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Quemada por el sol marino de Apolo.

– Como Robinson y Viernes, dragona. Como los náufragos de la Medusa. Puro cachuchazo popular: vamos a merendamos los unos a los otros. ¿Cómo era la chimenea? ¿Ladrillo, azulejo, piedra?

– Luego se ve que nunca has viajado. Allí todo es blanco; no es un material, es un color, todo está encalado. ¡Deja de fumar tu Juanita! Apesta.

Velas azotadas por la tempestad.

– ¿Y Javier?

– ¿Javier qué? No le des por su lado. No le hagas al siquiatra. Qué más quisiera.

Antes de que Safo haga surgir la luna de dedos pálidos.

– El sicoanálisis convierte los sentimientos en ciencia. El encajoso de Freud le dio categoría al melodrama, ¿a poco no? Eso, eso es lo que él quisiera; que le digan “Edipo” o “Jasón” cuando en realidad sólo es uno como híbrido de John O’Hara y Carolina Invernizzio transplantado a Kafka-huamilpa. Puro camp. Puro tango. Oh, me sueltas la lengua. No me interesa el caso de Javier, palabra. A nadie le interesa, ya ves.

– No, sólo te preguntaba cómo andaba vestido.

Luna de mar.

– Había que ser libre, bohemio, romántico, ¿no?

– Perdón. Ya me lo dijiste. Descalzo. Pantalones de pana. Suéter de cuello de tortuga.

Rodeada de estrellas en el confín del mar.

– No, eso era en una playa de Maine, la primera vez…

– ¿No habías dicho que en Long Island?

Mientras en las playas bailan las muchachas.

– Forget it. Él estaba escribiendo una novela. Me confundo.

– A que no recuerdas en qué la escribía…

– En arameo, para que la pudiera leer J. C. I don’t care if it rains or freezes, long as I’ve got my plastic Jesus…

– There’s flies on you there’s flies on me, but there’s no flies on old J. C. El Güero tiene su propio best-seller. Sangre y cojones y el santo espíritu. Sus ghost writers fueron Lloyd C. Douglas y Cecil B. DeMille.

Y sus alas se cierran.

– No, en qué clase de papel, o cuaderno, quiero decir…

– ¡Uy! Es de lo más ordenado y previsor. Siempre viaja con sus cuadernos de escuela, cuadriculados.

Mar de Orefo.

– Se abasteció en un Five amp; Ten antes de salir de Nueva York. Compró tinta, goma, lápices Faber, una vieja Parker color naranja como la de Gironella, scotch tape. Enriqueció a Barbara Hutton.

– Dragona: eso no lo puedes decir.

Cabeza, macho, virgen inmortal.

– En esa época no habían inventado el scotch-tape.

– ¿No? Perdón. Cualquiera tiene un lapsus. No me mires así.

Dios raíz de los mares.

– Los cuadernos.

– Cuadriculados. Tapas mármol. Una tabla de multiplicar. El calendario de ese año.

Mares que se extienden como cuernos de toro.

– ¿Cuál año?

– No te pongas pesado. ¿Cómo voy a saber cuál año? Por ahí me sacas la edad.

Océano que arrulla su inmensa desgracia.

– ¿Color de la tinta?

– Blanca. No quedó nada, nada, nada. ¡Invisible! Mar dormido al mediodía sobre su lecho de ondas.

– He visto su letra. Es pequeñísima, meticulosa.

– Mentiras. Dibuja ondas, turbillones, grecas, doodles.

Mar profético.

– No había luz eléctrica. ¿Qué hacían en la noche?

– We played footsie, Mr. District Attorney. Oye, así no vamos a ningún lado. Este es un momento muy lírico, muy poético, y tú quieres hacer inventarios, tú…

Mar armado con las naves de Troya.

– Pop-lit. ¿No estás aburrida, dragona?

– O. K. Tienes razón. Perdóname.

Mar de Prometeo que destruirá el tridente del Océano.

– Estás que te pudres. ¿No te aburrías, dragona?

– No. Ya te contaré de los guijarros.

Rubio mar.

– Pero además…

– El best-seller de ese año era… era… Anthony adverse. Me leí Anthony adverse enterito.

Espejo del joven, de la niña, del árbol, del pájaro.

– Se me hace que sólo viste la película. Para qué es más que la verdad.

