—Nos hemos reunido hoy en honor a un gran ser humano —dijo desde el estrado de madera con el sello presidencial—. Su nombre es conocido para muchos de nosotros como el co-ganador con Shari Cohen-Goldfarb, que hoy nos acompaña, de un Premio Nobel por sus asombrosos descubrimientos sobre los secretos ocultos en nuestro ADN, descubrimientos que han cambiado nuestra perspectiva sobre nosotros mismos y nuestra evolución. Para algunos, no hay mayor honor posible, y desde luego no creo que yo pueda otorgar una medalla más importante. Pero en realidad no es la medalla lo que importa, sino el abnegado trabajo que representa. Durante diez años, el hombre al que honramos hoy, encabezó la lucha por conseguir que una ley federal prohibiese a las compañías de seguros de los cincuenta y un estados la discriminación contra los nacidos y no nacidos basada en sus perfiles genéticos o en su historial familiar. Bien, como todos saben, durante la última sesión del Congreso, ese mismo principio pasó a constituirse como ley, y…
Hizo una pausa para los aplausos antes de continuar.
—…y el Proyecto Tardivel ya no existe; ahora es el Estatuto Tardivel, una nueva ley nacional. Y hoy nos hemos reunido para honrar la memoria del doctor Pierre Jacques Tardivel, que luchó por ella hasta el día de su muerte.
Molly, todavía bella a los cincuenta, miró a su hija de dieciséis años, Amanda. Echaba de menos a su marido, Dios, como le echaba de menos, pero estaba agradecida más allá de las palabras por Amanda, y por el vínculo especial que compartían.
¿Lista? pensó Amanda. Molly asintió.
Ojalá Papá hubiese vivido para ver esto.
Molly tomó la mano de su hija.
—Estaría muy orgulloso de ti —susurró.
La Presidenta Beckett continuó.
—Voy a pedir a la viuda del doctor Tardivel, Molly Bond, y a su hija Amanda, que acepten esta medalla con el agradecimiento del pueblo de los Estados Unidos de América.
Molly se puso en pie. Ella y Amanda (robusta, con unos bucles que le colgaban sobre las cejas cubriendo la sutil cornisa de hueso de la base de su frente) avanzaron hasta la presidenta, que tomó sus manos por turno. Molly se puso ante el micrófono.
—Gracias —dijo—. Sé que esto hubiese significado mucho para Pierre. Gracias a todos.
Amanda todavía estaba dentro de la zona de su madre. Te quiero, pensó. Molly sonrió. Amanda no podía leer su mente, pero estaban tan unidas que no hacía falta decir nada para que su hija supiese lo que ella estaba pensando. Yo también te quiero.
Amanda levantó las manos y empezó a hacer signos.
Molly se inclinó de nuevo sobre el micro para traducir.
—Amanda dice que echa de menos a su padre cada día, y que le quiere mucho. Y dice también que le gustaría recitar un breve discurso que era uno de los favoritos de Pierre, un discurso pronunciado por primera vez hace medio siglo, a sólo unos cientos de metros de este lugar, por otro hombre que acabó ganando el Premio Nobel.
Amanda hizo una pausa por un momento y miró a su madre, sacando fuerzas de su vínculo. Entonces sus manos empezaron a moverse de nuevo en una intrincada danza.
—Tengo un sueño —dijo Molly dando voz a los gestos de su hija—. Tengo el sueño de que algún día esta nación se elevará al verdadero significado de su credo, de esa verdad evidente de que todos los hombres son creados iguales. Tengo el sueño de que mis cuatro hijos vivirán algún día en un país donde no serán juzgados por el color de su piel sino por el conjunto de su personalidad. Hoy tengo un sueño.
Amanda se detuvo. Molly limpió las lágrimas de sus ojos, y las manos de Amanda volvieron a moverse.
—Con esta ley que nos hace mirar más allá de nuestros genes —siguió traduciendo Molly— ese gran sueño de una nación en la que se considere que todos son creados iguales se acerca un paso más a la realidad.
Amanda bajó las manos y miró a su madre, compartiendo un pensamiento especial con ella. Después se dio la vuelta y miró a la multitud que aplaudía rabiosamente.
