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Intentó repetir el ataque, pero perdió el equilibrio y Marchenko pudo apartarle y ponerse en pie. Su cabeza calva tenía raspones allí donde había golpeado el suelo de hormigón.

El viejo se tambaleó hacia el cobertizo. Había una cerradura en la puerta, pero una de las llaves ahora ensangrentadas de Marchenko pudo abrirla. Pierre, boca arriba, intentó tomar aire y recuperar el control de sus piernas, que se agitaban salvajemente. Marchenko salió del cobertizo con una larga palanca negra que debía de servir para abrir las cajas llevadas por helicóptero. Se acercó a Pierre.

—Antes de que muera —dijo mientras levantaba la palanca sobre su cabeza— necesito saberlo. ¿Es judío?

Pierre negó con la cabeza.

—Lástima. Hubiese resultado perfecto. —Marchenko descargó un golpe, pero Pierre rodó justo a tiempo. El extremo plano de la palanca hizo saltar esquirlas de hormigón.

Ya podía distinguirse el ruido del helicóptero. Pierre lo miró un momento. No era el aparato amarillo y negro que había visto meses atrás, sino uno privado, blanco y plata. Probablemente habría llamado a alguno de sus compinches del Reich Milenario para que acudiese al rescate.

El viejo volvió atacar con la palanca, que hizo brotar chispas del suelo. Pierre rodó de nuevo sobre sí mismo y alzó su bastón, pero Marchenko lo partió en dos con la palanca.

El siguiente golpe fue en las rodillas. Pierre gritó al sentir que se le rompía la rótula izquierda. La palanca volvió a elevarse, esta vez apuntándole a la cabeza. Pierre se retorció en el suelo, extendió el brazo y agarró a Marchenko por el tobillo, derribándole. La palanca cayó sobre el costado del viejo con un ruido de costillas rotas.

Pierre levantó la mirada. El helicóptero sobrevolaba la escena preparándose para aterrizar, levantando polvo sobre la azotea. El piloto en el asiento de la derecha… Cristo, incluso llevaba la cazadora y las gafas de espejo de Hard Copy. Felix Sousa. Aquel jodido no sólo pensaba como un nazi; era un miembro con carnet del Reich Milenario de Iván Marchenko.

El aparato empezó a bajar, y Pierre pudo sentir el empujón del aire desplazado por las aspas. Esperó que aquello mantuviese a Marchenko en el suelo, pero el viejo ya se estaba poniendo en pie. El helicóptero tocó el suelo.

Pierre vio que se acercaba otro helicóptero. Era difícil distinguir algo con todo el viento, pero las letras SFPD[12] del fuselaje eran bastante visibles.

Marchenko se inclinó sobre Pierre, claramente decidido a acabar con él, pero Sousa le hizo gestos frenéticos para que subiese; el helicóptero de la policía estaría allí enseguida. La cara redonda de Marchenko se contorsionó en una horrible sonrisa torcida, su dentadura postiza todavía suelta, y el nazi escupió un despectivo gargajo sanguinolento sobre el rostro de Pierre. Cojeó hacia el helicóptero sujetándose las costillas rotas, inclinado para evitar las aspas.

De pronto, Avi Meyer apareció en la puerta de la escalera. Estaba tan rojo como una remolacha después de haber subido cuarenta pisos a pie. Sacó una pistola de su chaqueta y apuntó al helicóptero, pero Marchenko ya había subido a bordo, cerrando su puerta curvada, y el aparato alzó el vuelo.

Sin embargo, el helicóptero de la policía intentaba obligarles a aterrizar volando directamente encima de ellos. Sousa se dirigió hacia el norte, moviéndose de lado unos pocos metros por encima de la azotea y casi rozando el parapeto. El helicóptero de la policía le siguió.

Pierre entornó los ojos, intentando mirar y a la vez protegerse del aire y el polvo. Avi se apartó de la puerta, y otros dos hombres aparecieron tras él, boqueando en busca de aire. Uno se agarraba el costado, haciendo muecas de agonía. Avi se tambaleó hasta el lado sur del tejado, lo más lejos posible del ruido de los helicópteros, y sacó su teléfono móvil.

