No recordaba haberle llamado de ese modo.
– ¿Adonde vas?
– A tomar el aire. Lo necesito.
– Estás huyendo de mí.
– Tienes toda la razón.
– ¿Por qué?
Trevor se detuvo en la puerta y la miró.
– Porque no me follo a colegialas, Jane.
Jane se sonrojó.
– No te he dicho que quisiera follarte. Y ésa no es una forma muy bonita de…
– No pretendía que lo fuera. Estoy intentando desanimarte.
– Actúas como si te hubiera atacado. Sólo te he tocado.
– Con eso basta, tratándose de ti.
Jane levantó la barbilla.
– ¿Por qué? Al fin y al cabo, sólo soy una colegiala. No soy lo bastante importante como para que me tengan en cuenta.
– No más que la peste negra en la Edad Media.
– ¿Ahora me estás comparando con una epidemia?
– Sólo en tu aspecto devastador. -Trevor estudió su expresión-. ¿Te he hecho daño? ¡Señor!, siempre se me olvida que eres más frágil de lo que parece.
– No podrías herirme -le respondió mirándole desafiante-. No te lo permitiría. Aunque te lo propusieras. Veamos, me has llamado epidemia, colegiala, Cira.
– Te he hecho daño. -Se calló un momento y cuando volvió a hablar había desaparecido la aspereza de su tono-. Mira, jamás he pretendido herirte. Quiero ser tu amigo. -Movió la cabeza-. No, eso no es cierto. Puede que algún día seamos amigos, pero ahora hay demasiados impedimentos.
– No puedo imaginarme siendo tu amiga.
– Ya estoy harto. Ese es el problema. ¡Maldita sea! Cada vez me hundo más. -Dio un portazo al salir de la casa.
Jamás he pretendido herirte.
Pero lo había hecho. Se sintió rechazada, insegura y sola. Había actuado por instinto, compulsivamente y él la había rechazado.
Era sólo una cuestión de orgullo, se dijo a sí misma. Era todo menos tonta, pero no sabía nada de sexo a nivel personal. Era evidente que él no quería tener nada que ver con una novata.
Bueno, no era culpa suya. Él era atractivo y ella había respondido a sus encantos. Y tampoco es que hubiera sido sólo ella quien había sentido la atracción. Él la había tocado y le había hecho sentir…
Y luego ese cabrón la había tratado como si fuera la adolescente Lolita.
Qué le jodan.
Se giro y se dirigió al pasillo para ir a su dormitorio, para lavarse, dormir y olvidarse de Trevor. Tenía que ver esa noche como una experiencia de aprendizaje. ¿No era normal que la mayoría de las jovencitas se enamoraran de un hombre mayor en algún momento de sus vidas?
Ella no era como la mayoría. No se sentía más joven que Trevor y él no había sido justo. Ella tenía derecho a elegir, no a que la apartaran con una palmadita en la cabeza. Como si no tuviera amigas de su edad que ya habían tenido relaciones sexuales. Una de sus compañeras de clase se había casado el trimestre pasado y esperaba un hijo para agosto.
Y la única razón por la que ella no había tenido esa experiencia era porque no había encontrado con quién tenerla. Los muchachos del instituto eran… niños. Se sentía como si fuera su hermana mayor. Tenía más cosas en común con Joe y los muchachos de la comisaría que con sus compañeros de clase.
Pero no le pasaba lo mismo con Mark Trevor. No tenía nada en común con él y no había razón para sentirse tan próxima a él.
Abrió la puerta del dormitorio y empezó a desvestirse lo más silenciosamente posible. Tenía la cara y las manos manchadas del túnel, pero no iba a ir al aseo a lavarse. Ya había tenido mucha suerte de que Eve y Joe estuvieran durmiendo durante su excursión y no iba a arriesgarse de nuevo. Se levantaría pronto y se ducharía antes de que ellos se despertaran.
Se acercó a la ventana para mirar la sinuosa calle. ¿Estaría Aldo vigilando en alguna parte a la sombra de una de esas tiendas? Allí abajo, en el túnel se había sentido abrumada por la muerte, pero no por el tipo de muerte que representaba Aldo. Trevor le había hecho ver el antiguo Herculano con demasiada claridad. Jóvenes y bronceados atletas, mujeres lánguidas en palanquines, actores ensayando sus papeles. Todos ellos muertos en lo mejor de su vida. Se había sobrecogido, se había estremecido y abatido por la magnitud de esas muertes.
