– No fue así. Nunca fue así. Qué pudo saber de él. Hablo por mí.
Hablas por los desayunos en silencio, pero sonrientes, durante los cuales tú esperabas, sin atreverte a beber el café pero impulsada por quién sabe qué necesidad de conservar las apariencias de todos los actos que ocultaran la alegría y la desesperación de tu deseo; metías las rebanadas de pan en el tostador…
– … graduaba el calor, distribuía las porciones de mermelada en los platillos, embarraba la mantequilla sobre el pan recién tostado, esperaba, todas las mañanas esperaba de Javier, esperaba que Javier me pidiera algo y él leía el periódico en silencio -y yo nunca olvidaré esos nombres, esas grandes letras negras que reunidas decían von Runstedt, Wavel, Gamelin, Timoshenko-, me sonreía de vez en cuando, yo le preguntaba qué había visto en la ciudad, qué le había impresionado, qué escribía, esperando que él, como antes, me leyera sus nuevas cuartillas.
– ¿Recuerdas El puente de Hart Crane? Quisiera encontrar algo así, una resonancia de la ciudad en la poesía.
Él salía a recorrer la ciudad y tú lo imitabas en parte, dragona.
– Como tú, salía a caminar sola, pero no escogía los mismos rumbos que tú. Yo me limitaba a nuestra colonia, a las calles cerca del Paseo de la Reforma.
El Paseo mismo en su tramo entre Chapultepec y la glorieta de Cuauhtémoc, era tu zona limitada. Bajo los fresnos, a lo largo de la alameda de polvo amarillo (ahora es de cemento, ya ves), en las calles entonces quietas, de residencias de la vuelta de siglo, decoradas con urnas y vides en relieve, con las ocasionales mansardas esperando la nevada que nunca llegó, las puertas cocheras pintadas de verde, las ventanas francesas con marcos blancos, las azoteas planas con balaustradas de piedra, las empinadas escaleras para alcanzar la planta de recepción, los sótanos húmedos, las criadas asomadas a las puertas entreabiertas, los viejos habitantes asomados detrás de los visillos o conducidos en viejos automóviles (mira que hasta yo recuerdo un Pierre-Arrow, un Isotta-Fraschini, un Rolls Royce con acojinado de terciopelo rojo y muchos flecos y relumbrones de oro) a la entrada de los parques de césped y palmeras escondidos detrás de las altas rejas, encontrabas otro México, ah, sí, una ciudad desaparecida, un quartier reservé que te acogía y te defendía de la otra ciudad, la que te asustaba, la que sólo veías a trozos, apresuradamente, al ir al cine, a algún restaurant del centro: esa ciudad sombría, de caras duras, dragona, de ojos criminales, de cicatrices y azares, de un hablar corto, injurioso, siempre al borde de la violencia: qué ibas a ir a Mesones, San Juan de Letrán, La Moneda, Corregidora, Argentina, Guerrero, Peralvillo, donde viven los liones de la raza, los gandallones que atizan la mota, las murciélagas que mascan nuestro calomel. Las corridas de todos, los cabarets, los cines, los teatrachos de entonces, las calles aglomeradas: ya lo sé, dragona, no lo sabré yo: todo eso te llenaba de espanto, todos estos lugares te hacían sospechar que eras seguida y espiada, te hacían temer que un piropo, sin transición, se convirtiera en hecho de sangre, te hacían dudar de tu integridad, como si los ojos vidriosos de los hombres, las mujeres y los niños supieran más de ti que tú misma, como si estos millones de seres oscuros, con su pasividad intolerable, con su violencia atroz, con sus sonrisas sin alegría, con su tristeza a carcajadas, brutal, rencorosa, fueran todos adivinos, magos que sonríen con ironía ofensiva al darse cuenta, en un simple encuentro callejero, en un simple cruce de miradas, de alguna muerte mezquina, de algún destino tan sombrío como el de ellos que cargan en su mirada, en sus manos callosas, en sus labios gruesos, tantos siglos de humillación y de venganzas frustradas.
– I think all Mexicans just want to get even.
