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Hoy en la tarde, en el siniestro hotel de Cholula, Javier fue colocando en fila la botella del agua de Colonia (Jean-Marie Farina), las gotas para los ojos, el frasco de Alka Seltzer, las tijeras para las uñas y las pinzas de manicura, el pomo de pastillas de vitamina C, las cápsulas de Desenfriol…

– Se necesita una mirada ajena, como la mía, para saber que son las últimas horas de la recepción y provocar con la mirada, aunque sin saberlo, a quienes se niegan a admitir que esto se está acabando…

Tu marido dejó de colocar las cosas sobre la repisa. Escuchó tus pasos impacientes sobre las tablas rechinantes del piso.

– Por eso me saludan con cierta frialdad, como a un intruso. También los que fingen la alegría de recibir a una especie de hijo pródigo, a un recién llegado que justifica la prolongación de la fiesta, el disco nuevo, la búsqueda infructuosa de botellas sin descorchar. Y después de los breves encuentros, me abandonan a mis propias fuerzas y busco en este desorden desatendido un vaso limpio, hielo y botellas.

Perdóname, cuatacha, si me fijo más en el peine de carey, el tarro de desodorante, el paquete redondo de celuloide que contiene los preservativos envueltos en lámina dorada. Quiero reconocer este cuarto y memorizar sus detalles. ¿Sabes por qué?

– Olvidé el cepillo y la pasta de dientes -dijo Javier.

– ¿Qué?

– El cepillo y la pasta. Los olvidé. ¿Por qué no te fijas en esas cosas, mi amor? Ahora tendremos que comprarlos en una farmacia.

– Si es que este pueblo rabón se permite ese lujo.

– ¿Qué?

– Una farmacia. ¡Una farmacia! Sal del baño si quieres escucharme…

Javier rió:

– Debo conformarme con un vaso usado, pintado con lápiz labial en los bordes, que ni siquiera escojo.

Creo que tomó el frasco opaco con la etiqueta verdiblanca. Salud. 10 mg. Clorhidrato de 7-cloro 2-metilamina 5-fenil 3H 4-benzodiazepina 4-óxido. Excipientes 190 mg. según la fórmula de F-Hoffmann- La Roche amp; Cie. S. A. Basilea Suiza.

Él lo colocó en su lugar en la repisa.

– Me lo tiende, sonriendo, esa mujer.

Javier escuchó tu carcajada. Tú sigues en la mecedora, ¿verdad?

– Al principio sólo veo el vaso, con un fondo de líquido ambarino y la sonaja de un hielo gastado. En seguida el borde tenido de lápiz color naranja. Después la mano blanca, la muñeca ceñida por un brazalete de cobre, que me lo ofrece. Escúchame.

– ¿Qué?

– Levanto la mirada y entonces me doy cuenta de que gira el tocadiscos y algunas parejas bailan. Alguien ha apagado las luces de la sala. No puedo ver el rostro de la mujer. No hay una luz pareja, que lo ilumine todo, sino ésta, fragmentada, de una luna menguante que debe conquistar aisladamente ciertos planos, determinadas texturas, esta muñeca enjoyada que me ofrece mi vaso…

– Lo compraremos en la farmacia de Cholula -reíste desde la recámara.

Cada gragea contiene Ciclorhidrato de Tripluoperazina 1 18 mg. Dioduro de Isopramida 6. 79 mg. Javier acarició el frasco. Yo trato de memorizar el cuarto de hotel.

– Imagino los labios anaranjados, la sonrisa que no puedo ver. Escucho esa voz, esa melodía tan leve, tan retenida…

– Está bien, Javier.

Tarareaste desde la recámara, por fin encontraste las palabras:

– It’s the wrong song, in the wrong style, though your smile is lovely it’s the wrong smile…

Vía de administración, oral. Dosis, la que el médico señale. Úsese exclusivamente por prescripción y bajo la vigilancia médica. Su venta requiere receta de facultativo con título registrado en la Secretaría de Salubridad y Asistencia.

– Y en un nivel que se confunde, a la vez que se distingue, del tono pastoso de la cantante femenina, la otra voz de mujer, siempre sin rostro, igual que la voz oculta del tocadiscos.

Qué remedio, Elizabeth. Las cosas sucederán siempre en otra parte. Puro origen o puro destino.

