo.
No le apetecía irse a descansar. No estaba cansada. Estaba excitada y nerviosa, y los sonidos, vista y olores de Italia casi la desbordaban. Dudó un poco y luego optó por irse a su cuarto resignada.
– ¿Quieres venir conmigo? -Trevor había regresado y estaba de pie en la entrada. Sonrió-. He pensado que no serías capaz de irte a descansar por las buenas. Ven. Ayúdame.
Ella se giró hacia él con entusiasmo y se contuvo.
– No intentes ser amable. No hacen falta dos personas para preparar una cafetera.
– Amable. ¡Demonios! Me siento sólo. -Se acercó a ella y le tendió la mano-. Ven conmigo -le dijo convincente.
Ven conmigo. Confía en mí.
No, no podía dejar que su mente le jugara malas pasadas sólo porque estaban en Herculano. Su relación nada tenía que ver con la de Cira y Antonio. ¡Maldita sea!, no tenían ninguna relación, sólo una meta en común.
Pero ir ahora con él no iba a perjudicarla en absoluto. Estaba inquieta, era cierto, y también un poco sola. Dio un paso hacia delante y le tomó la mano. Sus ojos se abrieron. Cosquilleo. Perturbación. Sensualidad. Empezó a estirar para soltarse.
Al instante, Trevor le apretó la mano con fuerza, cálida, fuerte, segura y de pronto esa perturbación sensual desapareció.
– ¿Lo ves? No te ha dolido nada. ¿Qué prefieres hacer el café o los sandwiches? -le dijo sonriendo entre dientes mientras la conducía a la cocina-. Lo siento, pero me parece que esos «sandwiches» van a salir de la nada, ¿verdad?