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Trevor, evidentemente era cortés, pero eso era todo en cuanto a la descripción de Jane. No debía tener más de treinta, llevaba unos téjanos y una sudadera de color verde oliva, y era alto, de hombros anchos y musculosos. Cada palmo de su cuerpo parecía estar cargado de energía. Su pelo corto, rizado y oscuro envolvía un rostro sorprendentemente atractivo del que resaltaban unos ojos oscuros que brillaban con interés e inteligencia. Su sonrisa exudaba un carisma que la hacía acogedora y aduladora a la vez. ¡Dios mío!, parecía más un modelo o un actor que un policía.

– Ya le he pedido permiso para echar un vistazo. -Trevor tomó la taza de café que Joe le estaba ofreciendo-. En Scotland Yard tenemos nuestros propios escultores forenses y yo soy su ferviente adorador. Han realizado reconstrucciones sorprendentes.

– Eso he oído. -Joe le dio otra taza a Eve-. ¿Dónde está Jane?

– Jugando con Toby. Enseguida vendrá. Venía justo detrás de mí. -Su mirada se dirigió al maletín que había en la mesa de centro-. ¿Informes de casos?

Trevor asintió con la cabeza.

– Pero me temo que le van a decepcionar. Tal como le he dicho a Quinn por teléfono, no tenemos nada en concreto. -Abrió el maletín-. Los asesinatos parecían no tener relación entre ellos y no nos dimos cuenta de la conexión del parecido facial hasta que salimos de Inglaterra… -Se sentó en el sofá-. Usted misma. Puede quedarse con estos informes si lo desea. Son copias.

– Ustedes tienen que haber descubierto algo -dijo Eve-. En la era del ADN, no hay ningún escenario del crimen que sea estéril.

– ¡Ah!, tenemos fibra y ADN, pero hemos de tener un sospechoso para compararlos.

– ¿Testigos? -preguntó Joe.

Trevor movió la cabeza negativamente.

– Por la noche, las víctimas estaban vivas y a la mañana siguiente muertas. Nadie las vio con nadie. Aldo, evidentemente las vio, las acechó y luego las agredió cuando no corría riesgo de ser visto.

Eve se sorprendió.

– ¿Aldo? ¿Saben su nombre?

Trevor sacudió la cabeza.

– Lo siento. No pretendía darle esperanzas. Aldo es el nombre que yo le he dado. Se lo puse porque después de todos estos años, no puedo pensar en él de forma impersonal.

– ¿Por qué Aldo?

Se encogió de hombros.

¿Por qué no?

– No me importa cómo llame a ese bastardo -dijo Joe-. Sólo quiero cazarle. La mujer de Birmingham fue quemada hasta morir y el forense dice que hay indicios de que Ruth fue asfixiada. No hay similitud. -Joe señaló los informes-. ¿Qué hay de estas mujeres?

– Jean Gaskin fue asfixiada. Ellen Carter fue quemada. Parece que le gustan estas dos formas de matar a sus víctimas. -Tomó un sorbo de café-. Sin embargo, no se limita a eso. Julia Brandon murió por la inhalación de un gas venenoso.

– ¿Qué?

– Presuntamente, fue forzada a inhalar. Poco común.

– Horrible.

– Sí. -Asintió con la cabeza-. Y Peggy Knowles, la mujer de Brighton, tenía agua en los pulmones. Fue ahogada. -Volvió a dejar su taza sobre la mesa-. Aldo nunca tiene prisa. Se permite el tiempo necesario para ejecutar sus crímenes tal como había planeado.

– ¿No han podido identificar a quién está intentando castigar a estas mujeres? ¿Informes? ¿Alguna base de datos?

– Sería como encontrar una aguja en un pajar, Eve -respondió Joe.

Trevor asintió con la cabeza.

– Y por desgracia no contamos con una tecnología tan sofisticada. No tenemos ninguna base de datos fotográfica centralizada. Sin embargo, hicimos el intento de revisar todos nuestros informes y no encontramos nada. -Hizo una pausa, sus ojos se deslizaron por la ventana antes de volver a mirar a Eve-. Pero, yo tengo la teoría de que aunque las posibilidades no fueran tan amplias, puede que tampoco le hubiéramos encontrado en nuestros archivos.

– ¿Por qué no?

