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Pierre estaba a medio camino por el pasillo. En el escenario, un octogenario completamente calvo se levantó de la mesa y emprendió su propio y lento camino hacia el estrado. Molly, que estaba cogiendo su bolso, levantó la mirada y…

¡Oh, Dios mío!

Aquella cara, aquellos ojos oscuros y crueles…

Llevaba una gorra la otra vez que le vio, ocultando su calvicie y apretándole las orejas contra la cabeza, pero era él, no cabía duda…

—¡Pierre, espera! —Su marido se giró para mirarla. Molly estaba boquiabierta.

—Fundé esta compañía hace cuarenta y ocho años —dijo Danielson, con una voz aflautada y de acento europeo oriental—. Por aquel entonces…

—Es él —susurró Molly mientras Pierre volvía a sentarse—. ¡Es el hombre que vi torturando a un gato!

—¿Estás segura?

Molly asintió vigorosamente.

—¡Es él!

Pierre entornó los ojos para verle mejor: cuello grueso, calvo. Sí, todos los carcamales se parecían un poco, pero aquel tipo recordaba mucho a Burian Klimus, aunque Klimus no tenía las orejas así. De hecho, a quien se parecía era a…

Jesús, era la viva imagen de John Demjanjuk.

—Dios santo. —Cayó de golpe en su asiento, como si alguien le hubiese quitado el aliento—. Dios santo, Molly, ¡Es Iván Marchenko!

—Pero… pero cuando le vi aquella mañana en san Francisco me gritó en ruso, no en ucraniano.

—Mucha gente habla ruso en Ucrania. —Pierre sacudió la cabeza atrás y adelante. Tenía sentido. ¿Qué mejor empleo para un nazi sin trabajo que el de actuario? Había pasado los años de guerra dividiendo a las personas en clases buenas y malas (ario, judío, amo, esclavo), y ahora tenía otra forma de hacerlo. Y los asesinatos, cometidos por neonazis a las órdenes de alguien llamado Grozny. ¿Cuánta gente debía ser eliminada para asegurar los obscenos beneficios de Cóndor? Por alta que fuese la cifra, no era sino calderilla comparada con todos los que Marchenko había matado medio siglo antes.

Si tuviese una cámara… si pudiese mostrar a Avi Meyer la cara de aquel jodido cabrón hijo de puta…

Se levantaron de nuevo, con Pierre moviéndose tan rápido como podía. Llegaron a los ascensores y Molly apretó el botón de llamada. Mientras esperaban, un hombretón negro vestido con chaqueta de paño salió tras ellos.

—¡Esperen! —gritó. Llevaba una gran bolsa de cuero colgada del hombro.

Molly miró las filas de números iluminados sobre las puertas de los cuatro ascensores. El más próximo estaba todavía a ocho pisos de distancia.

—¡Esperen! —repitió el hombre, trotando para cubrir la distancia—. Doctor Tardivel, quiero hablar un momento con usted.

Molly se acercó a su marido.

—Ya ha dicho cuanto tenía que decir ahí dentro.

El hombre negó con la cabeza. Tenía poco más de cuarenta años, con unas pinceladas blancas en su pelo corto.

—No lo creo. Pienso que tiene muchas más cosas que decir. —Miró directamente a Pierre—. ¿Verdad?

Las piernas de Pierre estaban intentando alejarse de él.

—Bueno…

—¿Qué es lo que quiere? —cortó Molly. El ascensor había llegado ya, y las puertas estaban abiertas.

El negro se llevó la mano a la chaqueta, y por un horrible momento Pierre pensó que iba a sacar una pistola… pero se trataba de un gastado tarjetero de piel. Le dio una tarjeta a Molly.

—Me llamo Barnaby Lincoln. Soy redactor financiero del San Francisco Chronicle.

—¿Qué está hacien…? —empezó a decir Pierre.

—Estaba cubriendo la asamblea de accionistas. Pero hay una historia mejor en lo que decía usted.

—No pueden ver el futuro… no se dan cuenta de dónde irá a parar.