Pierre, mientras tanto, recogió la palanca y, usándola como bastón y procurando no descargar su peso sobre la rodilla destrozada, se acercó al lado norte. Sentía náuseas y un dolor casi insoportable a cada paso. Al llegar al parapeto, cayó contra él y se llevó ambas manos a la rodilla. Podía oír el ruido de las aspas por debajo de él.

—Habla la policía —dijo una voz femenina desde un altavoz del segundo helicóptero. Casi era inaudible con todo el ruido—. Le ordeno que aterrice.

Pierre se obligó a ponerse en pie, apoyándose en el parapeto. Estaba a punto de desvanecerse de dolor. La agonía de la corea sacudía su cuerpo. Mirar hacia abajo le mareaba: cuarenta pisos hasta el asfalto del aparcamiento. Había cinco coches patrulla junto al edificio, con las luces encendidas. El helicóptero plateado estaba un poco a la derecha de Pierre y unos diez metros más abajo. Probablemente, Marchenko podía ver la oficina de Craig Bullen, con sus paneles de secoya y sus cuadros de valor incalculable.

El helicóptero de la policía se había apartado un poco, como si buscase un buen ángulo para disparar. Pierre pudo ver claramente a la piloto y su compañero, ambos uniformados, en la cabina similar a una burbuja, parecían estar discutiendo entre sí. Al final el helicóptero empezó a alejarse; quien pensase que era peligroso volar tan cerca del edificio había ganado la discusión.

El rotor del helicóptero de Sousa era un borrón redondo bajo Pierre. El ruido era ensordecedor, pero en cuestión de segundos Sousa se apartaría del edificio. Podría dirigirse en línea recta hacia el Pacífico, sobre aguas internacionales, más allá de la jurisdicción de la policía, o incluso del Departamento de Justicia, quizá posándose en un barco rumbo a México u otro país; seguramente el plan de huida de Marchenko contemplaba más cosas que simplemente el helicóptero.

Pierre agarró la palanca, sopesándola. Probablemente no funcionaría… probablemente sería desviada. Pero no iba a quedarse plantado sin hacer nada.

Pierre cerró los ojos, reuniendo todo el dominio y las fuerzas que le quedaban. Y entonces tiró la palanca tan fuerte como pudo para que cayese verticalmente sobre las aspas del helicóptero.

Estaba preparado para echarse atrás, en caso de que la palanca saliese despedida de vuelta hacia él.

Se oyó un terrible chasquido. El helicóptero empezó a vibrar, inclinándose hacia el edificio, y…

…las aspas tocaron el cristal, enviando una lluvia de astillas brillantes al asfalto…

…y empezaron a atravesar la estructura de metal entre dos ventanas, cortando el metal en pequeños fragmentos, lanzando chispas a cada contacto.

El helicóptero avanzaba ahora hacia delante, y el rotor golpeó una pared entre despachos adyacentes, astillando los paneles de madera con un ruido de sierra mecánica, y después el hormigón que había tras ellos. Las puntas de las aspas se rompieron, acortándose a cada revolución, pedacitos de metal volando como confeti.

El helicóptero se inclinó, girando lentamente en el sentido de las agujas del reloj, su rotor de cola entrando en el edificio y haciendo trizas más muebles y ventanas.

Las turbinas del aparato estaban gritando; salía humo del motor y llamas de los tubos. La cabina se inclinó hacia delante y el helicóptero empezó a caer, piso tras piso tras piso. Pierre pudo ver a la gente dispersándose e intentando apartarse de su caída.

Oyó pisadas, casi ahogadas por el estruendo del helicóptero de la policía. Avi estaba corriendo a través de la azotea.

El helicóptero de Sousa siguió cayendo, casi a cámara lenta, sus aspas rotas girando torpemente y frenando un poco la caída. Fue reduciendo aparentemente su tamaño hasta…

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12

Departamento de Policía de San Francisco.