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– ¿Dónde lo has conseguido?

– Visité un museo pequeño de Nápoles y lo he tomado prestado de allí. Charlé un poco con ellos y les hice un montón de promesas en nombre de Eve. -Se giró hacia Eve-. El esqueleto de esta mujer pertenece a uno de los cuerpos que se encontraron en el puerto.

– ¿Quieres que haga una reconstrucción real?

Asintió con la cabeza.

– Todo debe parecer totalmente auténtico. Una vez me dijiste que nunca querías ver ninguna foto porque temías que tus manos te traicionaran. Esta vez quiero que lo hagan. Piensa en Cira o en Jane. Te he preparado un pedestal y te he traído todo lo que necesitas. ¿Qué te parece?

– Depende de qué promesas hayas hecho en mi nombre.

– Les prometí que cuando terminaras con el esqueleto borrarías el rostro de Cira y harías una reconstrucción real. Ese museo no tiene ninguna financiación y tu nombre sería una estupenda tarjeta de visita para ellos. No me pareció mal. ¿Qué te parece?

Eve asintió lentamente con la cabeza mirando el ataúd.

– ¿Qué sabes de ella?

– Era joven, sería una adolescente. Tenía una tibia rota. Los del museo creen que por la falta de nutrición que denotaban sus huesos debía ser de clase obrera. La llaman Giulia. -Sonrió-. Y eso es todo lo que sé. Es todo lo que saben. -Su mirada se dirigió a Joe y a Sontag que estaban acompañando a los estudiantes a la salida-. Será mejor que vaya para asegurarme de que Sontag no mete la pata. Necesita mano dura.

– Entonces, estoy segura de que la tendrá -dijo Eve dirigiéndose hacia el ataúd-. ¿Dónde está el estudio que me has preparado?

El tono de Eve era ausente y Jane ya sabía que había empezado a concentrarse en el proyecto.

– ¿Puedes esperar a deshacer la maleta y cenar?

– El estudio -dijo Trevor-. Te traeré el cráneo y te lo colocaré después de hablar con Sontag.

– Quiero verla ahora.

– Adelante. El ataúd no está cerrado con llave. -Trevor se fue hacia Joe y Sontag.

Jane siguió a Eve al otro lado de la habitación.

– ¿Por qué tienes tanta prisa? Ella no es uno de tus seres perdidos, Eve.

– Sí, si hago su reconstrucción. No sólo eso, voy a tomarme libertades poniéndole tu rostro y quiero conocerla. -Levantó la tapa del ataúd-. ¿Cómo la llamaban en el museo?

– Giulia.

Tocó delicadamente el cráneo.

– Hola, Giulia -le dijo con dulzura-. Vamos a conocernos muy bien. Sólo siento admiración y respeto por ti y estoy deseando saber quién eres. -Se quedó de pie un momento mirando el esqueleto y cerró la tapa-. De momento ya basta. -Se dio la vuelta-. No podría empezar a trabajar sin haberme presentado.

Jane movió la cabeza.

– Ya sé que no podías. Te he visto hacerlo con tus seres perdidos. ¿Crees que te oyen?

– No tengo ni idea. Pero me siento mejor al hacer la intrusión. -Se fue hacia la escalera-. Al menos trabajar en Giulia me mantendrá ocupada. He estado perdiendo el tiempo desde el día en que tejiste este plan. Volver al trabajo va a ser un alivio. Tiene unos huesos faciales muy pequeños e interesantes… -Miró a Jane que estaba de pie al borde de la escalera-. ¿No subes?

– No, ahora no. Creo que iré al jardín. Estoy inquieta. -Sonrió-. Yo no tengo una Giulia en quien pensar. Te veré para cenar.

– No te alejes -dijo Eve mientras empezó a subir de nuevo la escalera-. Joe tiene a tantos hombres por aquí que supongo que el jardín es tan seguro como la casa, pero prefiero la idea de tenerte entre estas paredes.

– En casa iba a pasear al lago.

– Este lugar es diferente. Me parece extraño.

A ella no le parecía extraño, pensó Jane mientras cruzaba el recibidor y abría las puertas cristaleras que daban al jardín de rosas. Desde que había llegado a Herculano había sentido una extraña familiaridad. Incluso ahora con el sol calentando sus mejillas, con el aroma de las rosas, el sonido de la fuente vertiendo su agua sobre las baldosas, todo ello le resultaba curiosamente reconfortante.