– No. Leí el libro y vi la película. Fredric March y Claude Rains. Y Olivia de Havilland cuando era chulísima y todavía no la aventaban al pozo de las víboras. Ugh.

Del pez mudo en sus profundidades.

– ¡Cáspita!

– ¡Gulp! ¿No me crees? ¿Dudas de mi veracidad? Pues ahí te va todo lo que pasó ese año. El año que fuimos a Grecia, ¿eh?, Hitler se tragó a Austria. Mussolini se salió de la Liga de Naciones. Todos oíamos en la radio a Kate Smith, la orquesta de Kay Kyser y los chistes de Jack Benny. El Padre Coughlin vociferaba. Creo que mataron a Huey Long. Cárdenas expropió el petróleo. Garbo amó a Taylor. Dick Tracy se enfrentó a Boris Arson. ¿Qué tal? Elvira Ríos cantaba “Vereda tropical”. Lil Abner no se casó con Daisy Mae. Anita la Huerfanita no creció una pulgada. Cayó el gabinete de Léon Blum. Alicia les sirvió el té en Berchtesgaden a los cuatro dementes. John Steinbeck publicó The grapes of wrath y John Ford hizo la película con Henry Fonda. Todos tarareábamos a tisket a tasket my brown and yellow basket. Orson Welles invadió New Jersey. ¿Qué más? Blanca Nieves y los siete enanos.

Mar, elemento separado de la unidad original para que al perderse pueda recuperarse.

– Bueno, había lámparas de acetileno. Toma nota.

– Un diez y diploma. Te graduaste, dragona. ¿Escribías a tu casa? ¿A Gerson?

Mar que sólo se conoce por el mar.

– ¿Estás loco? ¿No te acuerdas?

– Pero es que aquí tengo un sobre.

Blanco mar.

– Dame eso. ¿Dónde lo encontraste?

– En un viejo baúl, ¿quihubo?

Cuna de los sueños que ignoran la pena.

– Avenida Amsterdam 85, Colonia Hipódromo, México D. F.

– ¡No! ¡No tienes derecho! Todavía no. ¿Dónde encontraste el baúl?

Príncipe de las horas encantadas.

– Además, no es cierto… No… 85 West 99th. Street… Sí… O una dirección del Bronx… Ya no me acuerdo. Hace tanto tiempo…

– Recuéstate, dragona. No sufras. Todos queremos ser otra cosa.

Mar que recibe las cenizas de los hermanos.

– Hoy no se puede ser otra cosa. Oye caifán, todos necesitamos algo de qué agarrarnos. Yo sólo veo eso. Eso es lo que se ve, lo que se toca. No Grecia, no México, no nada; el mundo se llama Paramount Pictures Presents.

– Seguro. La bandera de Revlon. El himno nacional de Disneylandia. El ejército de General Motors. Los países se llaman U. S. Steel y Hilton e IBM. Ése es el pinche mapamundi de hoy.

Mar de Orestes y Electra.

– ¿No tenemos más mitos?

– Sueños, de repente. Pero el mito es un sueño que se puede tocar.

Mar de los pequeños viajeros que no pueden ver los confines reservados al sol.

– Y un lugar. Hay que estar en un lugar, cualquier lugar, aunque lo inventemos, para poder empezar de vuelta, para renacer.

– Un sitio, dragona, un lugar donde resistir. ¡Jalisco, que no se raja! ¡Veracruz, que sólo es bello!

Mar teñido con la sangre de Agamemnón.

– Grecia, ¿qué tal?, la armonía, el clasicismo, el espíritu, nuestra maldita cuna.

– Pague ahora, viaje después.

Roca de las lamentaciones.

– Me aburría como ostra, mi cuás. No se lo vayas a contar.

– Sí, Medea.

Mar vigilado.

– ¿Quién te contó?

– Jasón.

Mar de brea.

– Encontraste el mundo.

– Abrí los cajoncitos.

Puerto de dagas nocturnas.

– Lo sabes todo.

– Casi todo. Hasta aquí. Hasta donde ustedes lo escribieron.

Mar de viñas ensangrentadas.

– Eran veinte días de barco, mi caifán. Una eternidad. Había que divertirse de alguna manera.

– Me parece la solución más sencilla. ¿Para qué complicarse la vida?