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Se ensanchaba, se puso de pie. ¡Podía correr!

– Pero ¿cómo vas a salir de aquí? -Aldo se burlaba gateando detrás de ella-. La otra salida estará bloqueada por las piedras… y los cadáveres. ¿Vas a gatear por encima de ellos?

– ¿Y tú cómo vas a salir? -respondió ella-. Esta explosión también ha bloqueado tu salida, te perderás y morirás.

– Hay otras salidas. No me perderé. Sé todo lo que he de saber sobre estos túneles.

– Mientes. Habrías necesitado semanas para conocerlos.

– ¿Es eso lo que te dijo Trevor? -Se acercaba. Se movía rápido-. Incorrecto. Verás por qué en…

Jane cayó sobre algo… suave.

¡Un cadáver!

Sangre. Degollado.

Su inspiración fue prácticamente un sollozo.

– ¡Ah, ya le has encontrado! -dijo Aldo-. De hecho, tenía que habértelo indicado. Le escondí detrás de esa roca. Alguien debe haberla movido. Quizás será mejor que acabe con esto más rápido.

Jane intentó pasar sobre ese espeluznante cadáver.

– ¿Quién es?

– Quinn, por supuesto.

Intentó pensar, recordar. De pronto, sintió alivio.

– No es Joe. Joe es más delgado y más fuerte. Entonces es Trevor.

Aldo se rió entre dientes.

– Tienes razón. Ha sido una broma.

– ¡Sádico hijo de puta!

– Tengo derecho a divertirme en esta situación. He esperado mucho tiempo.

– ¿Quién es?

– Sontag. Revisé los datos del registro de la propiedad en mi ordenador y descubrí que la villa era de Sontag. Si Sontag era el propietario, debía conocer bien los túneles. Mi padre me dijo que era un cerdo, por lo que no me cabe la menor duda de que los utilizara para sus propios fines. Pero cuando supe que ibas a utilizar el vomitorio para esa asquerosa sesión fotográfica me di cuenta de que familiarizarme con estos túneles sin ayuda iba a suponer una tarea monumental. Por lo que opté por ir a la fuente.

Se le oía más cerca. Encuentra un arma, cualquier arma. Aldo volvió a hablar.

– Le hice una visita, le persuadí de que viniera conmigo y me hiciera de guía. Tuvo muy buena disposición. Hasta me señaló el pasadizo secreto y el saliente que le había enseñado a Trevor. Cuando conseguí la copia de los planos, pensé que ya no me era útil.

– Así que le mataste.

– No podía arriesgarme a que se lo dijera a Trevor. Había intimidado mucho a Sontag.

Otro giro más en el túnel. Debía estar acercándose al final. Podría encontrárselo bloqueado en cualquier momento.

– De todos modos, también le habrías matado.

– Eso es cierto. He de admitir que ha sido una liberación. Últimamente me he sentido muy frustrado. Pero ahora estamos llegando al final.

– Aunque me mates, el ataúd está sepultado bajo todas esas rocas. No podrás destruir ese esqueleto.

– No tengo prisa. Tengo tiempo para esperar a que saquen todas esas rocas de la entrada. Ya tendré mi oportunidad. Te oigo respirar. Con fuerza. Con mucha fuerza. Me dijiste que eras fuerte. ¿Cómo de fuerte te sientes ahora, Cira?

– Lo suficiente. -La roca estaba más suelta por aquí. Había trozos en el suelo. Debía estar acercándose al lugar de la explosión.

Estaría atrapada. Encuentra un arma.

Sal de su vista.

Aceleró y tomó la siguiente vuelta. Buscó frenéticamente con la mirada. ¡Allí!

Cogió un fragmento de unos veinte centímetros y se lo puso en el cinturón de sus pantalones. ¿Sería lo suficiente afilado?

Corre.

Calor. Humo.

Noche asfixiante.

– Casi has llegado al final -dijo Aldo-. Tengo el cuchillo en la mano. Es un bisturí de cirujano. Hermoso. Afilado. Eficaz. Una última cara que arrancar. ¿Sabes cuánto duele?

– No será la última. Hablas como si tuvieras una misión, pero no eres más que un asesino. Te gusta demasiado.