– Se te ve muy contenta. Casi me duele molestarte.

Se puso en guardia y se giró para mirar a Trevor que venía de la casa.

– Entonces, no lo hagas. A menos que tengas una buena razón.

– La tengo. Quiero establecer las normas de la casa, ahora que el juego ha comenzado. -Miró por el jardín-. Es un lugar muy hermoso. Parece un lugar que se ha detenido en el tiempo. Casi se puede ver a las damas con sus túnicas blancas charlando por esos senderos.

– Al menos ves a las damas con togas. Me estoy saturando de historia antigua.

La miró detenidamente.

– No pareces cansada.

– Lo llevo como puedo. -Apartó la mirada de Trevor-. ¿Era realmente necesario llevarle ese esqueleto a Eve? ¿Qué probabilidad tenemos de que Aldo se acerque lo suficiente como para ver su trabajo o la propia reconstrucción?

– Bastante alta. No podemos saber si podrá ver la reconstrucción en el ataúd. Era más seguro así. Además, Eve estará más tranquila trabajando.

– ¿Y por eso lo has hecho?

No respondió.

– Eve me cae bien. Es difícil para una mujer como ella estar aquí sentada sin hacer nada.

– Sí, lo es. -Y él había sido muy perspicaz al darse cuenta de ello y satisfacer esa necesidad-. Muy bien, ¿cuáles son las normas de la casa? ¿Se supone que no puedo salir al jardín?

– No, sólo que no te acerques a la verja y que no salgas de la villa sola.

– No pensaba hacerlo. No hay razón alguna para ello. -Hizo una pausa y su mirada se dirigió hacia la verja de hierro-. Él vendrá a mí.

– Probablemente lo haga. -Trevor siguió su mirada-. Pero no juegues cuando estés en sus manos.

– No era necesario que me lo dijeras. Puedo ser una colegiala, pero no soy tonta.

Trevor hizo una mueca.

– Eso realmente te dolió, ¿verdad?

– Me has llamado tal como me ves. -Le lanzó una fría mirada-. Soy una colegiala y no me avergüenzo de ello. Pero tener mi edad e ir al instituto no significa que sea una ignorante. Desde que tenía cinco años he rondado por las calles y he conocido a todas las prostitutas y camellos del sur de Atlanta. A los diez años creo que sabía más que tú cuando dejaste el orfanato. Sí, me dolió, pero he reflexionado sobre ello y he llegado a la conclusión de que no tienes ni la menor idea de cómo soy y que eso te ha desorientado.

– Así es. -Sonrió-. Y cada minuto soy más consciente de ello. ¿Podrás perdonarme?

– No. -Su mirada se dirigió a la fuente-. No me has tratado como a una persona. Eso es lo que no puedo perdonar. Me has incluido en el resto de las chicas de mi edad y te has largado. No pasa nada. No te necesito. Pero, en cierto modo eres como Aldo. Vio mi rostro y no ha pasado de largo.

– Coquetear con una chica de tu edad es una gran responsabilidad -dijo en voz baja-. No quería herirte.

– Nadie puede hacerme daño salvo yo misma. Y tú no querías esa responsabilidad. Bien. Ni siquiera sé de qué estás hablando. Demos esto por zanjado. -Se levantó-. Y en realidad no ha pasado nada.

– Sí ha pasado algo.

Sabía lo que quería decir y no iba a negarlo.

– Nada que no pueda olvidar.

Trevor hizo una mueca.

– Me gustaría poder decir lo mismo.

– No deberías olvidarlo. La has cagado. -Tuvo que marcharse. Se estaba olvidando de su ira y empezaba a recordar su humillación. Se dio la vuelta y se dirigió al camino-. Quizás aprendas algo de esto.

– Ya lo he aprendido. -Su voz la siguió mientras se dirigía hacia la pérgola-. No te alejes, Jane.

No respondió. Deseaba con todas sus fuerzas que se marchara. La tranquilidad de ese momento antes de que llegara al jardín había desaparecido. Pensaba que se había protegido contra él, pero ¡Dios mío!, estaba temblando. ¿Era ése el efecto del sexo? Entonces, podía pasar de él. Quería tener el control de su cuerpo y no le gustaba el modo en que la estaba traicionando. No quería recordar su aspecto con la suave luz solar volviendo doradas sus bronceadas mejillas. No quería recordar lo que había sentido al tocarle.