– Eres muy atractivo… -dijiste con una voz plana.

– Sí. Me toma la mano, me acerco a ella, coloco la otra mano sobre la espalda que encuentro desnuda y ella me rodea los hombros con un brazo, mantiene el otro suelto, pegado al muslo, mientras yo le aprieto la muñeca y apenas nos movemos.

Canturreaste:

– You don’t know how happy I am that we met, I’m strangely attracted to you…

– Yo dándome cuenta de que el ligero desplazamiento del baile nos acerca y nos aleja de esa luz discontinua, aislada. De que podría conocer su rostro. De que no valdría la pena alejarme del abrazo del baile para hacerlo. De que me estoy dejando arrastrar, a través de esta ceguera artificial, a un conocimiento tanto más exacto cuanto más fortuito en apariencia, a una tibieza elemental, más olvidada que desconocida.

Javier levantó el frasco de Stelabid que mantenía en la mano y lo acercó al reflejo de su rostro en el espejo del baño. Tú entraste al baño y te reflejaste detrás de Javier. Bajaste la mirada y tomaste otro frasco y leíste la etiqueta. Este medicamento es de empleo delicado. Ácido orático 55.80 mg. Xantina 6.66 mg. Adenina 3.34 mg. Excipiente c.p.b. 250.00 mg. Lo colocaste en la repisa.

– Me asalta otro temor. Que esas palabras sólo provoquen su risa. Que ella, como yo, sólo sepa decir las frases hechas que yo también temo decir. Guardo silencio. Cierro los ojos junto a su mejilla y siento el aliento fuerte, joven, disolverse en la vaga esencia de los senos altos y apretados que, al apartarme, veo alumbrados por las dos luces en combate que dibujan el perfil de…

Te quitaste la blusa y la arrojaste sobre la tapa del excusado. Con la cadera, empujaste a Javier hacia un lado del lavabo. Abriste el grifo.

– ¿Habrá agua caliente en esta guarida?

Extendiste la palma de la mano bajo el chorro de agua ferrosa.

– Qué remedio. Sólo hay agua fría. Préstame la navaja.

Javier se acercó, tomó la navaja y te la entregó.

– Nos miramos, Ligeia. Miro los ojos negros, los párpados largos, gruesos, casi orientales, los labios naranja, los hoyuelos profundos en las mejillas tersas y acaloradas. Toda la piel de morena clara.

Tú levantaste un brazo frente al espejo y te enjabonaste la axila.

– Toda ella contenida en mis brazos. Vista ahora y vista para siempre.

Con el entrecejo arrugado, te pasaste el rastrillo por la axila. Javier te abrazó del talle, tomó tus senos y tú gritaste.

– Es, es, pasó, no volverá a ser, termina el disco, there’s someone I’m trying so hard to forget…

– ¡Idiota! -Te llevaste una mano a la axila y mostraste la sangre, embarrada en los dedos, a Javier. -¡Me hiciste cortarme! Dame un poco de agua de Colonia.

– Regreso a la mesa, busco mi vaso-. Javier destapó el frasco de Colonia. -No lo encuentro, regreso al punto exacto donde lo había dejado, ella ya no está-. Vació un poco en la palma de la mano. -Trato de encontrarla, sin moverme, guiando los ojos, ¿ves?

– ¡Date prisa! -gritaste con el brazo levantado-. ¡Se va a evaporar!

Javier fregó la axila afeitada de la señora Elizabeth Jonas de Ortega con la mano.

– ¡Ay, pica!

– …tratando de distinguirla entre las parejas que bailan lentamente la música del nuevo disco, recordando ya su talle, su mejilla, el lóbulo de su oreja, su olor, recordando ya que no habló, no dijo nada, que es, pasó…

– Javier, hazte a un lado y déjame en paz.

Te enjabonaste la otra axila. Javier se recargó contra la pared de azulejos mal colocados, flojos, pintarrajeados de cal. Diez en aprovechamiento, cero en moral.

– No, no es así. No es así. Así no. Miento. Así no.

– You don’t know how happy I am that we met -canturreaste mientras te afeitabas-. I’m strangely attracted to you; there’s someone I’m trying so hard to forget, don’t you want to forget someone too?…

– Escucha, Ligeia. ¿Prometes escucharme en silencio?

– Creo que me estoy empezando a enfermar.

– ¿Qué te pasa?