La hija de Pierre Tardivel sonrió.
Y era una hermosa sonrisa.
Nota sobre el autor
Robert J. Sawyer (1960) nació en Ottawa, Canadá, un 29 de abril. En la actualidad reside en Thornhill, Ontario (al norte de Toronto), con su esposa Carolyn Clink.
Realizó su primera venta profesional en 1979, mientras estudiaba en Ryerson, al Strasenburgh Planetarium de Rochester, New York. El trabajo en cuestión fue una historia corta, “Motive”, que formaba parte de una trilogía titulada “Futurescapes”. A pesar de que esta historia nunca fue publicada, se considera el embrión de muchos de los temas que posteriormente ha tratado en su obra, combinando misterio, crímenes y ficción especulativa.
Su primer relato publicado fue “The Contest”, en el anuario literario de Ryerson (White Wall Review 1980). Por azares del destino, el editor de este anuario era Ed Greenwood, una institución en el universo AD D de TSR que facilitó que “The Contest” fuera publicado posteriormente en la antología 200 Great Fantasy Short Short Stories, cuyos editores fueron Isaac Asimov, Terry Carr y Martin H. Greenberg.
Gracias a esta publicación y a algunos trabajos de encargo más, vive profesionalmente como escritor desde 1983, después de graduarse en la Ryerson Polytechnic University de Toronto en Radio y Televisión en 1982. Los primeros seis años de profesión, sin embargo, los dedicó a colaborar con revistas y periódicos americanos y canadienses, mediante artículos de los temas más diversos que tuvieran que ver con los ordenadores, su gran pasión. En esa época trabajó en la televisión por cable canadiense (Visión TV) y, alternando con un programa radiofónico, consiguió entrevistar a Isaac Asimov, Samuel R. Delany, Gregory Benford, Robert Silverberg, Harry Turtledove, Kim Stanley Robinson, Thomas M. Disch y Ursula K. Leguin, entre otros.
Siempre ha sido un asociacionista activo, y ha llegado a presidir la Science fiction and Fantasy Writers of America, la Crime Writers of Canada y la Writers' Union of Canada (que agrupa a todos los escritores canadienses), y pertenece a la Writers Guild of Canada (que agrupa a los guionistas canadienses).
Sus aficiones incluyen la paleontología (que toca el presente Cambio de esquemas y a la que va a dedicar uno de sus próximos libros), el Trivial en familia, e Internet, donde su página personal ha obtenido el prestigioso Eyesite Web Award patrocinado por The Microsoft Network y que podréis encontrar en:
www.ourworld.compuserve.com/homepages/sawyer/
Su primera novela publicada fue Golden Fleece (Warner, 1990), que recibió el premio Aurora de la cf canadiense como mejor libro del año. Trata de la sugerente posibilidad de que una inteligencia artificial se convierta en un asesino durante una misión en una nave estelar. Esto, que parece el argumento de varias películas (sin ir más lejos 2001 o Alien) es tratado por Sawyer desde un punto de vista original, totalmente diferente a la que se había hecho hasta ese momento. De hecho, Orson Scott Card (El juego de Ender, Alvin Maker) consideró que Golden Fleece se merecía el distintivo de mejor novela de cf de 1990. En Japón debieron pensar algo similar, porque fue finalista del premio Seiun a la mejor novela extranjera en 1992.
A continuación se embarcó en una trilogía, que posteriormente aumentaría con un cuarto libro, titulada The Quintaglio Ascension. En ésta pone a disposición del lector gran parte de sus conocimientos de paleontología, y de su manera especial de tratar la moralidad, explorando el papel de personajes de gran importancia en la historia de la ciencia, en un planeta habitado por dinosaurios inteligentes. Far Seer (Ace, 1992) trata de la figura análoga a la de Galileo; Fossil Hunter (Ace, 1993) de la análoga de Darwin y Foreigner (Ace, 1994) de la análoga de Freud. La primera de la serie fue finalista tanto del Aurora canadiense como del Seiun japonés. End of an Era (Ace, 1994) no programada inicialmente en la trilogía, cierra todos los cabos sueltos de las anteriores. También fue finalista del Aurora y, las cuatro, ganadoras del Homer, del forum de CompuServe.