– No. -Se le hizo un nudo en la garganta porque casi podía ver y sentir lo agridulce de esa mañana-. Ahora no.
– Me has dicho que querías sentir el sabor de su tiempo.
– Sin duda lo has conseguido -dijo un poco desconcertada-. Parece imposible que todo pudiera desaparecer en un abrir y cerrar de ojos.
– No, no es imposible. Nosotros destruimos con bastante rapidez sin la ayuda de la naturaleza. Mira Hiroshima. Fue más como un bramido que un abrir y cerrar de ojos. Las crónicas dicen que los grandes bramidos parecidos a los de un toro parecían provenir de las entrañas de la tierra. El humo agrio sulfúrico lo invadía todo y salió una nube a modo de seta de la montaña.
»Todos dejaron lo que hacía que sus vidas valieran la pena y corrieron.
– Eso los que pudieron. No tuvieron demasiado tiempo.
Sin aire.
Sin tiempo.
De pronto empezó a tener problemas para respirar.
– Quiero salir de aquí. ¿Estamos muy lejos del túnel donde se encuentra la antesala?
– Justo delante. -Le iluminó la cara con la linterna-. No tienes muy buen aspecto. ¿Quieres volver?
– No, sigamos. Enséñamela. Por eso hemos venido.
– No, no es cierto. Hemos venido porque querías ver el teatro. Te intrigaba.
– Es normal que quiera ver este lugar cuando la mujer que tiene mi aspecto…
– No tienes que darme ninguna excusa. Querías venir aquí. Yo te he traído. Ahora quieres ir a casa. Te llevaré a casa. Pero todavía no has visto la excavación principal. Te puedo llevar más cerca del escenario a través del siguiente túnel.
Jane sacudió la cabeza.
– Estoy dispuesta a regresar en cuanto haya visto el lugar donde Sontag y tú habéis puesto el ataúd. Trevor movió la cabeza.
– Cabezota-. Alumbró el suelo con la linterna y la cogió de la mano-. Vamos. Echaremos un vistazo rápido y te sacaré de aquí. No hay mucho que ver. Hemos tapiado la entrada al túnel de los ladrones para que no entre nadie antes de que estemos preparados. -La condujo más adelante-. No estoy seguro de que tu túnel tórrido y con humo sea mejor que éste. Es asqueroso, está lleno de lodo y suciedad.
– Pero sabes adonde vas. No estás perdido y no vas continuamente de un callejón sin salida a otro.
– No, sé adonde vamos. Conmigo estás a salvo.
Se dio cuenta que de pronto se sintió segura. Su voz era tan firme como el apretón de su mano, y la oscuridad ya no la asfixiaba sino que… la excitaba. Se sentía extraña. Quería apartarse de él. No, quería acercarse. No hizo ni lo uno ni lo otro. Dejó que la guiara por la oscuridad.
Tenía que hacer lo que se había propuesto, ver el túnel donde Trevor había preparado su gran engaño, ver el vomitorio y regresar a la villa en Via Spagnola.
– ¿Estás segura de que todavía quieres visitar el vomitorio? -preguntó Trevor mientras caminaba delante de ella por el túnel en dirección a la villa-. Pensaba que por esta noche ya habías tenido bastante.
– Deja de tratarme como a una especie de inválida. Pues claro que quiero ir. No ha sido tan traumático estar aquí abajo. Tenías razón, no podemos llegar tan cerca del túnel de la antesala.
– Y no hay nada interesante que ver en el vomitorio. Dejémoslo por ahora.
– No, quiero saber lo que me espera. -¡Señor, ya estaba harta de esa omnipresente oscuridad! Qué horrible debía haber sido para los ladrones que habían cavado esos túneles en las entrañas de la tierra, sin saber lo que se iban a encontrar a la vuelta de la esquina-. ¿Has dicho que algunos de estos túneles se han hundido? ¿Ha sucedido aquí?
– Me he encontrado con un par de callejones sin salida cuando estaba explorando. No te preocupes, las paredes del vomitorio parecen bastante sólidas. -Se detuvo-. Giraremos aquí. Si estás segura de que quieres ir.
No quería ir. Quería volver corriendo a la villa y meterse en la cama. Quería estar fuera de allí en un lugar con luz. Se sentía como si estuviera enterrada en vida.
