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– ¿Por qué?

– Es como aprender a recordarte.

El cortejo ha creado su propia memoria. Primero del cadáver que carga sobre sus hombros. Ahora memoria de sí mismo ya, memoria de su trayecto, su lamento, su danza: hasta el presente es memoria. La orquesta empieza a recoger todos los hilos sueltos. Las voces a reunirse, primero dispersas. Repasan todos los elementos de su reciente existencia y estallan en esa extraña jubilación de trompetas. Solicitud de resurrección. Voluntad de revivir. Los cornos que fueron tristes son alegres en la gran doble fuga de rostros levantados a la luz, de voces liberadas que sin embargo presienten ese corno otra vez sombrío. Que advierte el deseo. Que niega lo deseado.

– No. Así no, Franz; Franz, así no quiero.

– Perdóname.

– No, ¿por qué perdonar? Los deseos nunca son malos.

– Dicen que basta la intención para condenarse.

– ¿Sí? ¡Qué risa! No, es como la música. Sólo cuando la ejecutas y la escuchas es música, ¿verdad? Te quiero, Franz; pero también quiero tiempo para quererte…

Reposo. Aceptación. Serenidad. Gusto. Una última, rápida afirmación. Antes de admitir y resignarse de nuevo. Nadie lo entenderá. Johannes Brahms. Estrenó la obra, después de diez años de trabajo, en la catedral de Bremen. El río Weser y sus brumas entretejidas, amarillas, y su espejo de aceite y gasolina. Una catedral del siglo xi. Ruda. Limpia. Un puro esqueleto de piedra. Hierro. Buques. Textiles. Tabaco. Azúcar. Bremerhaven.

– Estuve en Alemania de niño.

– Yo nunca he ido a Alemania.

Un reposo. Viene. Viene. Solitaria. La voz del hombre. De un hombre solo. Que canta por encima de todos. Mein Herz. Desde su corazón. Canta con su corazón abierto. Canta el lamento. “Pasó como una sombra”. El coro repite el dolor. Lejos. Sólo repite lo que el hombre solitario dice. Y empieza a crecer a instancias de su guía. La voz solitaria conduce al coro, lo lleva a la cima del desgaste, lo agota. El coro se desploma. El hombre lo rescata. Le da nuevas palabras. “Mi vida”. Mi vida es vuestra vida.

– No. No tengo de qué quejarme.

– ¿Vas a esperarme? Dime que sí.

El conjunto orquestal, ligero, apartado, sin tonos excesivos, traspone la melodía de un instrumento a otro. El hombre domina la escena. Voz de lamento y voz de liberación. Voz desesperada y voz de fe. Crea un oasis en la muerte. Convoca los metales brillantes. Pide el olvido de toda circunstancia, aun la de esta muerte que los reúne, para ser. Para ser. No entenderán. Nadie entenderá. Para ser. Requiem.

– ¡Adiós! ¡Adiós! ¡Escríbeme, Franz! ¡Franz, Franz, no me olvides!

– Suéltame, Hanna, mi amor; suéltame; yo te escribiré.

Un réquiem alemán. No repite las palabras de la liturgia. No. Ellos oran por el descanso de los muertos amenazados con los horrores del juicio final. Pero estas palabras son de consolación. Para conciliar a los vivos con la idea del sufrimiento y de la muerte.

– ¿Quién eres? Dime. Te estoy preguntando.

– Perdón. Está prohibido llegar tarde. Déjame pasar.

Bach. Actus Tragicus. Cantata 106. Pide la caridad y el auxilio del Redentor que guía las almas de los difuntos a un mundo mejor. Aquí no. Requiem alemán. Nunca se mencionará ese nombre. Cristo. No. Son palabras para todos los que creen. El Redentor. Su voz calla. Éste es el cuarto movimiento. Voces dulces. Diálogo eterno de los hombres y las mujeres. Aceptación normal de la vida. Un intento de humanizarlo todo. El dolor y la muerte. Hacerlos nuestros. Nombrarlos y verlos para que existan como posesión nuestra. Todo pasará. Consolaos.

– Lo siento. No tienen nombre.

– Perdón. Heil Hitler!

Y el hombre permanecerá. Y trabajará. Y amará. Así. Como siempre. No al rojo vivo. No como quisieron. Volveremos a ser los de antes. Trabajaremos. Levantaremos los edificios calcinados. Cantaremos con nuestros tarros de cerveza golpeados sobre las mesas. Lloraremos ante las desgracias propias y las ajenas. Amaremos a nuestras esposas, a nuestros padres, a nuestros hijos. Esperaremos. Nos compadecerán. Merecemos la compasión. Ahora somos débiles. Ah. La madre. La voz. Mujer. El quinto movimiento. Corresponde al tercero. Es la respuesta. La unión con la voz del hombre. El solo de la mujer. Recuerda la pérdida. Se consuela y nos consuela. Es tan dulce.

– Pónganla en la lista.

– ¿Y el niño?

Confirma en otro plano el solo del hombre. La madre también sostiene la marcha y la fuerza de los que marchan. Da una tierna dignidad al poder y a la justicia. Dice: “También nosotros sufrimos y comprendimos. Y justificamos. Adelante”. Nos prepara para un nuevo esfuerzo. Nos consuela. No. Ahora no las águilas. Ahora no el fuego. Ahora la voz de nuestra madre que nos recoge en el campo, nos conduce al hogar y nos promete, en secreto, el regreso y la resurrección. En voz baja nos dice que no hemos sido vencidos. Oye el corno. El coro solicita el juicio.

– Sí. Ayer a las seis de la mañana.

– ¿Él también?

