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No había peligro de que sucediera eso. El mero hecho de saber que estaba sentada encima de esa oscuridad vacía era perturbador. Quiso levantarse y salir de allí, pero se controló para no hacerlo. Le respondió como si no le pasara nada.

– Te esperaré.

Capítulo 16

Oscuridad.

Sólo el rayo de la linterna de Trevor iluminaba la oscuridad del túnel.

El frío y la humedad parecían emanar de cada poro y Jane notó que le costaba respirar.

Noche asfixiante.

Imaginaciones.

Si no podía respirar es porque caminaba muy deprisa detrás de Trevor.

– ¿Iremos primero al vomitorio?

– No, he pensado que será mejor ir allí de regreso. Creía que esa no era tu prioridad. Querías ver el teatro.

No discutió con él. Estaba entusiasmada.

– ¿Hay ratas allí abajo?

– Probablemente. Cuando un lugar se abandona, la naturaleza tiende a retraerse en sí misma. -Su voz resonó-. No te alejes. No quisiera perderte.

– Pero no te importaría darme un susto.

Se río.

– He de admitir que me gustaría intentar espantarte un poco a ver si lo consigo.

– Bueno, ya te digo que no lo conseguirás con la amenaza de las ratas. Me acostumbré a ellas en algunas de las casas de acogida en las que viví de pequeña. Simple curiosidad.

– También había ratas en el orfanato donde me crié.

– ¿En Johannesburgo?

– Sí, así es. Veo que Quinn ha indagado a fondo en mi turbio pasado.

– No es tan turbio. Al menos, lo que él ha podido descubrir.

– No está limpio como una patena. Cuidado con el escalón. Hay un charco más adelante.

– ¿Por qué hay tanta humedad aquí abajo?

– Grietas, fisuras. -Se calló-. Me dijiste que habías soñado con túneles. ¿Eran como éste?

Jane tardó un momento en responder. Se había jurado que no le haría confidencias sobre esos sueños, pero el aislamiento y la oscuridad le hacían sentirse extrañamente cercana a él. ¿Y qué importaba en realidad lo que él pensara de ella?

– No, no era como éste. No había humedad. Hacía calor y había humo. Yo… Ella no podía respirar.

– ¿La erupción?

– ¿Cómo quieres que lo sepa? Era un sueño. Ella corría. Tenía miedo. -Esperó un momento antes de volver a hablar-. Tú me has dicho que has soñado con Cira.

– ¡Oh, sí! Desde el día en que descubrí los manuscritos. Al principio era cada noche. Ahora ya no es tan a menudo.

– ¿En qué sueñas? ¿En túneles? ¿En erupciones?

– No.

– ¿En qué?

Trevor se rió.

– Jane, soy un hombre. ¿En qué crees que puedo soñar?

– ¡Oh, por el amor de Dios!

– Me lo has preguntado. Me hubiera gustado poder contarte alguna historia mística o romántica, pero sé que prefieres la verdad.

– Ella no se merece esto.

– ¿Qué quieres que te diga? Sexo. No creo que le importe que haya tenido algunas fantasías con ella. Cira entendía de sexo. Lo utilizaba para sobrevivir y probablemente le gustaría la idea de tener tanto poder sobre mí dos mil años después de su muerte.

– No creo que… Quizá tengas razón, pero ella era más que un objeto sexual. -De pronto le vino un pensamiento-. Y tampoco me creo que eso sea todo lo que significa para ti. Te gastaste una fortuna en el busto que le compraste al coleccionista. ¿Por qué lo hiciste?

– Es una hermosa obra de arte. -Se calló unos segundos-. Y quizá también esté un poco obsesionado tanto con su personalidad como con su cuerpo. Era extraordinaria.

– Entonces, ¿por qué caray no has dicho eso desde el principio?

– No quería que pensaras que soy sensiblero. Arruinaría mi imagen.

Jane emitió un sonido de fastidio.