¿Cómo habría sido enterrada Cira por esas rocas?
– ¿Jane?
– Ya vengo. -Se adelantó a él en la entrada del túnel-. Has dicho que no estaba lejos del túnel principal. No tardaremos mucho. ¿Verdad?
Trevor se le adelantó.
– Depende de lo que tú consideres lejos. Tengo la impresión de que el tiempo corre un poco lento para ti en estos momentos.
Jane intentaba pensar en otra cosa que no fuera esa maldita oscuridad.
– Cira probablemente conociera el vomitorio. Era su ciudad. Puedo verla caminando por aquí, hablando, riendo, coqueteando con los hombres de la ciudad.
– Yo también. No cuesta mucho imaginárselo.
– No, para alguien como tú, que sin lugar a dudas, piensa en Cira como en un ser físico. Hizo lo que pudo para sobrevivir.
– No fue ninguna mártir. Disfrutó de la vida. Según los manuscritos de Julio tenía un indecoroso sentido del humor, pero él se lo perdonaba todo porque en la cama era una verdadera diosa.
– Qué magnánimo. Probablemente necesitaba tener ese sentido del humor si se veía obligada a acostarse con él.
– No era por la fuerza, sino por elección. Fue ella la que eligió.
– Su nacimiento y sus circunstancias fueron lo que la condicionaron a su elección. ¿Qué más decían los manuscritos sobre ella?
– Que era amable con sus amigos, despiadada con sus enemigos y que no era recomendable enfurecerla.
– ¿Quiénes eran sus amigos?
– Los actores del teatro. No confiaba en nadie más.
– ¿No tenía familia?
– No. Adoptó a un niño de la calle y se dice que fue muy buena con él.
– ¿No mencionan a nadie más?
– No, que yo recuerde. La mayoría de los manuscritos de Julio hablan de su belleza y de su potencia sexual, no de sus atributos maternales.
– Cerdo machista.
Trevor se rió.
– ¿Quién, Julio o yo?
– Los dos.
– Machista o no, estaba dispuesto a matarla. En un manuscrito contemplaba el asesinato del rival que se la estaba robando.
– ¿Quién era?
– No menciona su nombre. Se refería a él como si fuera un actor joven que acabara de llegar a Herculano y que había cautivado a la ciudad. Era evidente que también había cautivado a Cira y enfurecido a Julio.
– ¿Llegó a matarle?
– No lo sé.
– Es mucho más probable que intentara matar a Cira si no pudo convencerla de que no le abandonara.
– ¿Eso crees? Qué curioso.
No era curioso, era horrible y sólo un pequeño ejemplo del tipo de vida que había llevado Cira. Trevor se detuvo de pronto.
– Aquí está el pasaje que tomará Joe para ir al saliente que domina el vomitorio. -Iluminó la pared rocosa de la izquierda con la linterna y pudo ver la pequeña cavidad oscura cercana al suelo del túnel.
– Jamás la hubiera visto si no me la hubieras enseñado.
– Tampoco la verá Aldo. -Volvieron al túnel principal-. Hay demasiadas bifurcaciones en este túnel para que llegue a darse cuenta de ese pequeño agujero en la pared. Va a tener un montón de opciones.
– ¿Todavía no estamos cerca del vomitorio?
– Sí, a unos pocos minutos de aquí.
– Entonces, démonos prisa. Quiero salir de aquí.
Parecía que había pasado más tiempo que los pocos minutos que había dicho Trevor cuando él dio un paso hacia atrás e iluminó con su linterna la oscuridad que tenía delante.
– Aquí está. No es precisamente la muestra más elegante de los tiempos de Cira. Aunque esos seis pedestales de mármol esparcidos por la zona probablemente sostuvieran estatuas de dioses y diosas y quizá del emperador del momento.
Pero ahora los pedestales estaban partidos; eran restos que guardaban la oscuridad de los tres túneles que partían del vomitorio y que parecían centinelas con los dientes al descubierto. Había tres luces fotográficas downlight y un generador con batería cerca de las bases, pero ella no les prestó atención. Dio un paso hacia delante y se fijó en el centro de la sala. Una gran tela de terciopelo rojo cubría el suelo rocoso.