– Cuando estuve buscando información tras el último asesinato en Brighton, descubrí informes de un asesinato en Italia y otro en España antes del primer asesinato en Londres. Ambas mujeres asfixiadas, las dos sin rostro.

– ¡Señor! ¿Ni siquiera podemos saber su país de origen? -preguntó Joe asqueado-. ¿Qué hay de la Interpol?

Trevor sacudió la cabeza.

– ¿Crees que no he rastreado toda la información posible en estos años? Si realmente asesinó a las otras mujeres, no pude encontrar ningún archivo.

– ¿Y no ha dejado ninguna tarjeta de visita como hacen otros asesinos en serie?

Trevor guardó silencio por un momento.

– Bueno, sí lo hizo.

– ¿Qué? ¿Por qué no nos lo has dicho desde el principio? -preguntó Eve.

– Pensé que probablemente ya lo sabíais. -Se giró hacia Joe-. ¿No has recibido todavía el informe forense de vuestra Jane Doe?

– No del todo. Va llegando por partes.

– Entonces, ¿todavía no han analizado las cenizas?

– Cenizas -repitió Eve.

– Encontraron cenizas junto al cuerpo de Ruth -dijo Joe-. Pensamos que eso podía ser una prueba de que fue asesinada en el bosque y que la hoguera fue…

– No serán cenizas de madera -dijo Trevor-. Ni de una acogedora fogata de un día en el campo. El informe revelará que son cenizas volcánicas.

– ¡Mierda! -Joe empezó a marcar en su teléfono-. ¿Estás seguro?

– Bastante seguro. En todos los cuerpos se hallaron partículas de cenizas volcánicas. Vuestra policía de Birmingham fue comprensiblemente negligente en cuanto a analizar las cenizas en un caso donde la víctima había sido quemada. Como es natural supusieron que cualquier ceniza se debería al propio fuego.

– Entonces, ¿por qué no se lo dijiste?

– Te lo estoy diciendo ahora. Es tu caso. -Se levantó deprisa y se acercó rápidamente a la ventana-. ¿No sería mejor ver dónde está?

Eve notó de pronto la tensión de Trevor. Su serena compostura había desaparecido; ahora estaba alerta, inquieto y totalmente concentrado. Ella también se tensó al recordar cómo su mirada se había deslizado a través de la ventana momentos antes.

– ¿Jane?

Trevor asintió con la cabeza de manera cortante.

– Al entrar ha dicho que venía detrás de usted.

Eve miró a Joe.

Sacudió la cabeza y colgó el teléfono.

– Yo no he hablado de ella con él.

Trevor se puso tenso y enfocó la mirada.

– Allí está -dijo girándose hacia Eve-. No debería haberla dejado sola.

– Si mira unos cuantos metros detrás de ella, verá que no va sola. -Eve se acercó a la ventana al lado de Trevor. Jane se acercaba con Toby pisándole los talones y los dos policías intentando seguir su ritmo-. Nunca la dejaría sin protección. -Su voz era fría-. Nunca sabes en quién puedes confiar. ¿Cómo supo de Jane?

Se giró para mirarla.

– Lo siento. Por supuesto que la protegen. He sido un poco impulsivo.

– ¿Cómo supo de Jane? -repitió ella.

– Sus sospechas son muy buenas. Las apruebo. Pero yo soy la última persona de la que ha de temer. Estoy aquí para asegurarme de que no le pase nada. -Alcanzó su cartera y sacó un recorte de periódico arrugado y desteñido-. Mi ayudante ha estado revisando todos los periódicos de las ciudades más importantes durante algún tiempo y un día vio esta foto de Jane MacGuire.

Eve reconoció la foto. La habían tomado hacía tres meses en una exposición canina con fines benéficos para la Sociedad Humana. Estaba un poco borrosa, pero el rostro de Jane se veía con claridad. El terror se apoderó de Eve.

– Puede que él no la haya visto. -Trevor leyó su expresión-. No sé cómo elige a sus víctimas. Algunas han de ser al azar. La mujer de Millbruck, en Birmingham. Peggy Knowles, de Brighton. También era prostituta. Ninguna de las dos había salido en los periódicos.

– ¿Y las otras?

– Una había ganado un premio de jardinería hacía una semana.

– Luego, lee los periódicos.