– No creo que tengas que preocuparte de tu…

– Aquí es donde termina el túnel de la Via Spagnola y donde se une con la red que circunvala el teatro -le dijo interrumpiéndola-. Debería haber un poco más de luz por las luces eléctricas, pero está bastante oscuro. Dejaré la linterna encendida. Estos túneles serpentean alrededor del teatro, pero es la única forma de verlo puesto que todavía está enterrado.

– ¿Cómo es que no han puesto más medios para desenterrarlo?

– Dinero. Dificultades. Intereses. Últimamente parece que la cosa se va a arreglar. Aunque es una batalla complicada porque algunas partes están enterradas a más de veintisiete metros de roca volcánica. Es una pena, porque este teatro es una joya. Acomodaba a unas dos mil quinientas o tres mil personas y contaba con el equipamiento más sofisticado. Tambores de bronce para imitar el sonido del trueno, grúas para elevar a los dioses por el escenario, cojines para sentarse, bandejas de dulces, agua de azafrán para espolvorear sobre los mecenas. Sorprendente.

– Y excitante. A ellos les debía parecer mágico.

– El buen teatro sigue pareciéndonos mágico a nosotros.

– ¿Y te has enterado de todo esto por el periodista?

– No, he investigado un poco. Me dijiste que querías información y no me atreví a desobedecer.

– Bobadas. A ti también te interesaba.

– Me has pillado.

– Es sorprendente que el teatro no fuera destruido por la lava.

– Es una de las cosas sorprendentes que sucedieron aquel día. La corriente de lava arrastró suficiente lodo como para encapsular y proteger. Cuando se excavó podía haber aparecido intacto de no haber sido por la codicia de las personas. Hubo un tiempo en que el rey Ferdinando segundo fundió fragmentos de bronce de valor incalculable para hacer candelabros.

– Pensaba que no sentías ningún respeto por la conservación de las antigüedades.

– Respeto la obra de arte y no me gusta ni la estupidez ni la destrucción.

– ¿Podía haber estado Cira aquí en el teatro cuando el volcán entró en erupción?

– Sí, se cree que los actores estaban ensayando para la representación de la noche.

– ¿Qué obra?

– Nadie lo sabe. Quizás a medida que avancen las excavaciones, se llegue a descubrir.

– Y puede que encuentren a Cira aquí enterrada.

– Quieres decir ¿el hecho tras la ficción? Puede ser. ¿Quién sabe? Los arqueólogos siempre están descubriendo cosas nuevas.

– Cosas nuevas de un mundo muerto. Pero, no parece muerto, ¿verdad? Mientras veníamos desde el aeropuerto de Nápoles pensaba que si cerrabas los ojos, podías imaginar cómo era la vida antes de la erupción. Me pregunto cómo fue para ellos ese día…

– Yo también me lo preguntaba. ¿Puedo contártelo?

– ¿De nuevo tu investigación?

– Empezó así, pero es difícil mantener una actitud objetiva cuando estás tan cerca de la fuente. -Su voz suave salió de la oscuridad-. Era un día normal, hacía sol. Había habido temblores de tierra, pero nada de qué preocuparse. El Vesubio siempre estaba rugiendo. Los pozos se habían secado, pero era agosto. De nuevo, nada de especial.

»Hacía calor, pero en Herculano se estaba más fresco porque la ciudad se encontraba en un promontorio sobre el mar. Era el cumpleaños de un emperador, un día festivo y la gente estaba en la ciudad para gozar de sus lugares de interés y para las celebraciones. El foro estaba abarrotado de vendedores, acróbatas, malabaristas. Las damas eran transportadas en palanquines que llevaban los esclavos.

»Los baños públicos estaban abiertos y los hombres se estaban desvistiendo y preparándose para que les bañaran los sirvientes. En la palestra había actos deportivos y los vencedores estaban a punto de recibir sus coronas de ramas de olivo. Eran sólo unos muchachos, desnudos, bronceados y orgullosos de su hazaña. Los mosaiquistas pulían sus piedras y vidrios, los panaderos hacían sus panes y tartas y los amigos de Cira y sus compañeros actores, quizás hasta la propia Cira, ensayaban para actuar en el mejor teatro del mundo romano. -Hizo una pausa-. Puedo contarte más. ¿Quieres escucharlo?