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– Eve no vendrá al túnel con nosotros y tendrá protección aquí en la villa.

Se giró.

– ¿Y si me mata a mí? ¿Puedes garantizar que no burlará las barreras de seguridad y la cortará en rodajitas? No va a hacerle daño a Eve. Ni siquiera se va a acercar a ella -dijo ferozmente-. ¿Tienes una idea de cuánto me importa?

– Creo que sí -dijo en voz baja.

– Entonces, deberías saber que jamás dejaré que ese trozo de mierda se acerque a menos de un kilómetro de ella. De modo que si quieres atrapar a Aldo, vale más que me prometas una cosa. Pase lo que pase, evitarás que les ocurra nada a ellos. No me importa si Aldo se escapa. No me importa si piensas que yo estoy en peligro. Que no les pase nada.

– Es una promesa difícil de hacer, pero haré lo que pueda.

– Prométemelo.

– Te lo prometo. -Su sonrisa era forzada-. Y me temo que yo no soy lo bastante importante para ti como para exigirme que te prometa lo mismo respecto a mi seguridad personal.

– Tú puedes cuidar de ti mismo. A ti no te han traído hasta aquí como a Eve y a Joe. Además, se trata de Aldo y tú.

– Por supuesto. ¿Qué más? Se trata de Aldo.

– ¿Qué le pasaba? -preguntó Bartlett al encontrarse con Trevor en las puertas cristaleras-. Parecía que se había convertido en Godzilla.

– Casi. Recibió una llamada de Aldo.

Bartlett abrió los ojos.

– Claro.

Trevor sacudió la cabeza con fuerza.

– ¿Y la ha asustado mortalmente?

– Eso no me cuadra -dijo Bartlett-. Jane no se asusta fácilmente.

– Sí, cuando se trata de Eve y de Joe Quinn. Es evidente que sus amenazas fueron específicas y sádicas.

– Ya veo. -Bartlett movió la cabeza con un gesto de gravedad-. Sí, eso podría llevarla al límite. Es muy recelosa con la mayoría de la gente, pero Eve y Joe son todo su mundo.

– Me hizo prometerle que les protegería. ¿Cómo voy a hacerlo en una situación como ésta?

– Estoy seguro de que encontrarás la manera. Desde que nos conocimos, has estado barajando ideas y posibilidades, dándole la vuelta a las cosas para que se adaptaran a ti. Es un proceso automático en ti. -Sonrió-. Para mí es bastante agotador, puesto que no tengo esa capacidad. Pero decidas lo que decidas yo estaré contigo. Me he dado cuenta de que me habíais dejado a un lado en todo este plan. Eso ha herido mis sentimientos -añadió en tono bajo-. No interferiré en tu camino, pero estoy harto de merodear por el margen. Tengo que ayudar.

– Te dije que tenías que quedarte aquí para proteger a Eve.

– Quinn ha organizado un equipo de seguridad para ella que está mucho más cualificado que yo.

– Según Jane, nada es suficiente.

– Voy a ir contigo.

– Bartlett, no te necesito. -Se detuvo y se encogió de hombros-. Vamos. ¿Por qué no iba a arriesgar también tu cuello? He puesto en peligro a todos los demás.

– ¡Por favor! ¿Tienes remordimientos? ¿Puedo recordarte que soy un hombre adulto con libre albedrío? Me dijiste que fue Jane la que organizó todo el plan para ponerse ella misma como cebo.

– Pero yo le proporcioné los medios para que lo hiciera. -Giró el volante-. ¡Demonios! ¿Por qué habría de preocuparse un cabrón como yo? Haz lo que te dé la gana.

El terciopelo rojo estaba sobre en el suelo rocoso en la oscuridad. Esperándola.

La luz de la linterna de Aldo se movía entre los pedestales de mármol, las luces fotográficas y las baterías, y por detrás de ellos, iluminando los túneles que salían del vomitorio. Sintió la tentación de adentrarse en ellos y explorar, pero nadie podía saber qué trampas habría preparado esa zorra para él. Ya era mucho que ella hubiera encontrado ese túnel que él no conocía. Había sido una gran sorpresa para él cuando les vio llevando el ataúd por un ramal inesperado. Les siguió hasta la escalerilla que conducía a la Via Spagnola antes de dar la vuelta. No había vuelto para hacer un reconocimiento a fondo hasta después de llamar a Jane MacGuire ese día.

