Pierre frunció el ceño, pensando.
—Digamos que es un zumbador de broma.
DiMarco rió entre dientes.
—Bastante ingenioso —dijo.
—Llámeme Q.
—¿Cómo?
—Ya sabe… —Pierre silbó el tema musical de James Bond.
DiMarco se rió.
—Ah, ya. Venga a partir de las tres. Estará listo.
—Redacción —dijo la voz masculina.
—Con Barnaby Lincoln, por favor. Es un redactor financiero.
—Ha salido, y… oh, espere. Ahí viene. —La voz gritó en el teléfono; Pierre odiaba a la gente que no se apartaba el auricular de la boca al gritar—. ¡Barney! ¡Tienes una llamada! —El auricular cayó sobre una superficie dura, y alguien lo recogió momentos después.
—Aquí Lincoln.
—Barnaby, soy Pierre Tardivel.
—¡Pierre! Me alegra oírle. ¿Ha pensado en lo que hablamos?
—Suena interesante, sí. Pero no le llamo por eso. Ante todo, gracias por las fotos de Danielson, eran estupendas.
—Por eso me pagan la fortuna que me pagan —dijo Lincoln en tono de póquer.
—Necesito que haga algo más por mí.
—¿Sí?
—¿Va a entrevistar pronto a Abraham Danielson?
—Buenooo… no he entrevistado al viejo desde… demonios desde hace seis años.
—¿Le atendería si llamase?
—Supongo que sí.
—¿Puede organizar una entrevista? ¿Puede verle, aunque sean cinco minutos?
—Claro, ¿pero por qué?
—Hágalo. Pero pase por mi laboratorio antes de ir. Se lo explicaré todo aquí.
Lincoln se lo pensó por un momento.
—Más vale que sea una buena historia.
—¿Puede decir “Pulitzer”? —contestó Pierre.
La recepcionista acompañó a Barnaby Lincoln hasta el despacho.
—Barney —dijo Abraham Danielson, levantándose de su silla de cuero.
Lincoln avanzó, tendiendo la mano.
—Gracias por recibirme con tan poca antelación.
Danielson miró la mano de Lincoln. Éste la mantuvo extendida. Finalmente, le dio un firme apretón.
Pierre se había quedado trabajando en casa: últimamente era engorroso ir al LNLB, pues Molly tenía que llevarle en coche. Decidió ir al salón para reponer sus existencias de Diet Pepsi. El café era una forma demasiado peligrosa de conseguir su cafeína de la mañana: ahora volcaba su bebida al menos una vez por semana ahora, y no quería escaldarse. Y la Pepsi normal tenía mucho azúcar: arruinaría el teclado o el ordenador si se le cayese encima. Pero el aspartamo no era conductivo; aunque podía pringarlo todo, no arruinaría el sistema electrónico. Por supuesto, hizo bastante ruido al subir los escalones, pero el lavaplatos estaba en marcha y su traqueteo ahogaba los demás sonidos. Cuando entró en la sala, vio que Molly estaba sentada con Amanda en el sofá. Molly estaba diciéndole algo a la niña que Pierre no pudo entender, y Amanda parecía estar concentrándose mucho.
Las contempló por un momento, alegrándose de, al menos hasta cierto punto, haber dejado de sentir celos por la proximidad de su esposa con Amanda. Sí, seguía doliéndole no poder comunicarse con ella como le gustaría, pero había llegado a comprender lo importante que era aquella relación especial entre Molly y Amanda. Amanda parecía totalmente cómoda con la habilidad de Molly para meterse en su mente y oír sus pensamientos; casi era un alivio para la niña poder comunicarse sin esfuerzo con otro ser humano. Y el vínculo de Molly con su hija iba incluso más allá de lo normal entre madres e hijos; ella podía tocar la misma mente de Amanda.
Pierre seguía pensando principalmente en francés, y sabía, puesto que casi siempre hablaba en inglés, que a cierto nivel subconsciente lo hacía como defensa contra la lectura de sus pensamientos. Pero Amanda había aceptado la habilidad de su madre desde el principio, y no erigía ninguna barrera; tenían una intimidad que lo trascendía todo… y Pierre se alegraba al menos de eso. Su esposa ya no se sentía torturada por su don, sino que agradecía tenerlo. Y Pierre sabía que cuando él no estuviese, Molly y Amanda seguirían estando unidas para apoyarse entre sí y para enfrentarse juntas al futuro, casi como si fuesen una.