Tú qué ibas a ir ahí; permanecerías en estas calles que entonces eran tranquilas, antes de que las viejas familias empobrecidas vendieran sus casas y Niza, Hamburgo, Génova, Londres se convirtieran en calles de restaurants y boutiques y cabarets de lujo y cafés al aire libre; ves hoy estas calles, por donde pasan los Lancia y los Jaguar y los vampíricos de suéter negro y media calada y los artistas gringos emigrados y todos los héroes existenciales del Café Tirol y el Kinneret, los de la revolución por dentro para acabar pronto, y para ti que sigue habiendo allí una barrera contra la gangrena de la ciudad oscura, contra la invasión de las chozas de adobe y lámina, los basureros, los pies descalzos, los pepenadores, la tina, la mendicidad, la violencia, las miradas de intención criminal o escatológica o mágica…
– No sé. Todo es lo mismo. Todas las miradas mexicanas son estas tres cosas. Matan, desnudan y consagran y tú querías hacer la pregunta, Javier, y no encontraste ni la interrogación ni la afirmación. Hace un año y medio, apenas, regresamos tarde al apartamento y me di cuenta de que la ciudad no había cambiado pero tú sí. Hace un año y medio nada más. ¿Por qué mataron a ese hombre? Yo siempre pensaré que ese hombre no debió morir. Tú no, Javier. ¡Tú no!
Te levantaste de la cama, gritando: “¡Javier! ¡Contesta!”, y te paseaste a ciegas por el cuarto de hotel de Cholula, con los brazos extendidos, como una sonámbula, tropezándote contra los burós y la mecedora y las maletas vacías:
– ¡Tú no! Yo lo vi, tirado frente a la puerta de nuestra casa de apartamentos, sin saber, primero, cómo reaccionar…
Ustedes inventan que primero, para respetar a la muerte, no deben saber cómo responder a la muerte: es la primera ley, asombrarse, pensar que la muerte rompe algo, hiere a quien la contempla, ésa es la primera regla: no tener contestación para la muerte.
– …y en seguida llena de dolor, antes de hablar…
El dolor, te crees, debe ser silencioso primero: sólo después de sentir que sufres puedes hablar de tu sufrimiento… pequeño, como el azar de un cadáver, enorme, como la lotería de un cáncer…
– …tú, indecente, no; sabes qué decir antes de que las cosas sucedan; yo no: estaba tirado frente a la puerta de nuestra casa, la tuya y la mía, sin zapatos, sí, descalzo, atravesado por un puñal, con los ojos bien abiertos, arrojado en la acera y yo miré alrededor, vi lo que nos rodeaba. Una librería abierta hasta la medianoche, donde los escaparates mostraban, qué sé yo, el Cuarteto de Alejandría, Rayuela, El siglo de las luces y La mente de un asesino, la mente del hombre que mató a Trotsky, ¡qué risa!, la mente de un asesino, Trotsky fue asesinado cuando regresamos a México de Europa. Un año o dos después: recuerdo su foto con la cabeza vendada, sin anteojos, la barbilla blanca, muerto. Y el cineclub del Instituto Francés, donde volvían a pasar juntos Un perro andaluz y El gabinete del doctor Caligari. Y una sastrería y la panadería de la esquina y frente a nuestra casa un hombre muerto que tú y yo descubrimos, al regresar de bailar el twist en un cabaret de San Juan de Letrán, acompañados por esos estudiantes que te convencieron para que llevaras a la gringa que sin duda era una maestra del twist, donde bailamos toda la noche mientras la voz del micrófono repetía sin cesar, enferma, enfermándonos, twist again like we did last summer twist again like we did last night, hasta que nos dolían el bazo, los músculos del vientre, con la pierna derecha rígida, la planta del pie girando sobre sí misma, la cadera girando en sentido opuesto, los brazos conduciendo un tercer ritmo fantasioso, twist again like we did last summer, last summer we weren’t twisting, goddammit, last summer we were young, we were in the islands, we loved each other, and the other last summer we were fucking, yeah, we were fucking away like hell to kill time, sure, we were reading Robert Lowell and James Purdy and William Styron last summer, remember, when the afternoon showers came along and we got bored of reading and you came up like a glistening little snake and I was expecting you: and we both went to bed like two hot little rabbits without wanting it, just expecting it of the summer, of the long rainy afternoons and the damp, sulary, brownfaced afternoons of Mexico City, mother fucking God, para no emborracharnos, para no salir corriendo a buscar una droga nos hacíamos el amor el verano pasado o hace veinticinco años en Grecia o el día que mataron a Trotsky, aquí en México…