—Exacto. Llevo años cubriendo historias de aseguradoras; todas están fuera de control. Hace falta una ley federal que impida el uso de perfiles genéticos para decidir si se acepta o no una póliza.

Pierre se sintió intrigado. Iván Marchenko llevaba libre cincuenta años; unos minutos más no importarían.

D'accord.

—¿Podemos ir a tomar un café a alguna parte?

—Sí —respondió Pierre—. Pero antes, necesito que me haga un favor. Necesito una foto de Abraham Danielson.

Lincoln frunció el ceño.

—Al viejo no le gusta que le tomen fotos. Ni siquiera tenemos una fotografía de archivo en el Chronicle.

—No me sorprende. ¿Tiene un teleobjetivo? Podría tomarla desde el fondo de la sala, necesito una imagen clara de cabeza y hombros.

—¿Para qué?

Pierre se quedó callado un momento.

—No puedo decírselo ahora, pero si toma esa foto y me da unas cuantas copias, le prometo que será el primero a quien llame cuando… —conocía la expresión francesa, pero tuvo que esforzarse para recordar el equivalente en inglés—… cuando salte la historia.

Lincoln se encogió de hombros.

—Esperen aquí. —Volvió a la sala de conferencias. Cuando abrió la puerta, Pierre pudo reconocer la voz de Craig Bullen saliendo de los altavoces. Tanto mejor: Danielson se habría sentado y no esperaría que le tomasen una foto entonces. Lincoln salió a los pocos minutos—. La tengo —dijo.

—Bien. Salgamos de aquí.

CAPÍTULO 38

—Avi Meyer —dijo una voz familiar con acento de Chicago.

—Avi, soy Pierre Tardivel, del LNLB. —Pierre apretó el botón de transmisión de su fax.

—Eh, Pierre. ¿Qué hay de nuevo con Klimus?

—Nada, pero…

—Nosotros tampoco tenemos nada todavía. Tengo un agente en Kiev, trabajando con archivos de su época en campamentos de refugiados, aunque…

—No, no, no. Klimus no es Iván Marchenko.

—¿Qué?

—Estaba equivocado. No es Marchenko.

—¿Seguro?

—Positivamente.

—Maldita sea, Pierre. Llevamos meses en esto por su insistencia…

—He visto a Marchenko. Cara a cara.

—¿En Berkeley?

—No, en San Francisco. Y Molly le vio en la calle, con una gabardina.

—¿Qué es esto? ¿La nueva versión de las apariciones de Elvis? —Avi resopló ruidosamente. Su tono dejaba claro que lamentaba haberse dejado liar por un sabueso aficionado—. Mierda, ¿a quién va a señalar ahora? ¿A Ross Perot? Tiene orejas de jarra, después de todo. ¿O a Patrick Stewart? Ése sí que es un calvo de aspecto sospechoso. ¿Qué tal el Papa? El muy jodido tiene acento de Europa Oriental, y…

—En serio, Avi. Le he visto. Ahora se hace llamar Abraham Danielson. Es el fundador de una compañía llamada Seguros Médicos Cóndor.

Ruido de teclas al fondo.

—No tenemos expediente de nadie con ese nombre, y… ¿Cóndor? ¿No es la gente de esa póliza de aborto que no le gusta? Maldita sea, Pierre, le dije que no fuese jodiendo al Departamento de Justicia. Podría hacer que le encerrasen por esto. Primero nos pone sobre la pista de su jefe porque le ha cabreado de alguna forma, y ahora nos azuza contra el tipo cuya compañía ofende su delicada sensibilidad…

—No, le digo que esta vez no hay duda.

—Claro, claro.

—Hablo en serio, joder. Ese tipo es un monstruo…

—Porque fomenta los abortos.

—Porque es Iván Grozny. Porque dirige el Reich Milenario. Y porque ha ordenado la ejecución de miles de personas aquí en California.

—¿Puede probarlo? ¿Puede probar una palabra de todo eso? Porque si no puede…

—Compruebe su fax, Avi.

—¿Qué? Oh… un segundo. —Pierre pudo oír cómo Avi dejaba el auricular y se movía por su despacho. Un momento después volvió a coger el aparato—. ¿De dónde ha sacado esta foto?