Entonces encontró la tela, roja como la sangre, como la sangre fresca.

Esperando el ataúd. Esperándola a ella.

Ya te tengo, zorra.

¿Pensabas que ibas a encontrar algún lugar en esta ciudad donde estuvieras a salvo de mí? Había formas de descubrir lo que necesitaba sin arriesgarse a caer en su trampa.

Se agachó y tocó la tela con la yema de sus dedos y le recorrió un escalofrío.

Suave. Blanda. Fría.

Como la carne de una mujer muerta.

– Casi has terminado.

Eve miró hacia la puerta del estudio donde estaba Joe observándola. Ella asintió con la cabeza.

– Cierra. Estoy empezando la fase final.

– Y lo estás deseando. Has estado trabajando a toda máquina. -Se acercó al pedestal y se puso a su lado-. ¿Por qué? Nosotros marcamos el ritmo de los acontecimientos. Aldo no va a hacer nada hasta que nosotros demos el primer paso.

– Quiero acabar. Me siento rara haciendo este rostro con las facciones de Jane. Es casi como una traición. -Allanó la arcilla en la zona de la sien-. Me alegro de poder hacerlo luego para Giulia.

– Quizá si supiera que está ayudando a Jane estaría contenta. -Joe sonrió-. Debería haber supuesto que crearías un lazo afectivo con ella.

– Es interesante. En el museo dijeron que era de clase obrera. Me pregunto cómo sería su vida. -Ladeó la cabeza-. Y me pregunto qué aspecto tiene realmente…

– Pronto lo sabrás.

Asintió con la cabeza.

– Puedes estar seguro. Todo esto es tan extraño… -Se apartó el pelo de la frente-. Primero la reconstrucción de Caroline Halliburton y ahora esto. Las dos, Jane. ¿Sabes?, un día Jane me habló de que las cosas tienen procesos cíclicos.

– Tienes arcilla en la cara. -Joe sacó un pañuelo y le limpió cuidadosamente la frente-. ¿Cuántas veces he hecho esto en todos estos años?

– Seguro que el suficiente número de veces como para merecer un puesto en el Libro Guinness de los Records, dado que mi profesión no es precisamente la más popular del mundo -sonrió- y tú eres muy bueno haciéndolo.

– Es un placer. -Le tocó el labio superior con el dedo-. Siempre. Cuidar de ti me llena… Me reconforta.

– Lo sé. -La sonrisa de Eve desapareció-. Y por eso intentas mantenerme alejada de ese túnel.

– Te mantengo alejada. -Hizo una mueca con los labios-. Ya has hecho tu parte. Déjame ahora hacer la mía.

– No discutí cuando todos hablabais de los detalles, porque sabía que no serviría de nada. -Le puso las manos en sus caderas y apoyó la frente en su pecho-. Pero si piensas que voy a dejar que bajes allí sin mí, estás loco.

– Entonces, estoy loco.

Levantó la mirada.

– No -dijo con firmeza-. Haré todo lo que me digas para no ponerme en peligro, pero voy a estar allí. Dame una pistola. Sabes que sé usarla; tú me enseñaste.

Joe sacudió la cabeza negativamente.

– Tú vas a estar abajo en ese infierno. Jane también. ¿Creéis que podéis mantenerme al margen? O me llevas contigo o iré sola.

Joe suspiró.

– Te llevaré conmigo. -Apretó los labios con fuerza-. Vendrás al pasadizo conmigo. Te estarás callada, y no moverás ni un músculo, pase lo que pase. Dejarás que yo me encargue de todo. ¿Lo has entendido?

Eve no respondió.

– Si no lo haces, lo primero que haré será darte un puñetazo para dejarte inconsciente y asegurarme de que no te matan.

– No te lo perdonaría.

– Me arriesgaré. Es mejor que lo otro. -Le sonrió inquieto-. Me has perdonado por hacer algo mucho peor. Bueno, quizá no del todo, pero me has dejado estar contigo. Y después de todo lo que he hecho, no te voy a perder por ese hijo de puta.