– Es cierto, es un placer y un deber borrar tu faz del universo.

– ¿Lo ves? Pero matarme no te servirá de nada. El esqueleto que hay en el ataúd no es el de Cira. Se llama Giulia.

Se hizo el silencio.

– Mientes.

– Todo esto ha sido una farsa.

– Zorra -gruñó-. Estás mintiendo. Ha llegado mi hora. Mi destino.

– Eres un perdedor. Trevor sacó el esqueleto de un museo de Nápoles. Puedes comprobarlo.

Las paredes se cerraban sobre ella.

No había aire.

Antonio…

Los cascotes eran cada vez más grandes y había más cantidad.

Le tenía justo detrás.

¡Jesús, había una pared de roca delante de ella!

No esperes a llegar hasta ella. Date tiempo para maniobrar.

– Eres un estúpido. Ha sido muy fácil engañarte. No has ganado nada… -le dijo gritando, tropezó y cayó al suelo. Pudo oír su grito de triunfo.

– ¿Quién es estúpido ahora? -Le puso la mano en el hombro y la zarandeó-. Aunque te creyera. Todavía soy demasiado…

En ese momento, Jane sacó la roca que se había guardado en el cinturón y se la clavó en el pecho con toda su fuerza. Dio un grito.

Jane rodó hacia un lado e intentaba empujarle para apartarlo de ella. ¡Señor!, pesaba mucho, era un peso muerto.

Pero no estaba muerto. Se movía; el bisturí que tenía en la mano brillaba con la tenue luz de la linterna que se había caído al suelo.

Salió a toda prisa, buscando desesperadamente otra roca puntiaguda o algo que pudiera utilizar como arma.

– No voy a morir -susurró él-. No puedo morir. No es… mi destino. Eres tú quien ha de morir.

– Ni lo sueñes.

Esa piedra… estaba a su alcance. Gateó hacia ella.

Dolor.

Su cuchillo le atravesó la pantorrilla. Olvídalo.

Su mano se aferró a la piedra y rodó sobre ella misma.

Atácale. Atácale. Atácale.

Pero él estaba cerca, casi volvía a estar encima de ella. El primer ataque dirigido a su frente apenas le rozó.

Él levantó el cuchillo.

Ella le golpeó con la piedra en el brazo. Golpe flojo. Desvió el ataque, pero todavía tenía el arma. Prueba otra vez.

– Te estás desvaneciendo -murmuró él-. ¿Dónde está tu poder? -Volvió a levantar su arma-. Quémate en el infierno, Cira. Yo soy el que tiene el…

Un disparo.

Dio una sacudida en el momento en que la bala se clavaba en su entrecejo. Cayó encima de ella.

¿Bala? se preguntó mareada. Notaba el frío metal del bisturí de Aldo presionándole el pecho. Casi esperaba que se moviera, que volviera a atacarla.

Pero ya se había ido; estaban apartando con esfuerzo su cuerpo de encima de ella y echándolo a un lado.

– ¿Estás herida?

Trevor. Era Trevor, comprendió medio desmayada.

– Contéstame. ¿Estás herida? -Tenía la camisa medio rota. Su rostro estaba cubierto de tierra.

– Estás vivo.

– No lo estaré mucho tiempo si tú no estás bien. Quinn me estrangulará. ¿Qué te duele? Respóndeme.

Intentó pensar.

– Hombro. Rocas.

Él la alumbró con la linterna.

– Morados. No parece que haya nada roto. ¿Alguna parte más?

– Pierna derecha. Aldo… -Le movió la cabeza para despejarla-. ¿De dónde has venido?

– Empezaba a abrirme camino a través de esos escombros de allí delante. Estaba intentando salir cuando oí tu voz. -Le estaba rompiendo sus pantalones de color caqui-. Casi me vuelvo loco. Podía oírte, pero no podía llegar hasta ti. Pensaba que no llegaría a tiempo. -Examinó la herida-. No te ha tocado la arteria. No hay demasiada hemorragia. Habrá que dar algunos puntos. -Le hizo un vendaje de compresión con su camisa-. Pero quizás esté a salvo de la ira de Eve.