No obstante, jamás se había sentido más viva que en el momento en que Trevor le había puesto la mano en la mejilla. Quizá por eso le había afectado tanto.
Pero ahora había vuelto al mundo real.
Al mundo de Aldo.
Era realmente un cortejo fúnebre, pensó Aldo. El ataúd de metal lo transportaban cuatro de los alumnos de Sontag y los dolientes Joe Quinn, Eve Duncan y los periodistas y soldados que escoltaban el cortejo.
El ataúd.
Miró con ferviente intensidad el féretro que contenía los restos de Cira. Ya había visto antes ataúdes especialmente construidos como ése cuando era pequeño y jugaba por los yacimientos arqueológicos donde trabajaba su padre. Era evidente que Sontag había hecho todo lo posible para evitar que su esqueleto se descompusiera.
A él le daba lo mismo. Machacaría los huesos, los molería hasta convertirlos en polvo. Los profanaría y…
Jane MacGuire y Mark Trevor acababan de aparecer por la esquina, iban detrás del grupo que llevaba el ataúd. A ella se la veía pálida y serena bajo la tenue luz eléctrica que iluminaba aquella oscuridad sepulcral. Ella miraba al frente, no al ataúd. ¿Qué sientes? ¿Expectación? ¿Triunfo? ¿O es demasiado doloroso, zorra? Todavía no sabes lo que es el dolor.
¿Notas que te estoy mirando? ¿Te asusta? Pero te gusta que los hombres te miren, ¿verdad? Trevor te está mirando, te está devorando con sus ojos. ¿Cuánto has tardado en seducirle y en llevarle a tu cama, puta?
Sintió cómo explotaba la furia en su interior. No debía haberle sucedido. Trevor no tenía que haberse interpuesto entre ellos. Debía haber sido él. Sería él. Antes de arrancarle el rostro, tomaría su cuerpo. Se emplearía a fondo, limpiaría el mal que había en Cira.
Pero, quizá no bastara. ¿Y si sólo tenía unos pocos minutos para disfrutar de su victoria final? Necesitaba más. Necesitaba volver a hablar con ella, oír su voz, sus palabras.
El cortejo había desaparecido de su vista por el túnel y tenía que darse prisa para no perderles. Se movió con rapidez por el túnel de los ladrones que transcurría paralelo al del teatro. No estaba realmente preocupado. Sabía que podía seguirles. Conocía bien esos túneles y la oscuridad era su aliada. La sangre cantaba por sus venas un estribillo rítmico que no dejaba de repetirse.
Había llegado su hora.
Capítulo 17
– Has hecho lo imposible para que esto pareciera auténtico -le dijo Eve a Trevor mientras observaba cómo los estudiantes colocaban el ataúd sobre la mesa en la gran biblioteca de techo alto-. No les fue fácil subir el ataúd por esa escalerilla.
– Aunque no tanto como lo hubiera sido si Sontag no se hubiera asegurado de que la abertura fuera lo bastante ancha como para que pasaran objetos grandes.
– Por lo que puedo ver, sólo has hecho una cosa mal -dijo Eve-. Si se supone que la localización de estos túneles que corren por debajo de esta villa son tan secretos, ¿no van a hablar los estudiantes?
– No, si quieren seguir trabajando con Sontag. Él les dará puerta si se les escapa el más mínimo detalle. Ya te he dicho que no era muy agradable. Pero en este caso, eso nos va bien. -Se giró hacia Jane-. La fiesta va a empezar. Última oportunidad para echarse atrás.
– No seas ridículo. -Se humedeció los labios. ¿Por qué no podía apartar su mirada del ataúd? Era un engaño, una farsa. No había razón para preocuparse. -¿Qué hay en el ataúd?
– Un esqueleto.
Jane le miró.
– Estás bromeando.
Trevor movió la cabeza.
– No sé a qué distancia nos estará observando Aldo y no quería correr ningún riesgo.