—Inténtalo otra vez —decía Molly, de espaldas a Pierre—. Puedes hacerlo.
Pierre entró en el salón.
—¿Qué estáis tramando?
Molly levantó la mirada, sorprendida.
—Nada —dijo con demasiada rapidez—. Nada. —Parecía avergonzada. Amanda tenía los ojos muy abiertos, como cuando era sorprendida haciendo algo malo.
—Pareces el gato que se comió el canario —dijo Pierre con una sonrisa divertida—. ¿Qué es…?
Sonó el teléfono, y Molly se levantó de un salto.
—Ya lo cojo yo —dijo yendo a la cocina—. ¡Pierre! ¡Es para ti!
Él entró cuidadosamente en la cocina. El ruido del lavaplatos era irritante, pero le llevaría varios minutos ir a otra habitación.
—¿Diga?
—¿Pierre? Soy Avi.
Molly volvió al salón; Pierre pudo oír que volvía a hablar con Amanda en tono de conspiración.
—Hemos encontrado los registros de inmigración de Abraham Danielson. Usted tenía razón, no es su verdadero nombre. Pero eso no es raro; muchos inmigrantes cambiaron sus nombres al llegar aquí después de la guerra. Según su solicitud de visado, su nombre es Avrom Darylchenko. Nacido en 1911, el mismo año que Iván Marchenko. Aunque Klimus también nació aquel año, y no demuestra nada. Estaba viviendo en Rijeka cuando solicitó venir aquí.
—De acuerdo.
—No encontramos nada anterior a 1945 sobre Avrom Darylchenko, pero eso tampoco prueba una mierda. Muchos archivos se perdieron durante la guerra, y hay toneladas de material en la vieja Unión Soviética que nadie ha mirado todavía. De todas formas, es interesante que lo último que tenemos sobre Iván Marchenko sea la declaración de Nikolai Shelaiev de que le vio en Fiume en 1944, y que lo primero de Avrom Darylchenko sea su solicitud de visado el año siguiente.
—¿Está muy lejos Rijeka de Fiume?
—Yo me preguntaba lo mismo; al principio no podía encontrar Fiume en mi atlas, y es que resulta que, no se lo pierda, Fiume y Rijeka son el mismo lugar. Fiume es el viejo nombre italiano de la ciudad.
—Jesús. ¿Y qué van a hacer ahora?
—Voy a enseñar la foto a los supervivientes de Treblinka. Mañana vuelo a Nuevo México para ver a uno de ellos, y después iré a Israel.
—¿No puede enviar la foto por fax a la policía de allí?
—No, quiero hacerlo personalmente. Quiero ver a los testigos cuando les enseñe la foto. La jodimos en el caso Demjanjuk por no llevar bien las identificaciones. Yoram Sheftel, el abogado israelí de Demjanjuk, dice que en todos sus años en el negocio no ha visto nunca a la policía de Israel llevar bien una identificación fotográfica. En el caso Demjanjuk, mezclaron su fotografía con otras siete, pero algunas de las fotos eran más grandes o más claras que otras, y muchas no se parecían en nada al hombre descrito por los testigos. Esta vez voy a supervisarlo todo, paso a paso. Así no habrá cagadas. —Una pausa—. En cualquier caso, tengo que ir.
—Espere… una cosa más.
—¿Quién es usted, Colombo?
Al menos era una mejora sobre la asunción generalizada de que era un vendedor.
—Cuando tienen a alguien en custodia, ¿qué registros de identificación guardan?
—¿A qué se refiere?
—Llevan archivos, ¿no? La caza de nazis consiste en demostrar identidades. Supongo que si tienen a alguien en custodia, tomarán medidas para asegurarse de que pueden identificar a esa persona años después si es necesario.
—Claro, tomamos las huellas digitales, incluso algún examen retinal…
—¿Toman muestras de tejido para la identificación del ADN?