La voz del hombre afirma los días de ira. Dies irae. Dies illa. Solvet saeclum in favilla. Teste David cum Sybilla. El coro duda. La muerte y la derrota y el rechazo lo han debilitado. Pero la voz del hombre vuelve a levantarse. Domina al coro. Le da alas. Le da fuerza. Y fortalecido por el propio coro, el hombre se permite un instante de ternura. El coro lo recoge en una ola y lo conduce al último movimiento, que es otra vez el primero, marcha, cortejo, en donde las águilas vuelven a agitarse. Eran hombres y eran nuestros. No admitiremos el juicio de otros hombres contra ellos. Son nuestros muertos. Descansen. Si ellos han muerto, nosotros vivimos.

– ¡Franz, Franz, esta noche tocan el Requiem alemán de Brahms en los jardines del palacio!

– Yo compro los boletos. Espérame a la entrada.

Quien toque nuestra frialdad se quemará los dedos. Un corazón helado alimenta nuestras lágrimas.

– Durante mil años, las provincias de Bohemia y Moravia formaron parte del espacio vital de nuestro pueblo. Checoslovaquia demostró su imposibilidad inherente de sobrevivir y en consecuencia ha caído víctima de su propia disolución. El Reich alemán no puede tolerar disturbios continuos en estas áreas.

– Hanna, mi amor, mi amor, mi amor…

Apagaste el radio del auto, riendo.

– Brahms en Semana Santa. Qué falta de respeto.

– ¿Cómo haremos esta noche?

– Ya inventaré algo. ¿Por qué?

Isabel rió y le hizo cosquillas en la oreja a Javier. En el llano, se levantan los cascos ennegrecidos de las viejas haciendas de la región. Muros calcinados y fríos y muchas tierras que no volvían a germinar. Pero otras se mecían en la tarde y una y otra vez, los muros altos, sin ventanas, con boquetes abiertos, torrecillas de ladrillo incendiado, portones de vieja madera pasada por el fuego, rieles por donde fueron conducidos los carros colmados de la zafra, trapiches de melaza vacíos y oxidados, carretelas tiradas por bueyes, patios entrevistos rápidamente, establos, bodegas de grano. No había nadie en los campos. Los torreones de las haciendas se levantaban solitarios y derruidos.

– Por el camino de la derecha se entra a Cholula -dijo Javier.

Dijo Javier:

“No te haré caso. Regresaré del cuarto de Isabel. Me detendré en el pasillo y miraré por el ojo de la cerradura. Tu recámara estará a oscuras. Abriré la puerta con cuidado, para no despertarte. Siempre logras desilusionarme. Estás murmurando. No dormías. No merecías mi silencio. Ahora mi silencio será para mí, no para respetar tu falso sueño. Atravesaré, descalzo, el cuarto. Olvidé los zapatos en la pieza de Isabel. Me colaré como un ladrón al cuarto de baño. No encenderé la luz. Tomaré una píldora. Creo distinguir el frasco por su tamaño. La tragaré. No quiero un espasmo. Sé que pronto me vendrá un espasmo. Lo evitaré con la píldora. Me sentaré en el excusado a esperar. Pensaré en otra cosa, igual que cuando hago el amor. Debo pensar a veces en esas cosas. Para eso me pagan. El lunes regresaré a la oficina. Deberé revisar esas recomendaciones antes de que las envíen a Nueva York. Quiero recalcar que no se deben establecer precios topes para las importaciones sin una regularización simultánea de los precios de las exportaciones de los países productores de materias primas. Solicita al Consejo Económico y Social que someta sus recomendaciones a la Asamblea General. Aaaah. Goodchild está tramando que lo asciendan por encima de mí. Tendré que ir a Nueva York a pelear. Quizás los de Relaciones quieran respaldarme. No se puede discriminar a los funcionarios latinoamericanos. Oh. Resolución. Debe haber algo en la petaquilla. Resolución 341 (xii). Que sirva para algo. Aaah. ¿Qué día es hoy? Miércoles, miércoles. No, Jueves Santo, ¿o miércoles? Que sirva para algo. No, apenas es Domingo. ¿Cuándo se representa la Pasión? todos los días, qué chingadera. Todos los días paso, apetito, padecimiento. ¿No habrá un día sin necesidad de eso? Quizás sólo el día en que venimos a morir. Llegamos a morir. Y entonces Ligeia estará junto a mi cabecera, recordándome que si hemos querido toda la vida también hemos querido toda la muerte. Y por fin podré burlarme de ella y dejar de escucharla y estar solo con mi miedo de saberme muerto. Tendré que tomar otra píldora. Saberme muerto, seguramente muerto, en ese instante. Pero sin poder distinguir aún la eternidad. Y entonces empezará la otra espera, más larga que ésta. Estar muerto y esperar la eternidad que no llega y seguir muerto esperándola. Entonces Ligeia habrá tenido razón y la muerte será la otra vida, con las mismas reglas de esta vida. Hay un cuadro del Bosco en el museo de Rotterdam. Las figuras están en el Paraíso, pero el Paraíso tiene un infierno propio que a su vez se abre sobre otro abismo aún más negro. No hay manera de huir. La imaginación contiene todas las posibilidades y viaja conmigo. Harvard. El Río Charles en el verano, lleno de condones inflados. Y yo enamorado de Ligeia. Creí que habías entendido. Era allí, era así, ¿te das cuenta?, como te quería, lejana y convocable a toda hora, mera representación de la naturaleza y no la naturaleza misma que quisiste ser. Mi estela ática, lejana e inmóvil, pausada e inasible, circunspecta y total, mujer que podía contener todos mis deseos de variedad, mi poligamia mental…”